El origen de la palabra vikingo sigue siendo oscuro y discutido. En antiguo nórdico, vik
significa cala o pequeña bahía, lo que indujo a ciertos especialistas en semántica a
deducir que los hombres llamados vikingos se establecían en las calas, desde las cuales
lanzaban sus expediciones de pillaje. También podríamos hacer derivar la palabra
vikingo de Viken, nombre dado a la región del fiordo de Oslo.
Quizá los vikingos
fueron en origen gente que procedía de esta región.
En los países que asolaron, nunca se les conoció por el nombre de vikingos. Para la
mayoría de los habitantes de Europa occidental, eran los hombres del norte, los
Northme. Los autores de los anales francos utilizaban generalmente el término de
normandos (normandi), más raramente el de daneses (dani), limitándose en la mayoría
de los casos a denominarles piratas. Los cronistas eclesiásticos les designan casi
siempre con el término paganos.
Los anglosajones les llamaban danes, cualquiera que fuese su origen. Para los
irlandeses, eran los lochlannach, y su patria era Lochlann, el país de los lochs o lagos.
También les llamaban gall (los extranjeros), haciendo una distinción entre los
extranjeros blancos, que eran los noruegos y los extranjeros negros, los daneses.
Algunas crónicas alemanas les designan con el nombre de ascomanni (los hombres del
fresno), quizás porque utilizaban esta madera para construir sus barcos. Los árabes de
España les aplicaban el término magus (infieles). Para los autores bizantinos y árabes
eran los rus, nombre que parece venir de la palabra sueca ruotsi (los remeros). Por
último, hacia el final de la era vikinga, los griegos les llamaban varegos (varingjiar en
antiguo nórdico).
En la época de los vikingos, el sustantivo vikingo se aplicaba a la expedición. El que
participaba en ella era un vikingr. Hoy la palabra se emplea en un sentido más amplio.
Aplicándola tanto a los hombres como a la cultura de Escandinavia de aquel período.
Estos diversos nombres designan a los mismos hombres. Algunos venían de Noruega,
otros de Suecia o Dinamarca, pero todos eran de origen escandinavo, próximos entre sí
por su lengua, su religión y su carácter.
Los vikingos concedían una gran importancia a la igualdad y la libertad. El hecho de
que se considerasen todos iguales llamó la atención de los contemporáneos en todos los
países que invadieron. Y en efecto, no tenían príncipes, aunque sí jefes, cuya autoridad
aceptaban porque eran los más valerosos, los más experimentados y los más ricos de la
comunidad. Y las expediciones vikingas se organizaban a su alrededor.
Profundamente individualistas, los vikingos defendían su libertad por encima de todo.
Eran mucho más libres en sus comunidades que sus contemporáneos de Europa
occidental, integrados en estructuras feudales restrictivas. Poseían un espíritu
emprendedor y sentido de la organización y contaban más consigo mismos que con los
demás.
Animados por un espíritu de empresa asombroso, los vikingos eran a la vez navegantes,
guerreros, agricultores y mercaderes. Sobresalían en todas estas actividades y pasaban
de una a otra según las circunstancias con maestría.
Los vikingos eran supersticiosos. Para conjurar a los malos espíritus cuando salían a alta
mar, fijaban en la proa de sus navíos una cabeza de dragón o de serpiente. Una de las
primeras leyes promulgadas por el Althing islandés obligaba a los navegantes que
llegaban a la vista de la isla retirar las cabezas de animales que adornaban las proas de
sus navíos, con objeto de no indisponer a los buenos espíritus de la tierra.
El descubrimiento de los grandes espacios marinos y la necesidad de luchar sin tregua
contra los elementos para sobrevivir forjaron el carácter de los pueblos escandinavos y
contribuyeron a la aparición de esos hombres duros, belicosos, valientes y ávidos de
hazañas, a los cuales sus contemporáneos escandinavos dieron un día el nombre
genérico de vikingos.
Durante las expediciones se sentían más a gusto a bordo de sus barcos, que
consideraban como sus casas, que en tierra firme.
El barco era el compañero fiel al que
volvían cada noche, al término de agotadoras jornadas. Con mucha frecuencia, le debían
el no perder la vida, tanto en los peligros del mar como en la adversidad de la lucha.
Aunque excelentes jinetes, preferían remontar los ríos a vela o a remo, mientras
tuviesen agua suficiente bajo la quilla. Navegantes hasta en la muerte, el barco se
convertía para algunos de ellos en pira funeraria y en él efectuaban el último viaje, que
les conducía al Walhalla.
En el combate daban pruebas a la vez de osadía y de prudencia. Demostraban un gran
realismo y no se obstinaban cuando la fortuna de las armas les daban la espalda.
A menudo las derrotas mencionadas por los cronistas cristianos no fueron más que
repliegues tácticos, en ocasiones en que la proporción de fuerzas no se mostraba
favorable a los vikingos.
La experiencia acumulada durante su tumultuosa existencia
tuvo como resultado el hacer madurar su juicio. Cuando sufrían una verdadera derrota,
inmediatamente sacaban conclusiones y evitaban arriesgarse de nuevo. Por regla general
estaban muy bien informados sobre la situación política y la capacidad de defensa de los
países que se proponían atacar, lo que les permitía sacar provecho de todas las
posibilidades: debilidad del poder instituido, crisis de sucesión, etc.
Los vikingos sobresalían en el arte de levantar campamentos atrincherados y
fortificaciones de campaña. Tan pronto como se detenían en un lugar, cavaban fosas
profundas alrededor de su campamento y acumulaban la tierra en montículos, con
objeto de protegerse contra cualquier ataque por sorpresa.
Para las poblaciones de Europa occidental, los vikingos no eran más que bárbaros, ya
que venían de países extranjeros, cuyos usos y costumbres diferían de los suyos
notablemente. En realidad, se trataba de bárbaros civilizados, con costumbres, leyes y
una cultura propias que no trataron de imponer a los demás.
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