Las grandes fechas de la vida son para los pueblos nórdicos, lo mismo que para los
demás, acontecimientos que requerían celebraciones o manifestaciones particulares. Las
tres más importantes son el nacimiento, el matrimonio y el funeral.
Sobre los ritos de nacimiento, estamos a la vez poco y confusamente informados, ya que
aquí , más que en ninguna otra parte, intervino por supuesto el cristianismo, de modo
que es difícil decidir si lo que podemos saber es auténtico, está impregnado de
cristianismo, o pretende hacer una reconstrucción histórica, como parecen haber
intentado los autores de las sagas del siglo XIII que se esforzaron por recrear un pasado
de unos tres siglos de antigüedad. Se recordará también que en la Edad Media, aquí
como en todas partes, los nacimientos se suceden sin interrupción en tanto la mujer está
en condiciones de tener hijos.
Hasta tal punto se considera natural un embarazo que, en
general, no da lugar a ningún comentario. Que se sepa, las prácticas abortivas o
anticonceptivas, eran desconocidas, aunque se debe desconfiar siempre del puritanismo
de los autores de sagas o de los redactores de códigos de leyes.
La parturienta, asistida por muchas mujeres y, en particular, por ese tipo de comadronas
reputadas por tener "buena mano", daba a luz en cuclillas o de rodillas.
Para favorecer el
alumbramiento, parece ser que evocaban runas en forma de cantos mágicos (galdr).
También es posible que el niño, recibido de esta manera sobre la tierra madre, haya
sido, después de cortado el cordón umbilical, rociado con agua, práctica del "ausa barn
vatni" nombrada frecuentemente en las sagas, que puede ser una imitación del bautismo
cristiano, por supuesto, pero igualmente un antiguo rito de lustración, y después elevado
hacia el cielo: una especie de ofrenda, por lo tanto, a las grandes fuerzas naturales que
quizás fueran las primeras divinidades que conociera esta religión.
Esto en el caso de que el padre decidiera conservar al niño, pues parece que diversas
razones, en primer lugar las económicas, hayan autorizado la práctica del "utburdr", el
infanticidio.
Parece que existió una época en la que se admitía que el padre tenía
derecho a rechazar al niño que acababa de nacer y hacer que se lo dejara a merced de los
animales salvajes, abandonándolo en el camino. Esto será, en todo caso, un motivo
complaciente explotado por las sagas, las de tipo legendario en particular. Pero si el
padre decidía conservar el niño, debía darle un nombre, práctica importante que decidía
verdaderamente la entrada del recién nacido en el clan, le confería una cualidad personal
de alguna forma y, por consiguiente, garantizaba su existencia. Pues esta operación no
era gratuita, estaba cargada de sentido en un mundo donde la pertenencia a un clan
importaba más que nada y donde un ser humano no existía jurídicamente si no era capaz
de fijar su linaje en varias generaciones. Lo que explica, sea dicho de paso, las largas
genealogías que figuran inevitablemente en las sagas, libros de colonización y textos
semejantes. Por consiguiente, el nombre que se confería al recién nacido respondía a ciertas normas.
Es posible que la elección se dirigiera hacia nombres que se suponía traían suerte o que
la experiencia demostraba que había sido patrimonio de personajes favorecidos pro el
destino. Es por ello por lo que a menudo se encuentran niños que tienen el nombre de
un antepasado fallecido recientemente antes de su nacimiento. No hay que descartar
deliberadamente tampoco, la hipótesis de una lejana creencia en la migración de las
almas o en la reencarnación. Habrá que desconfiar de los nombres teóforos: en la era
vikinga, no implican necesariamente que el valor tutelar de dios invocado esté
subyacente.
Los innumerables nombres de pila, por ejemplo, en el que aparece el
nombre del dios Thor, no parece que exijan comentarios particulares. Asimismo, la
extremada frecuencia de nombres zoóforos (Björn, oso; Ari u Örn, águila; Hrutr,
carnero, Ormr serpiente; Ulf, lobo, etc.) no debe llevar a concluir un totemismo.
Es posible que estas actitudes religiosas hayan existido en tiempos muy antiguos, pero
se puede afirmar sin gran riesgo de error que en la época vikinga había caído en desuso.
La única cosa cierta es que no era la fantasía quien decidía la elección del nombre. Así
como no se puede olvidar que esta sociedad no conocía patronímicos propiamente
dichos y, por tanto, el nombre era esencial. Por lo demás, se era hijo o hija de su padre,
no de su madre, salvo cuando el padre era desconocido. Un detalle más: el número de
nombres no era ilimitado. De ahí, sin duda, la gran frecuencia de apodos que, a menudo,
tienden a sustituir al mismo nombre.
De esos sobrenombres, muy numerosos y bastante
pintorescos algunos, no hay mucho que decir, pues no se diferencian de los que se
podían utilizar en otras partes.
Precisemos por último, que la sociedad en cuestión era decididamente patrilineal y que
los casos de matriarcado no se encuentran, al menos en la época que nos ocupa.
La mayoría de edad se solía alcanzar a lo sumo a los catorce años. Los niños aparecen
poco en los textos que nos han llegado. Sin embargo todo hace pensar que eran queridos
y correctamente educados. Se han encontrado pequeños juguetes de madera o metal que
no se distinguen de los que se utilizaban en otras partes. También existía la costumbre
en las familias de rango elevado en particular, de confiar los hijos por algunos años, a
fin de recibir educación, a un amigo, un personaje de alta posición, etc., a condición de
reciprocidad. Esta práctica llamada "fostr" contribuía a crear lazos de afecto a menudo
muy fuertes y, por supuesto, a extender el ámbito de influencia del clan. Muy
frecuentemente parece que hermanos adoptivos de este tipo se hayan considerado
hermanos jurados según el ritual que sin duda existió para tal ocasión. Uno de los
valores más sólidos que ha tenido la sociedad vikinga fue la amistad, especialmente la
amistad viril, donde el colectivismo era una especie de imperativo categórico.
El
hombre vela para no permanecer solo, para rodearse de amigos y hermanos jurados, etc.
Según la costumbre, se hacía un regalo (tannfé) por el primer diente que le salía la niño
e pecho.
Que se sepa y, al menos en la época que nos ocupa, no existían ya ritos de iniciación o
de entrada en el mundo adulto como, de manera verosímil, se encontraron en los
tiempos más lejanos del paganismo. Si bien no es imposible que se esperara del joven
que se mostrara capaz de emprender una expedición vikinga, por ejemplo, no significa
que tuviera, en absoluto, que manifestar sus aptitudes guerreras, sino su capacidad para
afrontar los peligros de un largo viaje por mar, sean cuales fueran las peripecias.
Las personas ancianas se encargaban eventualmente de inculcar en el niño los
rudimentos del conocimiento del pasado, de su familia y de su clan. Faltan certezas
acerca de la instrucción que podía recibir el joven vikingo. Pero es necesario, no
obstante, que hayan existido maestros artesanos para enseñar su saber a los aprendices
y, quizás, alguna clase de maestros itinerantes o responsables de lo que en nuestros días
llamaríamos seminarios. Esto es válido para los escaldos, recitadores de textos en prosa,
así como para el derecho, cuya complejidad y elaboración eran tales que no es posible
considerar que su adquisición haya sido un simple asunto de transmisión oral.
En cambio, todo hace pensar que el niño pasaba por una sólida iniciación en algunos
deportes como la equitación o el juego de armas; no se excluye que en ciertos medios
particularmente distinguidos, el joven haya sido iniciado a esas difíciles artes del
párrafo anterior. En conjunto, la vida era ruda y la educación no podía incitar al
hedonismo.
Los valores de supervivencia debían ser, por definición, los preferidos. Sin
duda por eso se han conservado tan pocos textos líricos, contemplativos u orantes.
El matrimonio, como se ha comentado en otros apartados, era concebido, en primer
lugar, como la alianza entre dos clanes o familias. Aquí añadiremos que el concubinato
formaba parte de las costumbres. Un hombre rico podía tener varias concubinas, pero
esto no tenía ninguna consecuencia legal, puesto que la concubina no tenía parte en la
fortuna de su concubinario, ni en su herencia, salvo estipulaciones expresas. Los hijos
nacidos de esta relación no tenían tampoco acceso a la herencia de su padre, a menos
que este último hubiera decidido otra cosa.
Es posible que estas disposiciones hayan sido severas en tiempos lejanos. En la época
vikinga, parecen mucho menos estrictas. Sucedía, incluso en las casas reales, que los
bastardos no se distinguieran de sus hermanos legítimos y tuvieran acceso al trono. Y en
todos los casos, el padre seguía teniendo la posibilidad de legitimar a su hijo natural.
Si bien parece esta formalidad era relativamente sencilla en Suecia y en Dinamarca,
donde bastaba que el padre pusiera al niño sobre sus rodillas delante de testigos para
legitimarle, tenemos indicios de una costumbre mucho más pintoresca procedente de
Noruega. Allí, el padre que deseaba introducir a su hijo ilegítimo en la familia, debía
primero matar a un buey de tres años y fabricar unos zapatos con el cuero de la pata
derecha del animal. A continuación, hacía una fiesta, en el curso de la cual se colocaba
la bota en el centro de la habitación. Primero el padre, después el niño así reconocido, y
a continuación todos los miembros de la familia, debían meter el pie derecho en esa
bota, para expresar que tenían a este niño por su igual.
En lo referente a la herencia, la práctica, por regla general, no se distinguía de las
costumbres europeas. Mencionaremos sólo unos puntos interesantes. El primero se
refiere al "arfsal" o cesión (literalmente, venta) de los derechos de herencia a un tercero
que, a cambio, se encargaba de proveer a las necesidades de la persona que así actuaba:
una especie de vitalicio, por tanto. Por supuesto, esto podía dar lugar a querellas, pero
era una forma cómoda para un anciano, de terminar su vida al abrigo de la necesidad.
Por otra parte, igual que el llamado "aetleiding" (rito que introduce a un individuo en
una familia dada), está lo conocido como "arfleiding", que hace mención al hecho de
dar acceso a la herencia a un nuevo heredero.
Pero el rasgo más típico es el "odal", es decir, el patrimonio indivisible, especialmente
los bienes raíces, cuya propiedad debía permanecer en el interior de la familia y, sobre
todo, sin división. En virtud de este principio, correspondía por lo tanto a un hijo, que
no era necesariamente el mayor, aunque sí generalmente, recoger el patrimonio.
Aquel de los hijos que retomaba el odal debía dar una compensación a sus hermanos.
De esta manera, la fortuna territorial de la familia permanecía intacta y esta disposición
debía animar a los hermanos no admitidos en la herencia a buscar fortuna en otra parte,
especialmente explotando nuevas tierras o buscando nuevos recursos, o también
emigrando.
En cambio, el heredero podía vender la tierra, a condición de compartir las ganancias
con todos los herederos más próximos. Esto restaba rigidez al sistema. Pero tenemos
cantidad de testimonios de casos de herencia de una enorme complejidad, tanto en las
sagas como en inscripciones rúnicas.
En cuanto al divorcio, era bastante fácil de llevar a la práctica, al menos si, como
siempre, nos basamos en el testimonio de las sagas. No habría que concluir de ello que
esta sociedad se encontraba en situación de disolución permanente. En realidad, el
divorcio es muy raro y entraña graves consecuencias, a menudo dramáticas. La decisión
era sentida por las familias de los dos cónyuges desunidos, de un lado como del otro,
como un insulto.
Si creemos también en los textos de las leyes, la mujer podía separarse de su marido con
relativa facilidad. Era necesario que invocase un motivo satisfactorio, como la
impotencia sexual declarada del marido (como aparece en la Saga de Njal el Quemado),
la desaprobación de la conducta del susodicho marido en la vida en general, la negativa
a sufrir los sarcasmos o las consecuencias de los actos del esposo, etc. Por su parte, el
marido podía repudiar a su mujer con la misma facilidad.
En todos los casos, era necesario tomar testigos de la decisión. Después se marchaban,
tomando de nuevo la dote (heimanfylgja) y el aduario que había aportado el marido
(mundr). El divorcio era una ruina para el marido.
En cuanto a los funerales, la documentación que nos ha llegado es mucho más extensa y
completa, dado el número impresionante de tumbas, lo que nos permite trazar una
especie de imagen media de este ritual.
No hay duda alguna de que en el Norte se creyó en la existencia de un alma, pues
existen al menos cinco vocablos para traducir nuestra palabra "alma": önd, hamr, hugr,
fyligja, sal. Dos son visiblemente préstamos, sea lexicológicos, pues "sal" se toma del
alemán continental, sea semánticos, pues önd corresponde a nuestra noción de soplo,
hálito y llegó ciertamente con el cristianismo. Pero los otros tres son autóctonos: se
aplicaban tanto a las membranas placentarias que acompañaban a la expulsión del recién
nacido del seno materno, como a la idea de alma, que sería por tanto, la forma (sentido
literal de hamr), o la esencia que sigue (fylgja, seguir, acompañar) al ser humano. Tal
vez hugr remitiera a la idea universalmente conocida de "alma del mundo" que baña
nuestro universo y a la que, en ciertas circunstancias, podemos tener acceso y que
incluso a veces decide manifestarse a nosotros. La riqueza de este vocabulario y de las
nociones a él vinculadas es bastante edificante.
Por supuesto, hamr y fylgja son susceptibles de evadirse de su envoltura corporal para
existir de forma independiente y moverse en función de las necesidades de su soporte,
desafiando las categorías espacio-temporales. Pueden incluso volver bajo la forma de
ese extraño personaje o "draugr" que poblará los cuentos populares islandeses hasta
nuestros días y les dará ese aire siniestro que tienen.
En épocas lejanas, la cremación existió sin duda, igual que las tumbas colectivas,
especialmente esas curiosas tumbas en forma de barco visto desde arriba o
skibsaetninger. Pero en la época vikinga la norma más habitual es la tumba individual
donde el difunto es inhumado con vestido de lujo, víveres, armas, animales e incluso su
esclava o concubina, la cual, parece ser, elegía voluntariamente morir con su señor, para
acompañarlo en su viaje al más allá.
En Birka se ha descubierto un número considerable de esas tumbas, de las que algunas
consisten en una especie de encofrado de madera dispuesto alrededor del cadáver. El
muerto es enterrado o bien sentado, o bien en posición fetal, y este último uso es
seguramente muy antiguo.
En cualquier caso, la idea de viaje hacia el otro mundo no se presta a ninguna duda,
tanto por el aspecto a menudo naviforme de la tumba, que llegaba a ser un barco
incluso, como el de Oseberg o Groix, como por los pretrechos con los que se rodeaba al
guerrero o al comerciante en su última morada. Estas observaciones se aplican también
a las mujeres, a quienes se las entierra muy adornadas y provistas de lujosas joyas, así
como de todo tipo de objetos destinados a su subsistencia o su diversión.
Tomemos la tumba de una mujer de alto rango en Birka. Su cadáver está engalanado
con las joyas más bellas de la difunta, un collar hecho de anillas de plata, de ochenta
pertas de cristal y perlas de vidrio engastadas en oro y plata; dos colgantes de plata
enganchados al vestido y que representan a dos caballos muy estilizados; un soberbio
broche de bronce dorado en el estilo de Borre, lo que nos lleva a principios de la era
vikinga, con un decorado de animales lleno de belleza y que debía servir para atar el
manto de esta mujer; dos pequeñas joyas que lo mismo podían servir de pendientes que
formar parte de un collar; un cierre de bronce para un cinturón o cualquier otra correa de
cuero; una joya de bronce dorado con un trabajo sumamente refinado que constituía un
segundo collar. En la tumba, junto al cuerpo, se encontraban recipientes, uno de ellos de
factura frisona, un vaso de Renania, un hervidor de bronce de origen irlandés, dos cubos
de madera y un joyero de madera en el que había un peine de cuerno.
La tumba data de comienzos del siglo IX y es de una mujer de alto rango o, en todo
caso de gran fortuna, pues su vestimenta era de seda, lo cual denotaba lo más lujoso de
la época. En cambio, otra tumba en Birka que dataría entre el 913-980, en razón de la
presencia de una moneda de plata conocida, nos ofrece los restos de un guerrero que fue
inhumado en posición sentada. Tenía dos escudos, uno en la cabeza y el otro en los pies.
A su izquierda, la espada de doble filo. A su derecha, un cuchillo decorado, un hacha,
veinticuatro flechas y una lanza tipo venablo, de hierro con incrustaciones de plata y
cobre. Añadamos a ello dos estribos y dos caballos en un compartimento especial de la
tumba de madera. Parece que hubiera sido más guerrero que comerciante.
El otro mundo fue considerado un lugar agradable y digno de respeto. Se dirigían a él
con todos los honores que le eran debidos y de ello es testigo cuanto se ha encontrado
enterrado en las tumbas junto a sus difuntos.
Pero había de hacerse con arreglo a los usos. Todo lo concerniente a la vida pública de
los vikingos está sujeto a medidas jurídicas. La ley y el derecho son el alma de esta
sociedad. Es importante que el muerto esté "bien" muerto, es decir, con las formalidades
legales; si no, volverá a frecuentar los lugares en los que vivió, tratará de hacer daño a
sus parientes y provocar todas las desgracias posibles. El ejemplo más representativo es
el de Thorbjörn el Lisiado, en la Saga de Snorri el Godi. Y es que el "draugr" es un
muerto mal muerto, o bien porque no ha sido enterrado en la forma adecuada, o bien
porque murió en una situación jurídicamente anómala (por ejemplo, fue víctima de una
ofensa que no se compensó) o también incluso porque no está satisfecho con la forma
en que sus descendientes administran su patrimonio. Lo que aquí nos importa es
subrayar que será necesario, por regla general, hacerle sufrir un verdadero proceso
(duradomr, proceso a las puertas "de la muerte"), para obligarle a estar muerto según las
reglas.
Esto implica que los vivos obedecen minuciosamente el ritual prescrito. Un muerto no
está verdaderamente muerto en tanto sus descendientes o herederos no han celebrado su
festín de funerales, es decir, en tanto no han "bebido" su herencia (drekka erfi).
Concluyendo el tema, señalemos que este universo no conocía demarcaciones claras
entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Es sorprendente ver con qué facilidad el
vivo puede motivar, de grado o por fuerza, a un muerto para obtener de él las
informaciones que desea (incluso sucede entre los dioses, como el caso de Odín cuando
interroga en el mundo de Hel a una vidente sobre la muerte destinada a su hijo Balder),
o la inversa, pues es completamente natural que el difunto vuelva a informar al vivo, sea
directamente, apareciendo en ese caso de forma natural, sea por medio de sueños, que
son como uno de los motivos obligados de las sagas y los poemas éddicos.
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