El Heroe

Este humilde Culto escandinavo a los Héroes, la manera nórdica de considerar el Universo ajustándose a él, tiene indestructible mérito para nosotros. Es manera ruda e infantil de reconacer la divinidad de la Naturaleza, la del Hombre; muy tosca, pero cordial, robusta, gigantesca, que evidencia la inmensurable altura a que llegaría este niño cuando fuese hombre; era verdad, no siéndolo ahora. Puede considerarse la semimuda voz de las desaparecidas generaciones de nuestros Predecesores que nos grita desde las profundidades de los tiempos, en cuyas venas corre aún su sangre: Esto es lo que hicimos del mundo, la imagen y noción que nos formamos de este gran misterio, de una Vida y del Universo. No lo despreciéis. Estáis por encima de ello, en el extenso campo de vuestra visión, mas no habéis llegado todavía a la cumbre. La noción que tenéis, aunque más amplia, es parcial e imperfecta, por ser cosa que el hombre no comprenderá jamás, ni en el tiempo ni fuera de él: pasarán miles de años, se intensificará, mas el hombre continuará luchando por comprender parte de ella, porque lo supera, porque no puede comprenderla, pues es infinita



Thomas Carlyle

Costumbres Mortuarias y Tumbas.



Los guerreros caídos seguían viviendo su desenfadada y alegre vida. Los muertos en el mar, a menos que hubieran caído en viril lucha, los recogía Ran, la diosa del Aegir, en una red gigantesca. A los "muertos en la paja" les quedaba el subterráneo reino de las sombras y las tinieblas: el Niflheim. Según las antiguas representaciones mitológicas, el Niflheim estaba situado en el Norte, en la tierra de la niebla, de la crepitante escarcha y de la noche perpetua. En época posterior lo pusieron como en la Antigüedad clásica, bajo tierra. Ríos salvajes e impetuosos atronaban aquella mansión. Sobre uno de estos estrepitosos ríos lanzados como cataratas en el mundo subterráneo se levantaba un ancho puente pavimentado con deslumbrante oro. Llevaba al llamado vestíbulo de los muertos, que en su forma primitiva recuerda una gigantesca tumba de hunos, pero que posteriormente adopta cada vez más los rasgos de un sombrío reino del más allá y se convierte en un lugar de expiación.
 
Este domino está gobernado por la diosa Hell, una reina del mundo subterráneo, la cual, en la forma definitiva de la mitología nórdica establecida por el Edda, resulta ser la hija de Loki. Tenía el poder sobre nueve mundos y vivía en un palacio equiparable al de los Ases y el de los Vanes. Su centro era una poderosa sala de oro a la que también la sombría diosa de los muertos invitaba gustosamente a los amigos. Por raro que parezca, en ninguna parte se dice qué destino le esperaba al gris ejército de sombras de los habitantes del mundo de Hell. Sin embargo, un aburrimiento interminable parece haber aplastado a los "muertos en la paja" en los subterráneos sin luz del mundo terráqueo. En gran parte, Hell debió ser un invento de la escuela poética islandesa de la Alta Edad Media. No se aprecian influjos cristianos en el sentido de considerar el más allá como cárcel y expiación. Y, como el Hades de los griegos, el infierno germánico también era un mundo de vida degradada, un triste y sordo reino de los muertos, que condenaba a los difuntos a una existencia aparencial e informe, como sombras. Pero estos préstamos literarios no se acomodan del todo con los usos mortuorios del Norte vikingo. En éste, la muerte no aparece como el final de la existencia, sino como una crisis que podía dar un giro a la vida, sin suprimirla totalmente. De ahí que tuviera tan gran importancia el cómo y el cuándo del morir.
 
Según las ideas germánicas del Norte, una condición de la unidad de la vida y de la supervivencia era ir a Odín con toda la fuerza o al menos con una considerable reserva de fuerza. Quien se despedía debilitado y consumido tras una larga enfermedad, no tenía ya ninguna esperanza formal de sobrevivir. Por eso Jan de Vries conjetura que incluso el matar a los ancianos primitivamente tenía un carácter de exigencia de culto y que las víctimas lo consideraban necesario y deseable. El culto a los antepasados también echaban sus raíces en la representación de la supervivencia activa.
 
Los muertos permanecían en comunidad con los vivos, aunque llevasen mucho tiempo en el reino de las sombras de Hell, donde nunca ocurría nada, se agitasen en la red de la diosa Ran o se entregasen virilmente a las diversiones del Walhalla. Los que les sobrevivían tenían la misión de equipararlos decorosamente para la nueva existencia, proporcionarles una sepultura digna, cantar las acciones gloriosas del muerto y, naturalmente, hacer que éste participara en la vida de la estirpe, ofreciéndole sacrificios, invitándole a la mesa en las grandes solemnidades del año y recordarlo en todos los acontecimientos familiares importantes. Si no cumplían con esas obligaciones, si renunciaban a satisfacer a los difuntos, podía ocurrir que un día éstos regresasen y se mostraran como fomentadores de discordias y como malintencionados. En tales casos la estirpe se veía obligada a matar a los muertos por segunda vez. muchas de las tumbas profanadas que los arqueólogos han descubierto probablemente fueron abiertas por motivos de culto. Costumbres. En el Norte, las costumbres funerarias eran ya, en los tiempos previkingos (que empiezan alrededor del 600), extraordinariamente multiformes.
 
Tanto las noticias literarias como los descubrimientos arqueológicos testimonian las más diversas formas de inhumación. Todavía en los siglos del imperio romano se acostumbraba incinerar a los muertos y guardar sus cenizas en urnas, bajo chatas colinas. Pero la costumbre de enterrar el cadáver se extendió paulatinamente por el Norte europeo a finales de la época de los vikingos. Este fenómeno, al observarse inicialmente en Dinamarca, permite colegir los primeros influjos cristianos. El sepultar en la tierra pasó luego a Noruega y a Suecia, pero allí no llegó a imponerse en la misma proporción que en Jutlandia, Fionia y Zelandia. Los investigadores de las religiones se han enfrentado con arduos trabajos para descubrir, tras las distintas formas de inhumación, diferentes concepciones mitológicas. Esfuerzos baldíos. Lo más que logran es la impresión de que, en general, la idea de la supervivencia tras la muerte no depende de la clase de enterramiento: por lo visto también un guerrero quemado tenía asegurada una existencia bastante duradera, gozando de la lucha y demás placeres terrenos en el Walhalla de Odín. Siempre los restos mortales de un difunto se colocaban en una colina. Uno de los axiomas del credo de la antigua mitología expresaba que una elevación del suelo era una garantía de fuerza y, por tanto, de vida. Las colinas se consideraban centros de fuerza de la Tierra. Pero la situación y el trazado de las colinas mortuorias respondía a numerosas formas especiales, en parte según el condicionamiento local.
 
 Los sitios preferidos eran los promontorios de rocas junto al mar o pequeñas elevaciones en tierra desde las cuales el difunto pudiese atisbar sus posesiones. Naturalmente, la altura de la colina funeraria también variaba según la categoría y la riqueza del muerto. La mayor de las dos colinas reales de Jelling, en Dinamarca, alcanza una altura de un casa de cuatro pisos. Con frecuencia, los vikingos enterraron a sus muertos en una especie de habitaciones de madera o en tumbas que son barcos. Los suecos y los noruegos, de preferencia, se han inclinado por este último sistema de enterramiento. También aquí la investigación resulta múltiple y variada. Muchos barcos acabaron con sus muertos en un montón de escombros; clavos de cabeza redonda y pernos de hierro revueltos con cenizas humanas son la característica principal de este tipo de inhumación. A menudo los restos de cadáveres quemados se confiaban a un barco que no se quemaba o bien se enterraba al mismo tiempo a barcos y pasajeros muertos.
 
Pero sólo los grandes hombres y las familias podían permitirse el lujo de una de estas tumbas tan costosas. El campesino acostumbrado al mar se contentaba con un conjunto de piedras dispuestas en forma de barco, esa sepultura que simboliza un barco y que ha quedado hasta la actualidad en el paisaje nórdico como una característica del mismo que no cabe olvidar. En casi todos los casos se proveía a las tumbas de aditamentos, por lo general relucientes y ostentosos, signo que denota claramente un espíritu pagano. Adam de Bremen comenta, por ejemplo, que los noruegos enterraban en la colina, junto con el muerto, sus bienes de fortuna, sus armas y todo lo que en vida había apreciado más. Porque, como el alma seguía subsistiendo con una esencia corporal, debía estar provista de todo lo que exige la vida cotidiana: las herramientas más preciadas, armas, adornos y ropa, carne y pan, vino o hidromiel. A los reyes, caudillos y grandes terratenientes se les proveía también de perros, caballos y esclavas.
 
El cuadro general del culto nórdico a los muertos es rico en variantes. Cabe decir que difícilmente hay una situación más abigarrada, multifacética y confusa que la que se presenta al investigador que se dedica al estudio de las tumbas de los vikingos del Norte. Johannes Brondsted ha expresado así esta situación: "¿Practicaban la incineración? Sí. ¿Enterraban sin incinerar? Sí. ¿Puede tener la tumba forma de una gran habitación de madera? Sí. ¿La de un modesto ataúd de madera? Si. ¿La de un gran barco? Sí. ¿La de una lanchita? Sí. ¿O la de un barco simbólico, representado por piedras? Sí. ¿La de un carro? Sí. ¿Puede estar colocada la tumba bajo una colina funeraria? Sí. ¿O en el suelo llano? Sí. ¿Puede ser rico el equipo funerario? Sí. ¿O modesto? Sí. ¿O incluso pobre? Sí. ¿O incluso no contener nada? Sí. Cabría seguir preguntando en este tenor más de una hora..." Entierro de un Caudillo Varego. Según las sagas, era deber inexcusable de un vikingo enterrar a los muertos, incluso al adversario al que hubiera dado muerte.
 
A un moribundo se le apretaban los labios y las ventanillas de la nariz para que el alma pudiera escaparse más fácilmente. Al entierro, como es natural, se invitaba a toda la estirpe. Seguía luego un banquete ritual entre los potentados que duraba en ocasiones un día entero y estaba amenizado por cánticos que ensalzaban la vida gloriosa del difunto. En Islandia, en estas comidas funerales, a veces participaban más de mil personas. La exposición más exacta, reveladora y sugerente de un enterramiento nórdico tenemos que agradecérsela al secretario árabe de embajada Ibn Fadlan, que en 921-922 estaba en algún lugar del Volga cuando un gran hombre varego emprendió su viaje al Walhalla. Su minucioso informe empieza así: "Ya me habían contado muchas veces que después de la muerte de sus caudillos hacen cosas de las cuales la menos importante era la incineración del cadáver. Yo estaba muy interesado por poner aquello en claro. Un día me enteré de que uno de sus jefes más prestigiosos había muerto. Lo metieron en la tumba y lo tuvieron diez días, mientras se afanaban en cortar y coser sus trajes. "A los súbditos más pobres les hacen un pequeño barco, los meten dentro y les prenden fuego. Pero si se trata de un potentado, reúnen todos sus bienes y los dividen en tres partes. Una tercera parte la recibe la familia, con otra tercera parte preparan los vestidos y con la tercera restante fabrican "nabid" (una bebida alcohólica, probablemente hidromiel). Porque se vuelven locos por el nabid y lo beben día y noche. Bastante a menudo ocurre que uno de ellos muere con la copa en la mano. "A la muerte de un caudillo, los miembros de la familia preguntan a las esclavas y a los criados: "¿Quién de vosotros quiere morir junto con él?" Entonces uno de ellos responde: "Yo". Y después de haberlo dicho, está obligado a cumplir su palabra. No tiene ya libertad para volverse atrás. Aunque quisiera hacerlo, no se lo permitirían. La mayor parte de quienes dicen "yo" son esclavas. "Cuando murió, pues, el hombre que he mencionado, preguntaron a sus sirvientas: "¿Quién de vosotras quiere morir junto con él?" Y una respondió: "Yo". Encargaron a otras dos esclavas que la vigilaran y que estuvieran a su lado, adondequiera que fuese. Luego empezaron a arreglar las cosas del amo, a cortar sus trajes y a prepararlo todo según correspondía. Mientras tanto la esclava bebía y cantaba todos los días con una alegría que reflejaba una gran felicidad. "El día en que tenían que incinerar al muerto y a su sirvienta, fui al río donde estaba el barco. Ya lo habían sacado a tierra. Cuatro pilastras angulares de abedul y de otras maderas estaban preparadas y alrededor se alzaban grandes imágenes de madera parecidas a personas. Entonces tiraron del barco y lo izaron encima de los soportes. Mientras tanto, los hombres iban de aquí para allá y decían palabras que yo no comprendía. Ínterin el muerto seguía aún en su tumba. Luego colocaron una banqueta en el barco y la cubrieron con cojines, brocado griego de seda y almohadas del mismo tejido. "Después se acercó una mujer anciana a la que llamaban Ángel de la Muerte. Era un mujer gigantesca, vieja, gruesa y de expresión sombría y cuya misión consistía en vestir al difunto y en matar a la esclava elegida. Sacaron al muerto de su tumba y le quitaron las ropas con las que había fallecido. Observé que estaba completamente negro, pero lo curioso es que no apestaba y en él nada había cambiado excepto el color de su piel. Luego lo vistieron con calzones, pantalones, botas, casaca y abrigo de tela bordada de oro y con botones de oro, le encasquetaron una gorra de seda adornada con piel de marta y lo llevaron a la tienda de campaña que había en el barco. Allí lo colocaron sobre mantas mullidas y lo sostuvieron con cojines. "A continuación trajeron nabid, frutas y hierbas aromáticas, que colocaron junto al muerto. También depositaron pan, carne y cebollas. Luego cogieron un perro, lo despedazaron por la mitad y lo llevaron al barco. También dispusieron junto al difunto sus armas; trajeron dos caballos, los hicieron correr hasta que el sudor los empapaba, los despedazaron con sus espadas y arrojaron los despojos al barco. Asimismo descuartizaron dos bueyes, que corrieron igual suerte. Finalmente vinieron con un gallo y una gallina, los mataron y los arrojaron al barco. La esclava que había deseado que la matasen iba entre tanto de una a otra tienda de campaña y cada propietario cohabitaba con ella y le decía: "Comunícale a tu señor que hago esto por ti". Cuando llegó la tarde, arrastraron a la esclava hasta un armazón por el estilo de un marco de puerta y la elevaron tanto que rebasó el armazón y le hablaron en su lengua. Esto se repitió tres veces. Luego le alargaron una gallina, la esclava le cortó la cabeza, lo mismo que a un gallo y los arrojó al barco. Le pregunté al intérprete qué significaba todo aquello. "Él contestó: "Cuando elevaron por primera vez a la sirvienta, ella dijo: "Mira, veo a mi padre y a mi madre". A la segunda vez, dijo: "Mira, veo a todos mis parientes difuntos". A la tercera vez dijo: "Mira, veo a mi señor sentado en el más allá y todo está placentero y verde, y junto a él hay hombres y jóvenes criados. Él me llama, dejadme ir a él". "Entonces se dirigieron con ella al barco. Allí se despojó de los dos brazaletes que llevaba y se los dio a la anciana a la que llamaban Ángel de la Muerte y que era la encargada de matarla. Se quitó también sus dos ajorcas y se las regaló a la hija de la anciana. La subieron al barco, pero no la dejaron entrar todavía en la tienda de campaña. Llegaron entonces hombres con escudos y barras de madera y le dieron nabid en una copa. Ella la tomó, cantó y la vació. " - Con esta copa - dijo el intérprete - se despide de sus amigas". "Luego le alargaron otra copa más. La tomó y cantó una larga canción. Pero la vieja la empujaba para que se diese prisa, vaciase la copa y entrara en la tienda de su señor muerto. La miré y noté que el miedo la embargaba. Cierto que ella quería entrar en la tienda, pero sólo asomaba la cabeza. Entonces la vieja la agarró por la cabeza, tiró de ella hacia la tienda y entró acompañándola. Los hombres empezaron a golpear en los escudos con sus barras de madera para que no la oyeran gritar y para que otras mujeres no se asustasen y no quisieran ya morir con su señor. "Entonces entraron seis hombres en la tienda y todos cohabitaron con la esclava. Después la tendieron al lado del muerto. Dos hombres la agarraron por los pies, otros dos por las manos y la anciana, a la que llamaban Ángel de la Muerte, le colocó un nudo corredizo alrededor del cuello y alargó las puntas a los dos hombres para que tirasen. Ella misma avanzó con un cuchillo grande y ancho, se lo clavó a la muchacha entre las costillas y lo sacó. Los dos hombres la estrangulaban con el nudo, hasta que murió. "Seguidamente se adelantó el pariente más próximo del difunto, tomó un madero y le prendió fuego. Luego caminó de espaldas hacia el barco, vuelto su rostro al pueblo y en una mano empuñaba el madero mientras la otra la tenía puesta en la parte trasera de su cuerpo: iba desnudo y prendió fuego a las maderas que habían amontonado debajo del barco. Luego se acercaron también los otros con sus maderas encendidas y las arrojaron en la hoguera. Pronto ardió en llamas, primero el barco, luego la tienda de campaña, luego el hombre y la muchacha y todo lo que el barco contenía. "Sopló un fuerte viento, de modo que las llamas se hicieron aún mayores y el fuego, más poderoso. Y ni siquiera había pasado una hora cuando ya el barco y la leña, la muchacha y el muerto se habían convertido en cenizas. Seguidamente erigieron en el sitio donde había estado el barco una colina redonda. En la cima colocaron un gran poste de madera de abedul. En él escribieron el nombre del muerto y el nombre del rey de los Rus. Y continuaron su camino." Una descripción opresiva, cruel, aterradora, un relato que incluso después de más de un milenio deja en suspenso. Pero no es ningún caso único. Otros viajeros árabes han confirmado el minucioso relato de un enterramiento escrito por Ibn Fadlan. Cuando alguien moría, cuenta Al Massudi, su mujer se quema viva con él y muchas mujeres deseaban ardientemente convertirse en ceniza con sus maridos para seguirle al paraíso. Y por Ibn Rustah sabemos que los varegos construían las tumbas de sus caudillos, grandes, como casas espaciosas en las que además de ropas, armas y brazaletes de oro, provisiones y monedas introducían también a las favoritas de sus noches. Las encerraban con él mientras aún tenían vida. Luego se cerraba la puerta de la tumba y ellas morían allí. ¿Fábulas, relatos de oídas, historias escalofriantes y de horror? De ningún modo. Los arqueólogos han descubierto bastantes tumbas que responden exactamente a estos relatos. L
 
os Grandes Arsenales de los Muertos. Principalmente en Suecia se han encontrado numerosas tumbas-piras cuyas cenizas contienen restos de armas, así como rastros de adornos femeninos: la señal más segura de que una mujer seguía en la muerte a su marido o propietario; o mejor dicho: la quemaban con él y quedaba convertida en ceniza. También numerosas sepulturas bajo tierra han conservado los restos conjuntos de hombres y mujeres. En las cámaras mortuorias de los ricos comerciantes de Birka, por ejemplo, se encontraron varios detalles reveladores de que el muerto había emprendido su último viaje en compañía de su esposa o de una esclava joven. Del mismo modo, parece que muchas damas de Birka estaban convencidas de que también en el más allá necesitarían la ayuda de una sirvienta. En una espaciosa cámara funeraria, los arqueólogos encontraron los esqueletos de dos mujeres. Uno de ellos estaba en una postura extrañamente contorsionada. El hallazgo permite conjeturar que una dama de alta posición, tal vez una princesa, quizá una reina, se había llevado a la tumba a una esclava. Y desde luego con vida; su postura contorsionada revelaba claramente que sólo se asfixió después de que hubieran cerrado la cámara. Tampoco la reina Asa, del famoso barco noruego de Oseberg emprendió sola el viaje. Una anciana de unos sesenta a setenta años, artrítica y reumática, con la columna vertebral casi rígida, la acompañaba. Indudablemente, su sirvienta. Pero más importantes que estas confirmaciones de fuentes literarias son los objetos que los arqueólogos han encontrado en las tumbas de los vikingos en el transcurso de siglo y medio, objetos que, además de las vitrinas, ocupan también los almacenes de los museos nórdicos desde el suelo hasta el techo y ofrecen un amplio cuadro de la cultura material de los vikingos. Los arqueólogos alemanes han contribuido a ensanchar este cuadro mediante las investigaciones que realizaron en los cinco grandes cementerios de Haithabu. De un total de diez mil sepulturas, hasta ahora se han excavado dos mil. Las excavaciones, además de proporcionar una abundancia casi incalculable de hallazgos, confirmaron las multifacéticas características del culto funerario nórdico. Los habitantes del Wik enterraban a sus muertos tanto en cámaras, fosas o féretros. Las cámaras funerarias las proveían abundantemente de objetos; las fosas, sólo con carácter esporádico. En el cementerio de ataúdes de la vertiente sur del Hochburg únicamente las tumbas de las mujeres contenían objetos de adorno y utensilios, en tanto que las de los hombres, excepto raras excepciones, estaban vacías.
 
En el cementerio propiamente dicho del Hochburg (baluarte, acrópolis) sólo se encontraron tumbas-piras. El cementerio descubierto en 1957 junto a la puerta sur, iniciado alrededor del 800 por los frisones, contiene únicamente urnas. En Dinamarca adquirió renombre internacional el cementerio de Lindholm Hoje, cerca de Alborg, en Jutlandia del Norte. Los hallazgos fueron muy escasos, ya que el cementerio se componía de casi exclusivamente de tumbas-piras cuyos objetos, catalogados en forma de cenizas y escoria, permitían reconstruir con toda claridad el proceso de la tumba-pira. El jefe de las excavaciones, Thorkild Ramskov, ha descrito este proceso de la manera siguiente: "La incineración de los cadáveres no se efectuaba en el cementerio, sino en un lugar desconocido. Juntamente con el muerto, se quemaban los objetos y animales que había de llevar consigo. Éstos podían consistir en objetos de adorno, cuentas de cristal, cuchillos, ruecas, piedras de afilar, piedras para el juego de tablas, un perro, una oveja y más raramente un caballo o una vaca. Los restos de la pira se llevaban después al cementerio y se extendían en un círculo de aproximadamente un metro de diámetro que se cubría con una delgada capa de tierra. Encima podía colocarse una vasija para los sacrificios". En este cementerio se puede estudiar, como en ninguna otra parte, la técnica de la colocación de piedras incluso en sus formas más antiguas: triangulares, rectangulares, circulares y ovaladas. Las tumbas en forma de barco, típicas de la época de los vikingos, superan a todas las demás.
 
Las investigaciones de Ramskov muestran lo descuidados que estaban estos cementerios. Por tanto ha llegado a la conclusión de que su significado simbólico se extendía sólo al acto de dar sepultura. Opina que se invitaba a las almas de los muertos a ponerse en marcha mediante la colocación de piedras en forma de barco. Una vez efectuada esta invitación, la tumba en sí carecía de interés. También el gran cementerio de Birka, la en otros tiempos isla de los comerciantes en el lago Mälar, muestra en la época de los vikingos coexistían distintas clases de enterramiento. Los grandes señores se hacían enterrar en cámaras funerarias, con perro y caballo, armas y arreos. Normalmente, a las mujeres se las enterraba en sencillos féretros de madera: quizás un signo del alborear de la cristianización, que encontraba en la isla de los comerciantes uno de sus principales puntos de apoyo. Sin embargo, entre las dos mil quinientas colinas funerarias del cementerio de Birka también hay numerosas tumbaspiras. Por lo visto, esta forma de enterramiento, precisamente en Suecia, defendió con tenacidad sus últimas trincheras. , Lindholm Hoje y Birka son los grandes arsenales de muertos en esta investigación de las costumbres mortuorias de los vikingos. Pero las auténticas celebridades de las tumbas de los vikingos son tumbas aisladas: los renombrados mausoleos de los grandes hombres y reyes nórdicos. De entre ellos cabe citar como los más importantes: La tumba-barco de Haithabu; la colina real de Jelling; la tumba del caudillo de Mammen; la tumba-barco del señor de Ladby; las tres tumbas-barco de Tune, Gokstad y Oseberg junto al fiordo de Oslo. Tumbas Principescas de los Vikingos. La tumba-barco de Haithabu, junto a Schleswig, estaba situada al sur de la superficie amurallada de la vieja ciudad, emporio comercial de los vikingos, y se dibujaba como una pequeña elevación ovalada en medio del paisaje, antes de que las excavaciones de 1908 la pusieran al descubierto. Lo formaba una gran cámara funeraria de madera de 3.40 por 2.40 metros y dividida en dos aposentos por tablones puestos de lado. Los aposentos contenían objetos muy valiosos de dos o tres hombres: tres espléndidas espadas, restos de varios escudos, flechas, bridas y espuelas, una copa de cristal, una bandeja de bronce y un cubo de madera con aros de hierro. En una fosa plana al borde de la cámara estaban enterrados tres caballos. En la colina funeraria, los parientes o amigos de los difuntos habían apoyado en unas piedras, con la quilla vuelta hacia abajo, un pequeño y marinero barco de carga de unos quince a dieciocho metros de eslora. Por en el suelo sólo había ya pernos y planchas podridas.
 
La tumba que databa del siglo IX, con toda probabilidad pertenecía a un rey o uno de los miembros de una capa social especialmente privilegiada. Pero el análisis de los objetos no permite aventurar ninguna suposición sobre quiénes eran el muerto y sus acompañantes ni de dónde procedían. Tampoco la técnica seguida en la construcción de la tumba permite llegar a una conclusión convincente. Como, en teoría, se conoce la existencia de cámaras situadas bajo el barco, pero no se han encontrado más ejemplos que el de la tumba-barco de Haithabu, ésta detenta todavía hoy el valor de ser única. Únicas, por lo menos en Dinamarca, son también las dos colinas reales de Jelling de Vejle que se alzan en el recinto del templo en forma de V descubierto por Ejnar Dyggve. Se han estudiado ambas, la colina septentrional ya en el siglo pasado. En el año 1820 se descubrió en la prominencia de una altura de once metros una cámara funeraria de madera de 1´45 metros de altura, 6´70 de larga por 2´60 de profundidad, erigida por lo visto, para dos personas. Pero ni el menor rastro de enterramiento ni despojos de esqueletos. En 1861, la majestuosa colina de los muertos volvió a abrirse por expreso deseo del rey Federico VII. En esta segunda excavación sólo se halló una copa de plata y algunos objetos de madera tallada. Ochenta años más tarde, arqueólogos daneses emprendieron la excavación de la segunda colina, equipados con todo el instrumental de la moderna investigación del suelo. Durante un año efectuaron numerosos cortes en la poderosa obra. Hallaron un poste indicador, algunos utensilios de madera, unas cuantas piezas rotas de un carro, varias azadas, pero ninguna cámara funeraria ni, en general, nada que se refiriera a un posible enterramiento. Por tanto, una simple colina conmemorativa. Y una gran decepción. Se buscaban las tumbas de Gorm el Viejo y de su esposa Tyra y se tenía la firme convicción de encontrarlas allí, porque una de las dos famosas piedras rúnicas de Jelling lleva la inscripción: "El rey Gorm erigió este monumento en honor a su mujer, gloria de Dinamarca". Distinta es la situación en Mammen, en la Jutlandia central. El muerto enterrado bajo una gran colina de tierra en un féretro hecho con tablas de encina, incuestionablemente un miembro perteneciente a la clase de los grandes hombres daneses, ha quedado en el anonimato, pero su tumba permaneció respetada e incólume. El caudillo de Mammen descansaba sobre almohadas de plumas y conservaba mangas de seda bordadas de oro, una cinta de seda finamente tejida y prendas de lana con adornos bordados.
 
Entre los objetos encontrados en su tumba había una hermosa olla de bronce, un gran cubo de madera y una vela de cera. A los pies del muerto estaban dos hachas de combate, una de ellas con una rica incrustación en plata, cuyos adornos, junto con la collera de caballo en forma de cabeza de león, dieron su nombre al estilo artístico Mammen que hasta hoy ha conservado este carácter de frontispicio. A los objetos del caudillo de Ladby en el nordeste de Fionia no les ha correspondido una gloria semejante. Sin embargo, el descubrimiento de su tumba, hasta ahora la única tumba-barco en Dinamarca, cuenta entre las horas estelares de la arqueología nórdica. El barco funerario de Ladby se alza sobre la quilla en una hondonada previamente excavada y que debía impedir que se tumbara o rompiera bajo el peso de las cosas que contendría el barco. A pesar de esta precaución, la parte de estribor de la proa del barco había dejado escapar su macabra carga: un detalle sorprendente, pero comprensible cuando se comprobó que los familiares del señor de Ladby habían traído para la estancia de aquél en el más allá nada menos que la carga que pudieron transportar once caballos. Uno de los caballos situado en la parte de babor en el centro del barco, tenía puesta aún su costosa brida y era probablemente el caballo que había montado el difunto. El barco también contenía gran número de huesos de perro y los arreos de un tronco de caballos que debía estar compuesto por un mínimo de cuatro animales. Confirman la alta categoría del caudillo de Ladby una hebilla de cinturón de plata maciza con adornos de hojas doradas, un plato dorado, una fuente de bronce, una vasija de madera de más de medio metro de diámetro, así como un tablero de juego. Otros veinticinco objetos más ya no fue posible identificarlos.
 
 En vida, el señor de Ladby, lo mismo que el caudillo de Mammen, había llevado vestidos bordados de oro y descansado sobre cojines y almohadas de plumas y ordenó que igual le dispusieran para su último descanso. En contraposición, su armamento era modesto. Aparte un escudo de hierro, el barco Ladby sólo contenía 45 puntas de flecha. Pero también se halló una explicación plausible para este fenómeno. Porque el señor de Ladby, ya en tiempos remotos, había sido despojado. Robado y en cierto modo hurtado él mismo. Los profanadores de tumbas habían abierto la colina funeraria y evacuado a su morador y, por cierto, lo habían hecho tan concienzuda y metódicamente, que no cabía hablar de un trabajo improvisado. Su acción había exigido por lo menos, según pudieron deducir los arqueólogos por las huellas que habían dejado, catorce días de esfuerzos. Se trataba, por tanto, de una excavación planificada. Pero el objetivo y el fin de la empresa sólo podían conjeturarse. Era posible que hubieran trasladado de noche al caudillo de Ladby porque sus familiares hubiesen decidido descuartizarlo, convirtiéndolo así en inofensivo; pero es más probable que en su colina funeraria, incluso después de la época de las misiones se siguieran celebrando sacrificios a los que, mediante la exhumación del muerto, se les preparaba un final cristiano. Las armas del gran hombre danés, enterrado alrededor del 950, debían seguir siendo utilizables en la época del traslado: lo mismo que el muerto cambió de morada, cambiaron ellas de poseedor. También Suecia conoce una serie de semejantes tumbas-barco.
En Uppland, por ejemplo, se han examinado cementerios en los cuales, bajo casi todas sus colinas funerarias, como hacen suponer los pernos de hierro que se han encontrado, hubo en remotos tiempos un barco. Pero las tumbas-barco más grandiosas se han descubierto en Noruega. Ya en 1867, en la colina funeraria excavada en Tune en el margen este del fiordo de Oslo, arqueólogos nórdicos encontraron los restos mortales de un hombre que, junto con su caballo, había sido enterrado en la cubierta de popa de su barco calafateado con musgo y enebro. Los objetos que enterraron con él se conservaron mal. Aparte de una espada, un escudo, una punta de lanza, varias cuentas de cristal, restos de telas y finalmente de madera con adornos tallados, no se pudo identificar ningún objeto más. También la tumba de Tune fue saqueada por bandidos. Pero el barco y la colina de tierra, de ochenta metros de ancho, muestras inequívocamente que el señor de Tune había sido un hombre rico y poderoso que se había llevado consigo al más allá buena parte de sus pertenencias personales. También en el barco de Gokstad, descubierto en 1880 en el margen oeste del fiordo de Oslo, encontró su último descanso un acaudalado caudillo vikingo de vigorosa constitución, de 1´78 metros de estatura, al que se había enterrado en una cámara mortuoria de tosca constitución en forma de tienda de campaña, situada en la popa del barco, junto con doce caballos, seis perros y gran número de objetos. Desde la olla de bronce hasta el candelabro, desde la azada de madera hasta la lanza de cazador, desde los utensilios de cocina hasta un gran cántaro de agua para beber, desde el tablero de madera para juegos hasta los esquís tallados se le había provisto de todo lo que un señor de su categoría necesitaba para un largo viaje, además de tres botes de remos de madera de encina y seis espaciosas camas. Pero el bienestar mostrado de modo tan ostensible por el hombre de Gokstad palidece junto a la riqueza de la dama que en el barco de Oseberg, excavado en 1904, había emprendido su último viaje. Sus parientes la habían equipado para su estancia en el reino de los muertos con tres espléndidos trineos y un carruaje de lujo, tres camas, tres arcones, dos tiendas de campaña, una silla, una lámpara de pie de hierro y un cubo de madera que podía contener 126 litros. La cuadra y el pastizal habían proporcionado quince caballos, cuatro perros y un buey; los campos y campiñas facilitaron, además de numerosos utensilios menores, un sólido trineo para transportar estiércol. A esto se le añadía un surtido completo de todo lo necesario en una cocina: cazuelas y sartenes, platos y fuentes, hachas y cuchillos, piedras de amolar y artesas, ollas y cubos, trigo y avena, manzanas y nueces y, naturalmente, rico y abundante forraje. También se la había provisto en abundancia de lo necesario para las ocupaciones caseras durante la larga ausencia. Cuatro telares con los correspondientes tornos y husos, tijeras y punzones; piedras de afilar y planchas nos presentan a la muerta como una dama que también al otro lado del río quería ocuparse en la confección de telas y vestidos. Sobre todo debía ser una amante de las telas costosas. Su cámara funeraria estaba adornada con trabajos coloreados y tapices. Tanto las mantas y las prendas como las almohadas y los cojines de plumas demuestran que no sólo había sido aficionada a la comodidad, sino que también tenía buen gusto y un sentido muy vivo para las cosas bellas de la vida.
 
Una de las causas del alcance mundial de la fama de la tumba de Oseberg estriba en que en este caso era posible identificar a su moradora con un gran coeficiente de probabilidades de acertar. El barco de Oseberg pudo haber sido la última residencia de la reina Asa, la hija de Havald Barbarroja, la fundadora del gran reino nórdico. La saga Ynling nos ha transmitido su historia. Barbarroja se negó a dar su hermosa hija Asa, como esposa, al rey Gudröd de Westfold y por esto le atacó y mató el despechado pretendiente. Raptada, la llevaron por la fuerza al lecho matrimonial; la inteligente Asa pareció someterse. Pero en realidad pensaba sin cesar en la venganza. Un año después del nacimiento de su hijo Halvdan se le presentó la oportunidad de hacer expiar la afrenta que le habían infligido a ella y a su familia. Para decirlo con las palabras de la saga Ynling: "Gudröd realizó un viaje y se detuvo en Stiflusund. Allí hubo una gran borrachera a bordo e incluso el rey se embriagó mucho. Al anochecer, cuando ya había oscurecido, abandonó el barco y al llegar al final de la escalerilla, un hombre lo atacó y atravesándolo con su lanza lo mató. Al hombre lo ejecutaron inmediatamente y por la mañana, al amanecer, reconocieron con sorpresa que se trataba del criado de la reina Asa". La enérgica y orgullosa reina aceptó francamente su acción y los asombrados hombres de Gudröd doblaron con respeto la rodilla ante ella. Asa siguió gobernando ella sola con mano dura y fuerte hasta que su hijo Halvdan, llamado el Negro, junto con su hermanastro Olav, asumió el gobierno del país. Cuando Asa murió a la edad de cincuenta años, aproximadamente, la enterraron como a un hombre. El estudio de sus restos mortales hallados en el barco de Oseberg demostró que había sido una mujer grácil, esbelta, de constitución delicada.

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