El Heroe

Este humilde Culto escandinavo a los Héroes, la manera nórdica de considerar el Universo ajustándose a él, tiene indestructible mérito para nosotros. Es manera ruda e infantil de reconacer la divinidad de la Naturaleza, la del Hombre; muy tosca, pero cordial, robusta, gigantesca, que evidencia la inmensurable altura a que llegaría este niño cuando fuese hombre; era verdad, no siéndolo ahora. Puede considerarse la semimuda voz de las desaparecidas generaciones de nuestros Predecesores que nos grita desde las profundidades de los tiempos, en cuyas venas corre aún su sangre: Esto es lo que hicimos del mundo, la imagen y noción que nos formamos de este gran misterio, de una Vida y del Universo. No lo despreciéis. Estáis por encima de ello, en el extenso campo de vuestra visión, mas no habéis llegado todavía a la cumbre. La noción que tenéis, aunque más amplia, es parcial e imperfecta, por ser cosa que el hombre no comprenderá jamás, ni en el tiempo ni fuera de él: pasarán miles de años, se intensificará, mas el hombre continuará luchando por comprender parte de ella, porque lo supera, porque no puede comprenderla, pues es infinita



Thomas Carlyle

Introduccion a la Mitologia Escandinava

 
La llamada Mitología del Norte, puede ser considerada como un valioso vestigio de los comienzos de la poesía del Norte, antes que una representación de las creencias religiosas de los escandinavos. Tales fragmentos literarios contienen muchos indicativos de la época transicional, en la que la confusión de la antigua y la nueva fe se hace aparente. El clima y el escenario de las tierras en las que los nórdicos habitaban tuvo una gran influencia en la configuración de sus primeras ideas religiosas, al igual que en la disposición de su modo de vida. La mitología del Norte es grandiosa y trágica a un tiempo. Su tema principal es la lucha perpetua que existe entre las fuerzas de la Naturaleza beneficiosas contra las dañinas y, por tanto, no es de carácter elegante e idílico, como otras mitologías europeas. Era natural que los peligros que conllevaban la caza y la pesca bajo los cielos nublados y el sufrimiento impuesto por los largos y fríos inviernos cuando el sol nunca brilla, hicieron a nuestros antepasados nórdicos a contemplar el frío y el hielo como espíritus malignos. Con igual razón, invocaban con especial fervor las influencias benignas del calor y la luz. Con respecto a la religión, la mayoría de los pueblos meditan sobre el pasado lejano y el distante futuro: cómo empezó este mundo y qué había antes, cuáles son los límites del mundo y cómo están situados, cómo se creó al hombre, rara vez el por qué, cómo llegará el mundo a su fin y qué es lo que pasará después. Tales reflexiones son una potente fuente de mitos y también es así en el caso de los nórdicos. Nuestros conocimientos sobre su religión dependen de tres fuentes principales. La primera de ellas es la Edda Poética, un grupo de textos más o menos relacionados, unos poemas de longitud media o corta. El núcleo de esta colección llena un manuscrito llamado Codex Regius (el Manuscrito Real). Contiene veintinueve poemas, once de ellos sobre temas mitológicos y dieciséis, junto con dos fragmentos, sobre héroes y heroínas de la antigüedad germánica.
 
Los poemas éddicos están más o menos estructurados en estrofas con un grado limitado de variantes métricas, por lo cual posee una apariencia muy homogénea. Algunos son narrativos, otros son poemas de pregunta y respuesta, diálogos entre seres sobrenaturales que sirven para dar información mítica. De vez en cuando hay una serie de estrofas que contienen sabiduría o proverbios atribuidos a una de las divinidades. Está el caso del poema llamado Hávamál (el Discurso del Altísimo). Es una obra compleja, compuesta por secuencias de estrofas individuales que fueron reunidas bajo un único encabezamiento de una fecha temprana. Incorpora temas de gran antigüedad, probablemente de la Era Vikinga. Cuenta algo de la visión nórdica del mundo. Gran parte del poema está escrito en forma de proverbios, útiles consejos, pero algo pragmáticos, de cómo dirigir la vida. Se habla de la amistad, de sus obligaciones y beneficios, de los deberes de la hospitalidad, de la importancia de la prudencia en todo momento, de la necesidad de estar bien considerado por los demás, etc. Hay, en este poema, material mágico, cantos y hechizos y una secuencia narrativa de los acontecimientos. La Edda en Prosa, compuesta por el escritor islandés Snorri Sturluson, es la segunda gran fuente de material mitológico escandinavo.

El libro se distribuye en cuatro secciones: un prólogo; Gylfaginning (La Alucinación de Gylf); Skáldskaparmál (la Dicción de los Poetas) y el Háttatal (Recuento de Estrofas). Finalmente, la tercena fuente que nos ayuda a recomponer la religión nórdica son los poemas escáldicos, con sus intrincadas composiciones y metáforas que aluden casi siempre de forma indirecta a las cosas o personas, por medio de los kenningar. No resulta sencillo sacar un conjunto coherente de la mitología escandinava de esta mezcla de fuentes de diferentes lugares y épocas y que responden a diferentes demandas literarias a su vez. Es mucho suponer que en toda Escandinavia se mantuvieran exactamente las mismas ideas y creencias, así como convicciones religiosas, sin variaciones. Hay una confusión de relatos: algunos pertenecen a secuencias claras, otros están aparentemente dispersos, sin ningún fin. Es difícil establecer cuánto hay de auténtica leyenda nórdica y cuánto de invención puramente literaria. También es tema de debate qué papel juegan los mitos en las creencias nórdicas, ya que un mito en sí, se dice, usa algunas ideas populares que tratan de fenómenos históricos o naturales. Entre los mayores mitos escandinavos están aquellos que explican el principio y final de este mundo, su distribución, la creación de los primeros humanos y las luchas entre el bien y el mal, como asuntos de vital importancia para sus vidas culturales. No es sorprendente que ninguno sea muy preciso.

Es una mitología apropiada para una raza guerrera, en la que las matanzas y las traiciones son moneda corriente y en la que un hombre importante demuestra su grandeza luchando contra un destino que sabe inevitable. Hoy no hay modo de saber en qué medida los mitos literarios representaban lo que los vikingos creyeron realmente o lo que guiaba sus actos en sus vidas diarias. Los vikingos mismos no hicieron constar detalles de su religión pagana y los cristianos que entraron en contacto con ellos estuvieron poco dispuestos a describir el paganismo o a darle crédito en modo alguno. Si lo mencionaban era generalmente en términos despectivos. El único templo pagano sobre el cual tenemos una información detallada es el de Gamla Uppsala, en Suecia central, que fue descrito por el clérigo alemán Adam de Bremen en el siglo XI. Dice que todo el edificio era dorado. El templo contenía los ídolos de tres de sus dioses. Cada uno de ellos contaba con sus propios sacerdotes y la gente les ofrecía sacrificios para obtener beneficios apropiados. Los eruditos modernos han tendido a quitar importancia a la magnitud de las celebraciones mayores tan prolijamente y, tal vez imaginativamente, descritas en las sagas y a poner de relieve en su lugar los aspectos más locales del culto. Igual que los pueblos germánicos en general, los escandinavos no tenían una casta sacerdotal propiamente designada. El sacerdote también era un jefe seglar, la cabeza de una familia o de la sociedad local. Aquí las Sagas Islandesas son de especial importancia, aunque de nuevo su fecha tardía y fondo cristiano pueden hacer que su información sea poco fiable como documento histórico descriptivo de las creencias paganas antiguas. No obstante, dan a entender que la religión pagana nórdica estaba estrechamente unida al ciclo anual y a la jerarquía social seglar, como ocurre en el caso de los godar, en Islandia. ·Inicios y Creación. Un buen lugar con el que empezar es con la parte más antigua del gran poema éddico "Völuspá" (La Profecía de la Vidente). Ésta data probablemente del año 1000, cuando Cristo empezaba a ejercer una gran influencia en los asuntos nórdicos. Por ello, el poema, tal como lo conocemos, puede mostrar la mitología nórdica influida por la cristiana. Además, el texto del Codex Regius lo muestra en un estado ya mutilado. Hay obvias lagunas en él y probablemente interpolaciones difícilmente rastreables.

El poema se presenta como la declaración de una "völva" (vidente, sibila) no conocida, ante la existencia de Valfodr, uno de los muchos nombres de Odín. Él le había pedido que le contase los antiguos relatos de los hombres, las primeras cosas que podía recordar. Empezó hablando de sus recuerdos de épocas primigenias, para continuar con acontecimientos posteriores, aunque muy antiguos y finalmente, siguió con el futuro, el cual profetizó, presumiblemente ante la inquietud de Odín. Dice del estado más primitivo del universo: Fue en tiempos remotos, cuando nada había, ni arena ni mar ni frías olas, ni tierra ni altos cielos, sólo un gran vacío y nada crecía. Así pues, cuando nada había y la oscuridad reinaba en todas partes, existía un poderoso ser llamado Allfather (Padre de Todo), al que imaginaban confusamente tanto no creado como no visto, y todo lo que él deseaba era aprobado. Era una especie de ser invisible que había existido desde siempre, y el cual contaba con once nombres más. En el centro del espacio se encontraba, en el albor del tiempo, un gran abismo llamado Ginnungagap, la grieta de entre las grietas, la sima grandiosa, cuya profundidad no alcanzaba a ver ningún ojo y que estaba cubierto en una constante penumbra. Al norte de este lugar se encontraba un espacio o mundo conocido como Niflheim (el mundo de la niebla y la oscuridad) en el centro del cual burbujeaba el inagotable manantial Hvergelmir (la caldera hirviente), cuyas aguas abastecían doce grandes corrientes conocidas como las Elivagar. Como las aguas de estas corrientes fluían velozmente desde su origen hasta encontrarse con las frías ráfagas de la sima grandiosa (Ginnungagap), se solidificaban pronto en enormes bloques de hielo, que rodaban hacia las inconmensurables profundidades del gran abismo con un continuo estruendo atronador. Al sur de esta oscura fosa, en dirección opuesta al Niflheim, el reino de la niebla, se localiza otro mundo conocido como Muspellsheim (el hogar del fuego elemental), donde todo era calor y luz y cuyas fronteras eran guardadas continuamente por Surtr, el gigante de la llama. Este gigante blandía ferozmente su reluciente espada, lanzando continuamente grandes cantidades de chispas, que caían con un silbido sobre los bloques de hielo en el fondo del abismo, derritiéndolos parcialmente con su calor incandescente. Ymir y Audhumla. Las nubes de vapor se elevaban y, al encontrarse de nuevo con el frío, se transformaban en escarcha, la cual, capa a capa, rellenaba el espacio central. De esta manera, por la continua acción del frío y el calor, y también debido probablemente a la voluntad de Allfather, una gigantesca criatura llamada Ymir u Olgelmir (arcilla hirviente), la personificación del océano congelado, nació entre los bloques de hielo del Ginnungagap y como fue creado a partir de la escarcha, se le llamó Hrimthurs o el Gigante de Hielo. Andando a tientas en la oscuridad en busca de alimento, Ymir se encontró con una vaca gigantesca llamada Audhumla (la alimentadora), que había sido creada de la misma manera y con los mismos materiales con los que el gigante había sido concebido. Corriendo hasta ella, Ymir observó con placer que de sus ubres fluían cuatro grandes arroyos de leche, que le proporcionarían alimento más que suficiente. Todas sus necesidades fueron satisfechas de esta manera; sin embargo, la vaca, buscando comida a su vez a su alrededor, comenzó a lamer la sal de un bloque de hielo cercano con su áspera lengua. Siguió haciendo esto hasta que primero aparecieron los cabellos, después la cabeza entera de un dios emergió de su helada envoltura y finalmente Buri (el productor) se vio completamente liberado. Mientras la vaca se encontraba ocupada de esta manera, Ymir, el gigante, se había quedado dormido y mientras dormía un hijo y una hija habían nacido de la transpiración bajo sus axilas y sus pies habían producido el gigante de seis cabezas Thrungelmir, el cual, poco después de nacer, dio a luz a su vez al gigante Bergelmir, del cual descienden todos los gigantes malignos helados. Odín, Vili y Ve. Cuando los gigantes se dieron cuenta de la existencia del dios Buri y de su hijo Börr (nacido), al cual había producido inmediatamente, una guerra surgió entre ellos, ya que al representar dioses y gigantes las fuerzas opuestas del bien y del mal, no cabía la posibilidad de que pudieran vivir juntos en paz. Naturalmente, la lucha continuó durante años sin que ningún bando lograra una decidida ventaja, hasta que Börr se casó con la giganta Bestla, hija de Bolthjorn (la espina del mal); de la pareja nacieron tres poderosos hijos: Odín (espíritu), Vili (voluntad) y Ve (sagrado). Estos tres hijos se unieron inmediatamente a su padre en su lucha contra los gigantes de hielo enemigos y finalmente lograron matar a su rival más devastador, el gran Ymir. Mientras caía sin vida, la sangre manó de sus heridas en cantidades tan grandes que terminó produciendo un gran diluvio en el que pareció toda su raza, a excepción de Bergelmir, el cual logró escapar con su esposa en un bote hasta los confines del mundo. Allí construyó su morada, llamando al lugar Jötunheim (hogar de los gigantes) y allí engendró una nueva raza de gigantes de hielo, los cuales heredaron sus aversiones y continuaron su odio de sangre, estando siempre dispuestos a salir resueltamente de su desolado país para atacar el territorio de los dioses. Los dioses, llamados Ases (pilares y soporte del mundo) en la mitología del Norte, tras haber triunfado sobre sus enemigos y haber terminado de esta manera la guerra, comenzaron entonces a mirar a su alrededor, con la intención de mejorar el aspecto desolado de las cosas y moldear un mundo habitable. Tras la debida consideración, los hijos de Börr arrojaron el enorme cadáver de Ymir al Ginnungagap, poniéndolo en medio, y comenzaron a crear el mundo a partir de las diversas partes que lo componían. La Creación de la Tierra. De su carne moldearon Midgard (el jardín medio), el nombre que se le dio a la Tierra. Éste se situó en el centro exacto del vasto espacio, y fue cubierto con las cejas de Ymir como baluartes o murallas. La porción sólida de Midgard fue rodeada con la sangre o el sudor del gigante, que pasaron a formar el océano, el agua y los mares, mientras que sus huesos pasaron a constituir las montañas, sus dientes los precipicios y sus cabellos rizados los árboles y la vegetación. Bien satisfechos con sus primeros esfuerzos en la creación, los dioses tomaron entonces la abultada calavera del gigante y la equilibraron diestramente para formar los cielos abovedados sobre tierra y mar. Después esparcieron sus sesos a través de sus vastas extensiones para crear de ellos las nubes. Dice Alto (Odín) citando estrofas del poema de preguntas y respuestas Grímnismál: De la carne de Ymir se hizo el mundo, y de su sangre, el mar. De sus huesos, peñascos; de sus cabellos, árboles; y de su cráneo, la bóveda celeste. Y de sus cejas, los dioses geniales hicieron Midgard para la humanidad. Y de sus sesos se crearon todas esas crueles nubes de tormenta. Para sostener la bóveda celestial, los dioses colocaron a los poderosos enanos Nordri, Sudri, Austri y Westri en sus cuatro esquinas, ordenándoles que lo sostuvieran sobre sus hombros. De ellos recibieron los cuatro puntos cardinales sus nombres actuales de Norte, Sur, Este y Oeste. Para iluminar el mundo creado, los dioses sembraron la bóveda celestial con chispas procedentes de Muspellsheim, puntos de luz que brillaban constantemente a través de la oscuridad como estrellas relucientes. Las más luminosas de estas chispas, sin embargo, se reservaron para la forja del Sol y de la Luna, los cuales fueron colocados en bellos carros de oro. Cuando todos los preparativos concluyeron, y los corceles Arvakr (el despertador temprano) y Alsvin (el marchador veloz) fueron enganchados al carro del Sol, los dioses, temiendo que los animales pudieran perjudicarse por su proximidad a la ardiente esfera, colocaron bajo sus crucetas grandes pieles rellenas de aire o alguna sustancia refrigerante. También forjaron el escudo Svalin (el refrigerante) y lo situaron delante del carro para protegerles de los rayos directos del Sol, los cuales, de otra manera, podrían haberles carbonizado a ellos y a la Tierra. De forma similar, el carro de la luna fue provisto con un ágil corcel llamado Alsvider (el más veloz); sin embargo, no se precisó de ningún escudo que le protegiera de los ligeros rayos de la Luna. Mani y Sol.

Los carros estaban preparados, los corceles enganchados e impacientes para comenzar lo que iba a ser su recorrido diario, pero ¿quién iba a guiarles por el camino correcto?. Los dioses buscaron a su alrededor y los dos bellos hijos del gigante Mundilfer llamaron su atención. Él estaba muy orgulloso de sus hijos y les había dado el nombre de las recién creadas orbes, Mani (la luna) y Sol (el Sol). Sol, la doncella del Sol, era la esposa de Glaur (el brillo), el cual era probablemente uno de los hijos de Surtr. Los nombres probaron haber sido otorgados acertadamente, pues el hermano y la hermana fueron nombrados los encargados de conducir los corceles de sus brillantes homónimos. Tras recibir los debidos consejos de los dioses, fueron llevados hasta el cielo y día tras día, cumplieron con sus obligaciones asignadas conduciendo los corceles a través de los senderos celestiales. Dice así el Hávamál: Sabed que Mundilfer es el alto padre de Mani y Sol; los años pasarán uno tras otro, mientras ellos marcan los meses y los días. Después, los dioses convocaron a Nott (noche), una de las hijas de Norvi, uno de los gigantes y le confiaron el cuidado de un oscuro carro tirado por un corcel negro, Hrimfaxi (crines de hielo), de cuyas crines ondeantes caía el rocío y la escarcha hasta la tierra. La diosa de la noche se había casado en tres ocasiones y con su primer esposo, Naglfari, había tenido un hijo de nombre Aud; con el segundo, Annar, una hija llamada Jörd (tierra) y con el tercero, el dios Delliger (amanecer), otro hijo, cuya belleza era sublime y al cual se le dio el nombre de Dag (día). Tan pronto como los dioses se percataron de la existencia de este hermoso ser, le proporcionaron también un carro tirado por el resplandeciente corcel blanco Skinfaxi (crines brillantes), de cuyas crines resplandecientes rayos de luz brillaban en todas direcciones, iluminando el mundo y trayendo consigo luz y alegría para todos. Los Lobos Sköll y Hati. Pero ya que el mal siempre sigue de cerca los pasos del bien con la intención de destruirlo, los antiguos habitantes de las regiones del Norte imaginaron que tanto el Sol como la Luna eran perseguidos incesantemente por los fieros lobos llamados Sköll (repulsión) y Hati (odio), cuyo único objetivo era alcanzar y tragarse a los brillantes objetos que perseguían, para que el mundo volviera así a estar envuelto en su oscuridad inicial. Se decía que a veces, los lobos alcanzaban e intentaban devorar sus presas, produciendo consiguientemente un eclipse de las brillantes orbes. Entonces, la gente aterrorizada provocaba un estruendo tan ensordecedor, que los lobos, asustados por el ruido, los soltaban de sus mandíbulas. Una vez libres de nuevo, Sol y Mani reanudaban su camino, huyendo con más rapidez que antes, perseguidos velozmente por los hambrientos monstruos a través de su estela, los cuales esperaban con ansia el momento en el que sus esfuerzos se vieran recompensados con el fin del mundo. Las naciones del Norte creían que sus dioses habían emergido de una alianza entre el elemento divino (Börr) y el mortal (Bestla, la giganta), por lo que eran finitos y estaban condenados a perecer junto al mundo que habían creado. Mani también estaba acompañado de Hiuki, la Luna creciente, y Bil, la Luna menguante, dos niños que él había arrebatado de la Tierra, donde un cruel padre los había obligado a acarrear agua durante toda la noche. Nuestros antepasados creían ver a estos niños, con sus cubos perfilándose levemente sobre la Luna. Los dioses no sólo nombraron al Sol, la Luna, el Día y la Noche para señalar el transcurso del día, pues también asignaron al Atardecer, la Medianoche, la Mañana, el Amanecer, el Mediodía y la Tarde para que compartieran sus tareas, nombrando al Verano y al Invierno como los gobernadores de las estaciones, como dirigentes del paso de los años, hasta el ocaso de los dioses. Verano, desciende directamente de Svasud (el suave y el encantador). Heredó el carácter gentil de su señor y era amado por todos excepto por Invierno, su mortal enemigo e hijo de Vindsual, el cual era a su vez hijo del desagradable dios Vasud, personificación de los vientos helados. Los vientos fríos soplaban continuamente desde el Norte, enfriando toda la Tierra y los nórdicos creían que eran puestos en movimiento por el gran gigante Hresvelgr (el devorador de cadáveres), el cual, ataviado con plumas de águila, se sentaba al borde del extremo norte de los cielos y cuando levantaba sus brazos o alas, frías ráfagas se creaban y soplaban despiadadamente sobre la faz de la Tierra, destruyéndolo todo con su aliento helado. Enanos y Elfos. Mientras los dioses estaban ocupados creando la Tierra y proporcionándole iluminación, una horda de criaturas con aspecto de gusano habían estado reproduciéndose en la carne de Ymir. Estas desagradables criaturas terminaron atrayendo la atención divina. Convocándoles ante su presencia, los dioses les dieron primero forma y les dotaron de una inteligencia sobrehumana, tras lo cual los dividieron en dos grandes clases. Aquellos que eran de naturaleza oscura, traicionera y taimada, fueron desterrados a Svartalfheim, hogar de los enanos negros, el cual estaba situado bajo tierra, y de donde no se les permitía salir durante el día, bajo pena de ser transformados en piedra. Se les llamaba enanos, trolls, gnomos o kobolds, y empleaban toda su energía y tiempo en explorar los escondrijos secretos de la Tierra. Coleccionaban oro, plata y piedras preciosas, que guardaban en grietas secretas de donde podían sacarlas según su deseo. Al resto de estas pequeñas criaturas, incluyendo todos los que eran hermosos, benignos y provechosos, los dioses los llamaron hados y elfos, y fueron enviados para que moraran en el espacioso reino de Alfheim (hogar de los elfos de luz), situado entre el cielo y la tierra, de donde podían descender siempre que quisieran, para cuidar de las plantas y las flores, jugar con los pájaros y las mariposas, o bailar en la hierba a la luz de la Luna. Odín, que había sido el espíritu líder en todas estas empresas, ordenó a los dioses, sus descendientes, que le siguieran hasta la vasta llanura conocida como Idawold, que se encontraba muy por encima de la Tierra, al otro lado de la gran corriente Ifing, cuyas aguas nunca se helaban. En el centro del sagrado espacio, que desde el comienzo del mundo había sido reservado para su propia morada y había sido llamado Asgard (hogar de los dioses), los doce ases (dioses) y las veinticuatro asynjur (diosas) se reunieron en asamblea a la llamada de Odín. Se celebró un gran consejo, en el cual se decretó que no se derramaría sangre dentro de los límites de su reino, o durante el tratado de paz, pues la armonía debía reinar allí por siempre. Como resultado de la conferencia, los dioses también construyeron una fragua, en la que diseñaron todas sus armas y herramientas requeridas para construir los magníficos palacios de metales preciosos, en los cuales vivieron durante muchos años en un estado de felicidad tan perfecta que este período pasó a llamarse la Edad de Oro. La Creación del Hombre y la Mujer. Aunque los dioses habían diseñado desde el principio Midgard o Manaheim, como la morada del hombre, no existían seres humanos que lo habitaran todavía. Un día, Odín, Vili y Ve, según algunas autoridades en la materia, o bien Odín, Hoenir (el birollante) y Lodur o Loki (fuego), comenzaron a caminar juntos por la orilla del mar, donde se encontraron o bien con dos árboles, el fresno (Ask) y el olmo (Embla) o con los dos bloques de madera, tallados con toscas formas humanas. Los dioses contemplaron al principio la madera inerte con silencioso asombro. Después, percatándose del uso que se le podría dar, Odín dotó a estos troncos con almas, Hoenir les concedió el movimiento y los sentidos y Lodur contribuyó con sangre y una complexión saludable. Dotados así con habla e intelecto, y con poder para amar, esperar y trabajar, y con vida y muerte, a los recién creados hombre y mujer se les otorgó libertad para gobernar Midgard a su deseo. Lo poblaron gradualmente con su descendencia, mientras los dioses, recordando que habían sido ellos los que los habían dotado con vida, se interesaron especialmente en todas sus actividades, velando por ellos y concediéndoles con frecuencia su ayuda y protección. El Árbol Ygdrassil. Allfather creó después un enorme fresno de nombre Ygdrassil, el árbol de universo, del tiempo o de la vida, el cual ocupaba todo el mundo, expandiéndose sus raíces no sólo en las más remotas profundidades de Niflheim, donde burburjeaba el manantial Hvergelmir, sino también en Midgard, cerca del pozo de Mimir (el océano) y en Asgard, cerca de la fuente Urdar. Desde sus tres grandes raíces, el árbol alcanzaba una altura tan formidable que su rama más elevada, llamada Lerald (el pacificador), ensombrecía la sala de Odín, mientras el resto de los brazos arbóreos se alzaban sobre los otros mundos. Un águila fue situada en la rama Lerald, y entre sus ojos se sentó el halcón Vedfolnir, el cual observaba con su mirada penetrante el cielo, la Tierra y Niflheim, e informaba de todo lo que veía. Ya que el árbol Ygdrassil se mantenía siempre verde y sus hojas nunca se marchitaban, servía de pasto no sólo para el chivo de Odín, Heidrun, el cual suministraba el aguamiel celestial, la bebida de los dioses, sino también para los venados Dain, Dvalin, Duneyr y Durathor, de cuyas cornamentas caía el rocío de miel hacia la Tierra, suministrando con agua todos los ríos del mundo. En la hirviente caldera Hvergelmir, cercana al gran árbol, un horrible dragón llamado Nidhung mordisqueaba continuamente las raíces y era asistido en su tarea de destrucción por innumerables gusanos, cuyo objetivo era acabar con la vida del árbol, conscientes de que su caída sería la señal de la perdición de los dioses. Correteando continuamente arriba y abajo por las ramas y el tronco del árbol, la ardilla Ratatosk (el portador de la rama), el típico entremetido y chismoso, empleaba su tiempo en repetirle al dragón los comentarios del águila y viceversa, con la intención de sembrar la cizaña entre ambos, situados a cada extremo del fresno sagrado. El Puente Bifröst. Era, por supuesto, esencial que el árbol Ygdrassil se mantuviera en perfectas condiciones de salud, una labor que realizaban las Nornas o Destinos, que lo rociaban diariamente con las aguas sagradas del manantial Urdar. Esta agua, al deslizarse hasta la tierra a través de las ramas y las hojas, suministraba con miel a las abejas. Desde ambos límites de Niflheim, arqueándose muy por encima de Midgard, se alzaba el puente sagrado, Bifröst (Asatru, el aro iris), hecho de fuego, agua y aire, cuyos palpitantes y cambiantes matices retenía y sobre el cual viajaban los dioses de un lado a otro de la Tierra o hasta el manantial Urdar, al pie del fresno Ygdrassil, donde se reunían diariamente en asamblea. De entre todos los dioses, Thor, el dios del trueno, era el único que nunca pisaba sobre el puente, por miedo a que sus pesados pasos o el calor de sus relámpagos lo destruyera. El dios Heimdall guardaba custodia y vigilancia allí día y noche. Estaba pertrechado con una espada mordaz y portaba una trompeta de nombre Gjallarhorn, con la cual solía soplar generalmente una nota suave para anunciar la venida o la ida de los demás dioses, pero la cual serviría además, para hacer sonar un terrible estruendo cuando Ragnarok, el gigante de hielo y Surtr, llegaran con intención de destruir el mundo. Los Vanes. Aunque los habitantes originales del cielo eran los Ases, ellos no eran las únicas divinidades que las razas nórdicas veneraban, pues también reconocían el poder de los dioses del mar y del viento, los Vanes, que vivían en Vanaheim y gobernaban sus dominios a su deseo. En tiempos pasados, antes de que los palacios dorados de Asgard hubiesen sido construidos, hubo una disputa entre los Ases y los Vanes y llegaron a recurrir a las armas, usando rocas, montañas e icebergs como proyectiles en la reyerta. Sin embargo, descubriendo pronto que en la unidad residía la fuerza, arreglaron sus diferencias y acordaron la paz, y para ratificar el tratado intercambiaron prisioneros. Fue de esta manera como Njörd, el Van, vino a Asgard para vivir con sus dos hijos, Frey y Freya, mientras que Hoenir, el As, el mismísimo hermano de Odín, hizo de Vanaheim su morada. ·Ragnarok, El Ocaso de los Dioses. Uno de los rasgos distintivos de la mitología nórdica es que la gente siempre creyó que sus dioses pertenecían a una raza finita. Los Ases habían tenido un comienzo y, por tanto, se razonaba, debían tener un final y si habían nacido de una mezcla de elementos divino y mortales (los gigantes), su naturaleza era imperfecta. Llevaban dentro el germen de la muerte y estaban, al igual que los hombres, destinados a sufrir la muerte física para obtener de este modo, la inmortalidad espiritual. Todo el esquema de la mitología nórdica era consiguientemente un drama, conduciendo cada paso de su historia, gradualmente, hacia el clímax o final trágico, cuando, con verdadera justicia poética, el castigo y la recompensa serían imparcialmente impuestos sobre todos sus protagonistas. Los Ases toleraron la presencia del mal entre ellos, personificado por Loki. Débilmente se dejaron llevar por sus consejos, permitieron que les involucrara en toda clase de dificultades de las cuales lograban salir sólo al precio de separarse de su virtud o la paz, y poco a poco le fueron permitiendo tener tal dominio a Loki sobre ellos, que no vacilaba en robarles sus más preciadas posesiones, la pureza, o la inocencia, personificada por Balder el Bondadoso. Demasiado tarde se dieron cuenta de lo maligno que era este espíritu, hasta que hubo encontrado un hogar entre ellos y, demasiado tarde, desterraron a Loki a la Tierra, donde los hombres, siguiendo el ejemplo de los dioses, fueron corrompidos por su siniestra influencia. Según los versos de Snorri, sacados e interpretados libremente del Völuspá: Una era de hachas, una era de espadas, de escudos destruidos, una era de tempestades, una era de lobos, antes de que la era de los hombres se derrumbe. El Invierno Fimbul. Viendo que el crimen predominaba y que todo el bien había sido desterrado de la Tierra, los dioses se percataron de que las antiguas profecías estaban a punto de verse cumplidas y que la sombra de Ragnarok, el ocaso de los dioses, ya se cernía sobre ellos. Sol y Mani palidecieron de miedo y condujeron sus carros temblorosos a través de sus caminos señalados, mirando hacia atrás, temerosos de los lobos que les perseguían y que pronto los alcanzarían y los devorarían. Conocían sus destinos, pero aún así continuaron su recorrido y se enfrentaron a su final. Y al desaparecer sus sonrisas, la Tierra se volvió triste y fría y el terrible invierno Fimbul comenzó. Los penetrantes vientos soplaron desde el Norte y toda la tierra fue cubierta con una gruesa capa de hielo. Este severo invierno duró durante tres estaciones completas sin descanso y fue seguido por otros tres, igual de duros, durante los cuales toda la alegría abandonó la Tierra y los crímenes de los hombres aumentaron con pavorosa velocidad, mientras, en la lucha general por la vida, los últimos sentimientos de humanidad y compasión desaparecieron. En los oscuros nichos del Ironwood, la giganta Iarsaxa o Angurboda, alimentaba diligentemente a los lobos Hati, Sköll y Managarm, la progenie de Fenris, con las médulas de los huesos de los asesinos y los adúlteros y tal era el predominio de estos crímenes que nunca se le restringía la comida a los casi insaciables monstruos. Diariamente ganaron fuerzas para perseguir a Sol y a Mani y finalmente, los alcanzaron y los devoraron, inundando la tierra con sangre de sus fauces goteantes. Cuenta el Völuspá: Un lobo engullirá al sol, y los hombres lo verán como una gran catástrofe. El otro lobo capturará a Mani (la luna) y tampoco eso será mejor. Las estrellas caerán del cielo. También esto sucederá: Toda la tierra y las montañas temblarán y todas las cadenas y lazos se quebrarán y romperán. Y entonces el lobo Fenrir quedará libre. Así, pues, ante esta terrible calamidad, toda la tierra tembló y se agitó. Las estrellas, asustadas, cayeron desde sus posiciones y Loki, Fenrir y Garm, renovando sus esfuerzos, hicieron pedazos sus cadenas y se dirigieron a tomar venganza. Al mismo tiempo, el dragón Nidhug logró roer la raíz del fresno Yggdrasil, que se estremeció hasta su rama más alta. El gallo rojo Fialar, posado en lo alto del Valhalla, cacareó en alto la alarma, que fue inmediatamente repetida por Gullinkambi, el gallo en Midgard, y por la rojiza ave de Hel en Niflheim. Heimdall da la Alarma. Heimdall, dándose cuenta de estos ominosos augurios y oyendo el estridente chillido del gallo, puso inmediatamente el cuerno Giallar en sus labios y sopló el toque esperado durante tanto tiempo, que se oyó en todo el mundo. Al primer sonido de esta manifestación, los Ases y los Einheriar se levantaron de sus divanes dorados y salieron valientemente del gran palacio, armados para la contienda venidera y, montando sus corceles impacientes, galoparon sobre el palpitante puente arco iris hasta el extenso campo de Vigrid, donde, como Vafthrundnir había presagiado mucho tiempo atrás, tendría lugar la última batalla. La temible serpiente de Midgar, Iörmungandr, había sido despertada por el alboroto general y con inmensos retorcimientos y conmoción, por lo que los mares fueron azotados con enormes olas como nunca antes habían alterado las profundidades del mar, se arrastró hasta la tierra y se apresuró a unirse a la terrible refriega, en la que iba a jugar un papel importante. Una de las grandes olas, agitadas por los esfuerzos de Iörmungandr, puso a flote a Nagilfar, el funesto barco, que estaba completamente construido con las uñas de aquellos muertos cuyos familiares habían fracasado, a través de los años, en su deber, habiendo olvidado cortar las uñas de los fallecidos antes de que pudieran descansar. Tan pronto como esta embarcación salió a flote, Loki embarcó en ella con el feroz ejército de Muspellheim y lo guió audazmente a través de las agitadas aguas hasta el lugar del conflicto. Éste no era el único barco que se dirigía a Vigrid, pues de un espeso banco de niebla, hacia el Norte, salió otra embarcación, pilotada por Hrym, en la que todos eran gigantes de hielo, armados por completo e impacientes por entrar en batalla contra los Ases, a quienes siempre habían odiado con todas sus fuerzas. Al mismo tiempo, Hel, la diosa de la muerte, salió por una grieta en la tierra desde su hogar en el inframundo, seguida de cerca por el sabueso de ésta, Garm. Los malhechores de su lúgubre reino y el dragón Nidhug, que sobrevoló el campo de batalla, transportando cadáveres sobre sus alas. Tan pronto como aterrizó, Loki dio la bienvenida a estos refuerzos con alegría y, colocándose en cabeza, marchó con ellos hacia la lucha. Los cielos se partieron súbitamente en dos, y a través de la enorme brecha, cabalgó Surtr con su espada flameante, seguido por sus hijos y, mientras atravesaban el puente Bifröst, con la intención de arrasar Asgard, el glorioso arco se hundió con un estruendo bajo las pisadas de sus caballos. Los dioses sabían muy bien que su fin se encontraba ahora cerca y que su debilidad y falta de previsión les había situado en gran desventaja, pues Odín sólo tenía un ojo, Tyr una mano y Frey nada, excepto un cuerno de venado con el que defenderse, en vez de su invencible espada. Sin embargo, los Ases no mostraron señales de desesperación, sino que, como auténticos dioses de guerra del Norte, se pusieron sus más ricas vestimentas y cabalgaron alegremente hacia el campo de batalla, decididos a poner un alto precio a sus vidas. Mientras reunían sus fuerzas, Odín descendió una vez más hasta el manantial Urdar, donde bajo Yggdrasil derribado, se sentaban aún las Nornas con los rostros cubiertos y guardando un silencio obstinado, con su tela que yacía rasgada a sus pies. El padre de los dioses susurró de nuevo un comunicado misterioso a Mimir, tras lo cual volvió a montar sobre su caballo Sleipnir y se reunió con el ejército que esperaba. La Gran Batalla. Los combatientes se encontraban ahora congregados en las vastas extensiones de Vigrid. A un lado, se alineaban los severos, tranquilos rostros de los Ases, los Vanes y los Einheriar, mientras que en el otro se reunían el abigarrado ejército de Surtr, los sombríos gigantes de hielo, el pálido ejército de Hel y Loki y sus horribles seguidores, Garm, Fenrir e Iörmungandr, estos dos últimos, arrojando fuego y humo, y exhalando nubes de vapores tóxicos y mortales, que llenaban todo el cielo y la tierra con su venenoso aliento. Todo el antagonismo reprimido durante eras fue liberado entonces, en un torrente de odio, cada miembro de las huestes enfrentadas luchando con inflexible determinación, como hicieron nuestros antiguos antepasados, mano con mano, cara a cara. Con un poderoso choque, que se oyó sobre el fragor de la batalla que llenaba el universo, Odín y el lobo Fenrir entraron en impetuoso contacto, mientras Thor atacaba a la serpiente Iörmungandr y Tyr medía sus fuerzas contra el perro Garm. Frey terminó con Surtr, Heimdall con Loki, a quien ya había derrotado en una ocasión anterior y el resto de los dioses y todos los Einheriar se enfrentaron a enemigos dignos de su coraje. Pero, a pesar de su preparación diaria en al ciudad celestial (Asgard), el anfitrión del Valhalla estaba destinado a sucumbir y Odín estuvo entre los primeros de los seres brillantes que fueron abatidos. Ni siquiera el elevado coraje y los poderosos atributos de Allfather pudieron resistir la oleada de mal que personificaba Fenrir. A cada momento triunfante de la lucha, su tamaño colosal asumía proporciones aún mayores, hasta que finalmente, sus fauces abiertas de par en par abarcaron todo el epacio entre el cielo y la tierra, y el repugnante monstruo se abalanzó furiosamente sobre el padre de los dioses y engulló su cuerpo entero dentro de su horrible estómago. Ninguno de los dioses pudo ayudar a Allfather en el momento crítico, ya que era tiempo de dolorosa adversidad para todos. Frey desplegó esfuerzos heroicos, pero la reluciente espada de Surtr le asestó entonces un golpe mortal. En su lucha contra el archienemigo Loki, Heimdall se desenvolvió mejor, pero su conquista final tuvo un alto precio, ya que también cayó muerto. La contienda entre Tyr y Garm tuvo el mismo final trágico y Thor, tras un terrible encuentro con la serpiente de Midgard y después de matarla con un golpe de Mjölnir, se tambaleó hacia atrás nueve pasos y se ahogó en la corriente de veneno que se derramó de las fauces del monstruo muerto. Vidar llegó entonces rápidamente desde una parte distante de la llanura para vengar la muerte de su padre Odín, y el destino presagiado cayó sobre Fenrir, cuya mandíbula inferior sintió entonces la huella del zapato que había sido reservado para ese día. En el mismo momento, Vidar asió la mandíbula superior del monstruo con sus manos y con un terrible tirón, lo partió en dos, según el relato de Snorri, y según el Völuspá, Vidar mató a Fenrir clavándole un puñal hasta el corazón. El Fuego Devorador. Habiendo perecido los demás dioses que habían tomado parte en la contienda y todos los Einheriar, Surtr arrojó súbitamente sus ardientes tizones sobre el cielo, la tierra y los nueve reinos de Hel. Las furiosas llamas cubrieron el tronco masivo del fresno del mundo, Yggdrasil y alcanzaron los palacios dorados de los dioses, que fueron consumidos por completo. La vegetación sobre la tierra fue destruida de forma similar y el terrible calor hizo que todas las aguas hirvieran. El gran incendio ardió violentamente hasta que todo fue consumido, cuando la tierra, ennegrecida y llena de cicatrices, se hundió lentamente bajo las olas hirvientes del mar. Efectivamente, Ragnarok había llegado. La tragedia mundial había concluido, los protagonistas divinos estaban muertos y el caos parecía haber reanudado su antiguo dominio. Pero los nórdicos creían que, tras haber perecido todo el mal en las llamas de Surtr y haberse hecho justicia, el bien se alzaría de las ruinas para recuperar su dominio sobre la Tierra y que algunos de los dioses regresarían para vivir en los cielos para siempre. Nuestros antepasados creían totalmente en la regeneración y sostenían que, tras cierto espacio de tiempo, la tierra, depurada por el fuego y purificada por su inmersión en el mar, emergió de nuevo en toda su prístina belleza y fue iluminada por el Sol, cuyo carro era conducido por un hijo de éste, nacido antes de que el lobo hubiera devorado a su madre. La nueva orbe del día no tenía imperfecciones como el primer Sol y sus rayos ya no eran tan ardientes como para tener que situar un escudo entre él y la tierra. Estos rayos más beneficiosos, pronto causaron que la tierra renovara su manto verde y crecieran flores y frutas en abundancia. Dos seres humanos, una mujer, Lif, y un hombre, Lifthrasir, emergieron entonces de las profundidades del bosque de Hodmimir ("de Mimir"), donde habían huido para refugiarse cuando Surtr había puesto el mundo en llamas. Habían caído en un tranquilo sueño, inconscientes de la destrucción a su alrededor y habían permanecido allí, alimentados por el rocío de la mañana, hasta que era seguro para ellos el volver a salir, cuando tomaron posesión de la tierra regenerada, que sus descendientes poblarían y sobre la cual tendrían un dominio completo. Un Nuevo Cielo. Todos los dioses que representaban las fuerzas en desarrollo de la Naturaleza fueron asesinados en las fatales llanuras de Vigrid, pero Vali y Vidar, los tipos de fuerzas imperecederas de la Naturaleza, regresaron a las tierras de Ida, donde se les unieron Modi y Magni, los hijos de Thor, las personificaciones de la fuerza y la energía, que rescataron el martillo sagrado de su padre de la destrucción general y lo llevaron hasta allí con ellos. Allí se reunió con ellos Hoenir, que ya no era un exiliado entre los vanes, quienes, como las fuerzas en desarrollo, habían desaparecido para siempre y desde el oscuro inframundo donde había languidecido durante tanto tiempo se alzó el radiante Balder, junto a su hermano Hodur, con quien estaba reconciliado y con el que viviría en perfecta amistad y paz. El pasado se había ido para siempre y las deidades supervivientes podían recordarlo sin amargura. El recuerdo de sus antiguos compañeros era, sin embargo, querido para ellos, y muy a menudo regresaron a sus sitios favoritos para permanecer junto a los recuerdos felices. Fue así como, caminando un día sobre el largo césped de Idavold, encontraron de nuevo los discos de oro con los que los Ases habían acostumbrado a jugar. Cuando el pequeño grupo de dioses se volvió tristemente hacia el lugar donde se habían alzado una vez sus moradas señoriales, se dieron cuenta, para su grata sorpresa, que Gimli, la morada celestial más elevada, no había sido consumida, pues se erigía resplandeciente ante ellos, con su techo dorado brillando más que Sol. Corriendo hasta allí descubrieron, para su regocijo, que se había convertido en el lugar de refugio de todos los virtuosos. El Demasiado Poderoso para ser Nombrado. Ya que los nórdicos que se asentaron en Islandia, a través de quienes ha llegado hasta nosotros la más completa exposición de fe odínica, en los Eddas y las Sagas, no fueron convertidos definitivamente hasta el siglo XI, aunque habían tenido contacto con los cristianos durante sus incursiones vikingas casi seis siglos antes, es muy probable que los escaldos nórdicos recogieran alguna idea de las doctrinas cristianas y que este conocimiento les influyera en cierta medida y diera color a sus descripciones del fin del mundo y la regeneración de la tierra. Quizá fue este vago conocimiento, el que les indujo también a añadir al Edda un verso, que se ha supuesto generalmente que era una interpolación, proclamando que otro dios, demasiado poderoso para ser nombrado, se alzaría para gobernar sobre Gimli. Desde su asiento celestial juzgaría a la humanidad y separaría el mal del bien. El primero sería desterrado a los horrores de Nastrond, mientras que el bien sería transportado hasta las bienaventuradas salas de Gimli el bello. Existían otras dos mansiones, una reservada para los enanos y la otra para los gigantes, pero ya que estas criaturas no tenían libertad de voluntad y ejecutaban ciegamente los decretos del destino, no fueron consideradas responsables de ningún daño que hubieran causado, y por tanto no eran consideradas merecedoras de ser castigadas. Se decía que los enanos gobernados por Sindri, ocupaban un palacio en las montañas Nida, donde bebían resplandeciente aguamiel, mientras que los gigantes establecieron su residencia en el palacio Brimer, situado en la región Okolnur (no fría), pues el poder del frío había sido completamente aniquilado y ya no existía más hielo. ·Odín. Odín, Wottan o Woden, era el más alto y más sagrado de los dioses de las razas nórdicas. Él era el espíritu omnipresente del universo, la personificación del aire, el dios de la sabiduría y la victoria universal, y el líder y protector de príncipes y héroes. Ya que se suponía que todos los dioses eran descendientes suyos, se le apellidó Alfather (padre de todo) y entre los más ancianos y principales de ellos, él ocupaba el asiento más elevado en Asgard. Conocido como Hlidskialf, este asiento no era sólo un trono elevado, sino también una torre de vigía, desde la cual él podía observar todo el mundo y ver de un solo vistazo todo lo que sucedía entre los dioses, gigantes, elfos, enanos y hombres. Nadie, excepto Odín y su esposa y reina Frigg, tenían el privilegio de poder usar este asiento y cuando lo ocupaban solían mirar hacia el Sur y el Oeste, el objeto de todas las esperanzas y excursiones de las naciones del Norte. Odín era representado generalmente, como un hombre alto y vigoroso, de alrededor de cincuenta años y o bien con cabellos rizados y oscuros, o bien con una larga barba gris y cabeza calva. Estaba ataviado con vestiduras grises, con una capucha azul y su cuerpo musculoso estaba envuelto con un amplio manto azul salpicado de gris, un emblema del cielo con sus nubes. En su mano, Odín portaba generalmente la infalible lanza Gungnir, la cual era tan sagrada que un juramento realizado sobre su punta nunca podría ser roto y en su dedo o brazo llevaba el maravilloso anillo Draupnir, el emblema de la fertilidad, cuya belleza no tenía comparación. Cuando se sentaba sobre su trono, o se encontraba pertrechado para la batalla, en cuyo caso descendía hasta la Tierra para participar en ella, Odín llevaba su casco de águila. Sin embargo, cuando deambulaba tranquilamente sobre la tierra con apariencia humana, para ver lo que hacían los hombres, se ponía generalmente un sombrero de ala ancha, con el cual tapaba su frente para ocultar el hecho de que sólo tenía un ojo. Dos cuervos, Hugin (pensamiento) y Munin (memoria), se posaban sobre sus hombros cuando él se sentaba sobre su trono y les enviaba al ancho mundo cada mañana, esperando ansiosamente su regreso al anochecer, momento en el que ellos le susurraban al oído las noticias de cuanto habían visto y escuchado. De esta manera, se encontraba bien informado sobre todo lo que acontecía en la Tierra. A sus pies se acurrucaban dos lobos o sabuesos de caza. Geri y Freki, animales que eran sagrados para él y considerados de buen agüero cuando se cruzaban en el camino. Odín siempre alimentaba a estos animales con sus propias manos, con carne que se servía delante de él. Él mismo no necesitaba ningún tipo de comida para su sustento y rara vez probaba nada excepto el hidromiel sagrado. Cuando se sentaba ceremoniosamente sobre su trono, Odín descansaba sus pies sobre un banquillo de oro, obra de los dioses, cuyo mobiliario entero y utensilios estaban siempre hechos de tal metal precioso o de plata. Además del magnífico Glasheim, donde se encontraban los doce asientos que ocupaban los dioses cuando se reunían en asamblea, y Valaskialf, donde se encontraba su trono, Hlidskialf, Odín poseía un tercer palacio en Asgard, situado en medio de la maravillosa arboleda Glasir, cuyas relucientes hojas eran de oro rojo. El Valhalla. Este palacio, llamado Valhalla (morada de los caídos), tenía quinientas cuarenta puertas, lo suficientemente anchas como para permitir el paso de ochocientos guerreros de frente y sobre la entrada principal se encontraba una cabeza de jabalí y un águila, cuya penetrante mirada llegaba hasta los rincones más lejanos del mundo. Las murallas de esta formidable construcción estaban confeccionadas de relucientes lanzas, tan bien pulidas que iluminaban todo el lugar. 
El techo era de escudos dorados y los asientos estaban decorados con finas armaduras, el regalo del dios a sus invitados. Largas mesas proporcionaban amplio espacio para los Einheriar, guerreros caídos en batalla, los cuales eran especialmente favorecidos por Odín. Las antiguas naciones del Norte, que consideraban la guerra como el más honorable de los oficios y el valor como la virtud más grande, adoraban a Odín fundamentalmente como dios de la batalla y la victoria. Ellos creían que siempre que una batalla fuera inminente, él enviaba a sus ayudantes especiales, las doncellas del escudo, la batalla o del deseo, las llamadas valkirias (electoras de los caídos), las cuales escogían de entre los guerreros muertos a la mitad de ellos y los transportaban en sus veloces corceles a través del palpitante puente del arco iris, Bifröst, hasta Valhalla. Recibidos por los hijos de Odín, Hermod y Bragi, los héroes eran conducidos hasta el pie del trono de Odín, donde recibían los elogios debidos a su valor. Cuando alguno de sus predilectos era traído de esta manera hasta Asgard, Valfather (padre de los caídos), como se llamaba también a Odín cuando presidía sobre los guerreros, se levantaba de su trono y se dirigía hasta la gran puerta de entrada para darle la bienvenida personalmente. Además de la gloria de tal distinción y el disfrute de la amada presencia de Odín día tras día, más placeres esperaban a los guerreros del Valhalla. Se les proporcionaba espléndidas diversiones en las largas mesas, donde las bellas valkirias, tras haberse despojado de sus armaduras y haberse ataviado con blancas túnicas, les presentaban sus respetos con diligente cortesía. Estas doncellas, que según algunas autoridades eran nueve, les llevaban a los guerreros grandes cuernos rebosantes de hidromiel, además de enormes cantidades de carne de jabalí, con los cuales banqueteaban opíparamente.

La bebida popular del Norte era la cerveza, pero nuestros antepasados consideraban que esa bebida era demasiado ordinaria para la esfera celestial. Por tanto, imaginaban que Valfather mantenía sus mesas con abundantes suministros de hidromiel, el cual era proporcionado diariamente por la cabra Heidrun, la cual pacía continuamente las tiernas hojas y ramitas de Lerald, la rama más elevada de Yggdrasil. La carne con la que se festejaban los Einheriar provenía del jabalí divino Sehrimnir, un animal prodigioso, muerto diariamente por el cocinero Andhrimnir y hervido en la gran caldera Eldhrimnir; aunque todos los invitados de Odín poseían gran apetito y comían hasta la saciedad, siempre había grandes cantidades de carne para todos. El jabalí siempre revivía antes de que llegara la hora de la siguiente comida. Esta renovación milagrosa de los suministros no era el único prodigio que ocurría en el Valhalla. Se contaba que los guerreros, tras haber comido y bebido hasta la saciedad, cogían sus armas y se dirigían hasta el gran patio, donde luchaban entre ellos, reviviendo las hazañas que les habían hecho famosos en la Tierra e infringiéndose temerariamente terribles heridas, las cuales, sin embargo, sanaban completa y milagrosamente tan pronto como sonaba el cuerno que anunciaba la cena. Ilesos y felices, al sonido del cuerno y sin guardarse rencor mutuo por las crueles estocadas dadas y recibidas, los Einheriar regresaban alegres hasta Valhalla para reanudar su festín en la amada presencia de Odín, mientras las valkirias se deslizaban elegantemente para llenar constantemente sus cuernos o sus vasos favoritos, las calaveras de sus enemigos, mientras los escaldos cantaban sobre las guerras o sobre agitadas incursiones vikingas. Ya que tales placeres eran los más elevados que la fantasía del guerrero vikingo podía imaginar, era natural que todos los guerreros adoraran a Odín y que en sus años jóvenes se dedicaran a su servicio.
Ellos juraban morir con las armas en la mano, si era posible, e incluso llegaban a herirse ellos mismos con sus propias lanzas cuando sentían que la muerte se les acercaba, si habían sido lo suficientemente desafortunados como para escapar de sus garras en el campo de batalla y se veían amenazados con la posibilidad de una "muerte de paja", como solían denominar a la que llegaba por vejez o enfermedad y les sorprendía en el lecho. En recompensa por tal devoción, Odín cuidaba con particular esmero de sus favoritos, concediéndoles regalos, como una espada mágica, una lanza o un caballo, los cuales los hacían invencibles hasta su última hora, momento en que el dios aparecería para reclamar o destruir el regalo que había concedido, mientras las valkirias transportaban a los héroes hasta el Valhalla. Cuando Odín participaba en la guerra, solía montar en su corcel gris de ocho patas, Sleipnir y portar su escudo blanco. Su lanza, arrojada por encima de las cabezas de los combatientes, era la señal para comenzar la contienda, tras lo cual se precipitaría en medio de las filas emitiendo su grito de guerra: "¡Odín os tiene a todos!" A veces usaba su arco mágico, el cual podía disparar hasta diez flechas a la vez, cada una de las cuales abatía a un enemigo invariablemente. También se suponía que inspiraba a sus guerreros favoritos la famosa "Cólera de la Furia", que les permitía, aunque estuvieran desnudos, sin armas y acosados gravemente, realizar grandes hazañas de valor y fuerza y continuar con prósperas vidas. El Manantial de Mimir. Para obtener la gran sabiduría por la que es tan famoso, Odín en los albores del tiempo, visitó el manantial de Mimir (Memoria), la fuente de todo ingenio y sabiduría, en cuyas profundidades se reflejaba claramente incluso el futuro y buscó al anciano que lo vigilaba para que le dejara tomar un trago. Pero Mimir, que conocía bien el valor de un favor tal, rehusó concederlo, a menos que Odín consintiera en darle uno de sus ojos a cambio. El dios aceptó sin dilaciones y se arrancó uno de sus ojos, el cual Mimir lo guardó como garantía, hundiéndolo en las profundidades de su manantial. Bebiendo abundantemente de las aguas, Odín se hizo con el conocimiento que ansiaba, sin lamentar jamás el sacrificio que había hecho, pero en memoria de aquel día arrancó una rama del árbol sagrado Yggdrasil, que daba sombra al manantial y fabricó con ella su lanza Gungnir. Otra historia, precisamente en el Hávamál, se relata cómo Odín robó el hidromiel poético al gigante Suttung. Para ello sedujo a la hija del gigante, Gunnlod, Dudo si habría logrado escapar de los salones de los gigantes, si no hubiese usado a la buena Gunnlod a la que estreché entre mis brazos. Odín, creo, juró por su anillo de los juramentos. ¿Cómo se puede confiar en su palabra? Dejó a Suttung sin hidromiel con una estafa Y a Gunnlod con lágrimas. Los vikingos reverenciaban especialmente un juramento sobre anillo (uno hecho sobre un anillo sagrado, en honor al anillo Draupnir). Sin embargo, Odín lo violó, faltando a su palabra y a la ley de tal juramento. Según los versos que siguen, Odín no robó en realidad el hidromiel al gigante Suttung, sino a Fialar, uno de los enanos que hicieron la bebida de la sangre de Kvasir. Snorri le añade un prólogo a la historia. Los enanos Fialar y Galar, habían hecho el hidromiel, pero Suttung lo cogió en compensación por la muerte de su padre y de su madre, el gigante Gilling y su esposa. Los enanos habían invitado a Gilling a una excursión en bote. Éste volcó y Gilling cayó. La mujer del gigante lloraba copiosamente, tanto, que Fialar no pudo aguantar más los gritos, así que la instó a que buscara consuelo yendo a la puerta y mirando en el lugar donde había ocurrido la tragedia. Ella estuvo de acuerdo y mientras estaba de pie, Galar le tiró una piedra de molino en la cabeza y la mató. Suttung se ofendió y planeó la venganza. Cogió a los enanos y los llevó en barco hasta un peñasco que estaba sumergido por la pleamar. Allí los amenazó con abandonarlos salvo que pagasen por las muertes y ellos aceptaron darle el hidromiel. Él se lo llevó a casa y se lo confió a su hija Gunnlod. Odín decidió coger el hidromiel. Mientras caminaba hacia la fortaleza de Suttung, llegó a un campo donde nueve trolls estaban segando. Eran los aparceros de Baugi, el hermano de Suttung. Como eran trolls, no eran demasiado inteligentes y estaban usando guadañas sin afilar. Odín les ofreció afilar las herramientas y los esclavos quedaron sorprendidos de lo mejor que segaban ahora. Le preguntaron si podían comprarle la piedra de afilar y el dios se la arrojó y todos se lanzaron a cogerla. Con la confusión y las guadañas afiladas, se cortaron las gargantas unos a otros y murieron. Odín continuó su camino hacia la granja. Baugi estaba trastornado por haber perdido toda su fuerza de trabajo, pero Odín le ofreció hacer todo el trabajo a cambio de un trago del hidromiel de Suttung. Se presentó a sí mismo como Bolverk, lo que debió haber puesto en guardia a un gigante, pues significa Malvado. Sin embargo, todo lo que Baugi hizo fue señalar que no tenía control sobre el hidromiel de su hermano, pero aceptó ver lo que se podía hacer para ayudar a Odín a satisfacer su deseo. Bolverk trabajó todo el verano como un esclavo y cuando llegó el invierno le pidió a Baugi su paga. Éste le llevó ante Suttung, pero el gigante se negó a darle un solo trago del hidromiel. Sin embargo, Baugi y Bolverk se compincharon para conseguir algo de hidromiel y juntos hicieron un agujero a través de las rocas para alcanzarlo. Bolverk se convirtió en una serpiente y reptó por el agujero. El relato ilustra algunos de los atributos menos atractivos de Odin: su despreciable astucia y oportunismo, su habilidad para cambiar su forma, su propensión a los nombres falsos y a los disfraces, su recurso a la traición. Para una visión más positiva, tenemos que ver su pretensión de ser un dios del conocimiento. Su modo de conseguir la sabiduría es mediante el sacrificio (un ojo como pago por beber de la fuente de Mimir, colgando de un árbol para lograr las runas). Podía hacer hablar a los muertos, podía preguntar a los sabios, usar todos los poderes del seidr (un tipo de magia particular y poco concisa), tenía los cuervos, Hugin y Munin. Odin y Vafthrundir. El Vafthrundismál es un registro de una competición de destreza y ciencia entre el dios y el gigante Vafthrundir, famoso por lo profundo de sus conocimientos. El poema comienza con una conversación entre Odín y su esposa Frigg, donde éste le pide un consejo que no está dispuesto a aceptar. ¿Debe visitar al gigante para averiguar cuánto sabe? Frigg espera que su esposo regrese a salvo y éste emprende su viaje disfrazado de viajero. Cuando es llevado ante el gigante, se presenta con el falso nombre de Gagnrad. Vafthrundir le interroga brevemente y le considera como hombre de conocimientos y le propone una competición: se probarán mutuamente sus habilidades. Quien pierda, perderá su cabeza. Entonces Gagnrad empieza preguntándole al gigante sobre los orígenes del mundo, la naturaleza de los dioses y el fin de todas las cosas. El gigante responde con destreza, hasta que Gagnrad hace trampa con su última pregunta: ¿Qué le susurró Odín al oído de su hijo Balder cuando el dios muerto estaba siendo puesto en la pira funeraria? Sólo Odín sabía la respuesta, por lo que el gigante se da cuenta de que ha sido burlado. Ningún hombre sabe lo que en tiempos tan remotos le dijiste a tu hijo al oído. Condenado a morir, me he puesto a narrar mis viejos cuentos y a contar el destino de los dioses. Ahora sé que luchaba con Odín, el sabio entre los sabios. Geirrod y Agnar. Otro poema sapiencial es el Grímnismál. Habla de dos jóvenes príncipes, Agnar de diez años y Geirrod de ocho. Salieron a pescar y el viento los empujó mar adentro. Naufragaron en la costa cercana a la pequeña choza de un granjero. Estuvieron con él y su esposa ese invierno y el granjero le tomó especial cariño a Geirrod. Cuando llegó al primavera, el granjero le dio algunas instrucciones privadas. Cuando el barco llegó de regreso a su país, Geirrod, que estaba en la proa, saltó a tierra y empujó el barco mar adentro, dejando abandonado a su hermano mayor en él. Geirrod fue a casa y se encontró con que, mientras habían estado fuera, su padre había muerto y le había tocado ser heredero, creciendo para convertirse en un príncipe insigne. El heredero legítimo, Agnar, abandonado a la deriva, desembarcó en un lugar desolado, ocupándose de él unos gigantes que vivían allí. Este conflicto entre los dos hermanos provocó peleas en lugares más altos, ya que Odín era el patrón de Geirrod, mientras que Frigg lo era de Agnar. Un día la pareja estaba sentada en su trono contemplando lo que pasaba en el mundo, cuando él comentó con sorna: "Mira a tu ahijado Agnar. Está engendrando un hijo con una giganta en una cueva. Entre tanto, mi ahijado Geirrod es un rey gobernando su país". Frigg replicó ácidamente: "Geirrod es un miserable, tan tacaño en sus fiestas que tortura a sus huéspedes si cree que han venido demasiados". Esto era una calumnia y riñeron por ello. Odín apostó a su mujer que podía demostrar que aquella acusación tan grave era falsa. Se disfrazó y fue a la casa de Geirrod. Pero Frigg, más astuta que su marido, envió a un mensajero a Geirrod previniéndole del extraño extranjero que había entrado en su país. Geirrod fue engañado y apresó a Odín, quien se envolvió en una capa azul oscuro y dijo llamarse Grimnir. Cualquiera de las dos cosas debería haber puesto sobre aviso al rey de haber sido más listo. Geirrod quería más información. Grimnir permaneció en su derecho de guardar silencio, por lo que Geirrod lo torturó. Hizo dos grandes hogueras y dejó a Grimnir allí durante dos días tan abrasado que su capa se quemó. Geirrod tenía un hijo de diez años a quien, sin ningún tacto, había llamado Agnar, como su hermano. El joven Agnar se compadeció de Grimnir y le trajo un cuerno lleno de bebida. El agradecimiento de Grimnir y la profecía de que Agnar sería recompensado con el trono abre el poema. Grimnir muestra luego el alcance de su saber nombrando las cortes de los diferentes dioses, los animales sobrenaturales que habitan su mundo, hablando de la creación del firmamento y de los tesoros de los dioses, cosas éstas que deberían indicar a la audiencia su identidad real. Acaba prediciendo la muerte de Geirrod a espada y pronunciando su nombre. Las consecuencias vienen en prosa: "El rey Geirrod estaba sentado con su espada medio desenvainada. Cuando oyó que su visitante era Odín, saltó, queriendo sacar a Odín del fuego. Su espada resbaló de su mano. Su pie tropezó y cayó de cabeza sobre la espada. Esta lo atravesó y murió. Luego Odín desapareció. Y Agnar reino durante muchos años." Los Muchos Nombres de Odín. Snorri, esta vez como Tercero en el Gylfaginning, dice que Odín es el más viejo y el más eminente de todos los dioses, estando al control de todo. Los otros dioses le obedecen como los niños a sus padres. Tercero también le llama Alfather, Padre de Todo, pero también le llama Valfather, Padre de los Caídos, Hangagud (Dios de los Ahorcados), Haptagud (Dios de los Cautivos), Farmagud (Dios de la Carga) y, añade, Odín se dio aún más nombres en si visita al rey Geirrod. Tercero cita luego una lista de versos del poema Grímnismál: "Me llamo a mí mismo Grim/ y Gangleri,/ Herian, Hialmberi,/Thekkr, Thridi,/ Thunn, Unn,/ Helblindi, Har,/ Sann, Svipall,/ Sanngetal..." Y continúa así durante dieciséis líneas más. No sorprende que Gangleri le respondiese: "Le has dado un montón de nombres. Qué cantidad de conocimientos ha de tener un hombre para ser capaz de decir con exactitud de dónde procede cada uno de estos nombres". Lo que de hecho necesita un hombre es haber sido instruido en los rudimentos de la etimología nórdica, al menos para algunos de los nombres. Los nombres muestran diferentes facetas del carácter de Odín o algo de la diversidad de sus actividades: el dios terrorífico y espantoso, el que podía controlar los vientos, el dios de la guerra y dador de la victoria, el dios de la magia, el dios siniestro, el dios en cuya palabra no se puede confiar. El hecho de que Odín practicase seidr, que podía poner en duda su masculinidad, podría conducir al nombre de Iálkr. Las muchas historias en las que Odín viaja disfrazado explicaría nombres como Grímr y Sidhöttr. Nombres como Bileygr, Blindi y quizás Hár recuerdan que Odín era tuerto, porque dio un ojo a cambio de un trago del manantial de Mimir, fuente de sabiduría y sentido común. Las Runas. Odín fue quien inventó las runas, el primer alfabeto que utilizaron las naciones nórdicas, cuyos caracteres, que significaban misterio, fueron al principio utilizados para la adivinación y conjuros poderosos, aunque posteriormente sirvieron para hacer inscripciones. Ya que la sabiduría podía ser obtenida sólo a costa de sacrificio, el mismo Odín relata que estuvo suspendido nueve días y noches del árbol sagrado Yggdrasil, contemplando las inconmensurables profundidades de Niflheim, sumergido en profundos pensamientos, llegando a herirse a sí mismo con su lanza, antes de adquirir el conocimiento que deseaba. Sé que colgué del árbol azotado por el viento nueve noches completas, atravesado por la lanza y a Odín entregado, yo mismo a mí mismo. Ningún hombre sabe de qué raíces ha nacido este árbol. No me dieron pan, ni a beber del cuerno; miraba hacia abajo; levanté las runas, las subí bramando, di de nuevo en la tierra. Cuando dominó completamente su conocimiento, talló runas mágicas sobre su lanza Gungnir, sobre la dentadura de su caballo Sleipnir, sobre las garras del oso y sobre otras incontables cosas animadas e inanimadas. Y ya que había permanecido suspendido sobre el abismo durante tanto tiempo, se le consideró entonces como la divinidad de los que eran condenados a ser colgados. La Cacería Salvaje. Odín, como dios del viento, era representado también cabalgando velozmente a través del aire, sobre su corcel de ocho patas, lo cual originó el más antiguo de los acertijos del Norte ("¿Quiénes son los que cabalgan hacia la Cosa? Tres ojos tienen entre los dos, diez pies y una cola: así viajan por las tierras"). Y ya que se suponía que las almas de los muertos eran arrastradas por las alas de la tormenta, Odín era venerado como el líder de todos los espíritus incorpóreos. En esta condición, se le conocía generalmente como el Cazador Salvaje y cuando la gente oía el rugido del viento se echaba a gritar ruidosamente en su temor supersticioso, creyendo que le habían visto y oído pasar seguido de su séquito, cabalgando todos ellos sobre corceles jadeantes y acompañados de sabuesos que ladraban. Y el paso de la Cacería Salvaje, conocida también como la Cacería de Woden, la Multitud Furiosa, los Sabuesos de Gabriel (por un rey sueco) o Asgardreia, era considerado un presagio de tantos infortunios como la pestilencia de la guerra. Se pensaba que si alguien era lo suficientemente sacrílego como para unirse al griterío salvaje con burla, sería arrebatado y arrastrado junto con la desvaneciente multitud, mientras que aquellos que se unían al griterío con implícita buena fe, serían recompensados con el regalo inmediato de una pata de caballo que sería arrojada hasta ellos desde arriba, la cual, si era guardada cuidadosamente hasta el amanecer, sería transformada en un lingote de oro. Incluso después de la llegada del cristianismo, el folclore nórdico aún temía la llegada de una tormenta, declarando que era la Cacería Salvaje quien surcaba a través de los cielos. El objetivo de esta cacería espectral variaba con frecuencia y era o bien un jabalí visionario o bien un caballo salvaje, doncellas de pecho blanco o las ninfas de la madera, llamadas Doncellas del Musgo, que se creía que representaban las hojas en otoño que se caían de los árboles y eran llevadas con el ventarrón invernal. En la Edad Media, cuando el culto a las viejas deidades paganas había sido olvidado parcialmente, el líder de la Cacería Salvaje ya no era Odín, sino Carlomagno, Federico Barbarroja, el rey Arturo o alguien como el señor de Rodenstein o Hans von Hakelberg, los cuales, en castigo por sus pecados, eran condenados a cazar por siempre en los reinos aéreos. Ya que el viento soplaba con más fuerza durante el otoño y el invierno, se suponía que Odín prefería cazar durante esas estaciones, especialmente durante el período comprendido entre Navidades y la Duodécima Noche, y los campesinos siempre se cuidaban de dejar el último haz de grano en el campo, para que sirviera de alimento a su caballo. La Cacería Salvaje, o la Multitud Furiosa de Alemania, se conocía como Herlathing en Inglaterra, por el mítico rey Herla, su supuesto líder; en el norte de Francia como Mesnée d´Hellequin, por Hel, la diosa de la muerte, en la Edad Media con el nombre de la Cacería de Caín o la Cacería de Herodes, llevando tales nombres porque se suponía que sus líderes eran incapaces de encontrar descanso debido a los perversos asesinatos de Abel, de Juan Bautista y de todos los Santos Inocentes. Irmin. En algunas regiones de Alemania, Odín era considerado idéntico al dios sajón Irmin, cuya estatua, el Irminsul, cerca de Paderborn, fue destruida por Carlomagno en el año 772. se decía que Irmin poseía un pesado carro de bronce, sobre el que cruzaba el cielo por la senda que conocemos como la Vía Láctea, la cual era más conocida por los antiguos alemanes como la Vía de Irmin. Este carro, cuyo ruido ensordecedor era a veces perceptible al oído de los mortales en forma de truenos, nunca abandonaba el cielo, donde aún puede ser visto en la constelación de la Osa Mayor, que en el Norte también se conoce como la de Odín, o la de Carlos, el Carro. ·Thor, el Atronador. Según algunos mitólogos, Thor o Donner (Donar) es el hijo de Jörd (Erda, la Tierra) y de Odín, pero otros afirman que su madre era Frigg, la reina de los dioses. De niño destacó por su gran tamaño y fuerza y, muy poco después de su nacimiento, sorprendió a la asamblea de los dioses levantando y arrojando juguetonamente diez grandes fardos de pieles de oso. Aunque era por lo general de carácter afable, Thor incurría a veces en una cólera terrible y como en esas ocasiones era muy peligroso, su madre, incapaz de controlarle, lo enviaba lejos de su hogar y confiaba su cuidado a Vingnir (el alado) y a Hlora (calor). Estos padres adoptivos, que eran también considerados como la personificación de los relámpagos difusos, pronto lograron controlarle y le criaron tan sabiamente que los dioses guardaron un recuerdo muy agradecido de sus amables servicios.
El mismo Thor, consciente de todo lo que se les debía, asumió los nombres de Vingthor y Hlorridi, por los que también se le conoce. Una vez hubo alcanzado su pleno crecimiento y la edad de la sensatez, Thor fue admitido en Asgard entre el resto de los dioses, donde pasó a ocupar uno de los doce sillones de la gran sala de los juicios. También se le concedió el reino de Thrudvang o Thrudheim, donde construyó un maravilloso palacio llamado Bilskirnir (relámpago), le más espacioso de todo Asgard. Poseía quinientas cuarenta habitaciones para el alojo de los esclavos, que tras su muerte eran bienvenidos a su hogar, donde recibían el mismo trato que sus señores en Valhalla, pues Thor era el dios patrono de los campesinos y las clases bajas. Ya que era el dios del trueno, Thor era el único al que nunca se le permitía pasar sobre el maravilloso puente Bifröst, temiendo que lo quemara con el calor de su presencia. Cuando deseaba unirse a sus compañeros los dioses en el manantial Urdar, bajo la sombra del árbol sagrado Yggdrasil, se veía forzado a llegar hasta allí a pie, vadeando los ríos Kormt y Ormt, y los dos arroyos Kerlaug, hasta llegar al lugar de la cita. Thor, que era venerado como el dios más importante en Noruega, fue el segundo en la triología del resto de las naciones y fue llamado "viejo Thor", pues se suponía, según algunos mitólogos, que pertenecía a una antigua dinastía de dioses, sin tener en cuenta su edad actual, pues era representado y descrito como un hombre en su plenitud, alto y bien formado, con miembros musculosos y cabellos y barba rojos y erizados, de los cuales, en momentos de rabia, saltaban chispas.

Las razas nórdicas le engalanaron posteriormente con una corona, en cada una de cuyas puntas se encontraba o bien una estrella resplandeciente, o bien una llama ardiendo constantemente, por lo que su cabeza se encontraba siempre rodeada de una especie de halo de fuego, su propio elemento. El Martillo de Thor. Thor era el orgulloso propietario de un martillo mágico llamado Mjöllnir (el aplastador), que arrojaba a sus enemigos, los gigantes de hielo, con poder destructivo, y que poseía la maravillosa propiedad de regresar siempre a su mano, sin importar lo lejos que lo hubiese lanzado. Ya que este enorme martillo, emblema de los truenos, estaba por lo general incandescente, el dios poseía un guantelete de hierro llamado Iarngreiper, que le permitía agarrarlo firmemente. Él era capaz de arrojar a Mjöllnir hasta una gran distancia y su fuerza, que siempre era formidable, se multiplicaba por dos cuando se ponía su cinturón mágico, llamado Megingjörd. El martillo de Thor era considerado tan sagrado pro la antigua gente del Norte que ellos solían hacer la señal del martillo, al igual que los cristianos les enseñaron posteriormente a hacer la de la cruz, para ahuyentar las influencias malignas y asegurarse las bendiciones. La misma se hacía sobre el bebé recién nacido, cuando se le vertía el agua sobre su cabeza y se le daba un nombre. El martillo se usaba para clavar estacas limitadoras, constituyendo un sacrilegio el arrancarlas. Para santificar el umbral de una nueva casa, para solemnizar un matrimonio y, finalmente, jugaba un papel importante en la consagración de la pira funeraria sobre la que los cuerpos de los héroes, junto a sus armas y corceles y, en algunos casos, junto a sus esposas y sirvientes, eran quemadas. En Suecia, Thor, como Odin, vestía supuestamente un sombrero de ala ancha, por lo que a las nubes de tormenta en ese país se conocen como el sombrero de Thor, un nombre que también se le dio a una de las principales montañas de Noruega. Se decía que el retumbar y el estruendo del trueno se debía al paso de su carro, pues entre los dioses sólo él no iba nunca a caballo, sino que caminaba o conducía un carro de bronce tirado por dos chivos, Tanngniostr (agrietador de dientes) y Tanngrisnr (rechinador de dientes), de cuyos dientes y cascos saltaban constantemente las chispas. Cuando el dios conducía así de lugar en lugar, se le llamaba Akuthor, o Thor el auriga. En el sur de Alemania, creyendo la gente que un solo carro de bronce no podía causar tanto estruendo, decía que el carro estaba cargado con cazuelas de cobre, que repiqueteaban y se golpeaban entre ellas. La Familia de Thor. Thor se había casado en dos ocasiones, primero con la giganta Iarnsaxa (piedra de hierro), con la que tuvo dos hijos: Magni (fuerza) y Modi (valor), ambos destinados a sobrevivir a su padre y al ocaso de los dioses y a gobernar el nuevo mundo que se alzaría como el fénix de las cenizas del primero. Su segunda esposa fue Sif, la de cabellos dorados, con al que también tuvo dos hijos: Lorrude y una hija de nombre Thrud, una joven giganta célebre por su tamaño y fuerza. Fiel a la conocida afinidad por el contraste, Thrud fue cortejada por el enano Alvis con su aprobación. Una noche, cuando el pretendiente, que al ser un enano no podía afrontar la luz del día, se presentó en Asgard para pedir la mano de Thrud, la asamblea de los dioses no le negó su consentimiento. Apenas había mostrado su aprobación cuando Thor, que había estado ausente, apareció súbitamente y, mirando con desprecio al insignificante pretendiente, declaró que debería poner a prueba sus conocimientos para expiar por su baja estatura, antes de que pudiera ganarse a su prometida. Para probar las cualidades mentales de Alvis, Thor le interrogó en el lenguaje de los dioses, el de los Vanes, el de los elfos y el de los enanos, prolongando astutamente su examen hasta el amanecer, cuando el primer rayo de Sol cayó sobre el desdichado enano y lo petrificó. Allí permaneció él, un perdurable ejemplo del poder de los dioses, para que sirviera como advertencia a cualquier otro enano que osara ponerlo a prueba. Sif, la de Cabellos Dorados. Sif, esposa de Thor, estaba muy orgullosa de su espléndida cabellera dorada, que la cubría desde la cabeza a los pies como un brillante velo. También ella era el símbolo de la Tierra, pues se decía que su pelo representaba el césped largo o el grano dorado que cubría las tierras de cosecha del Norte. Thor estaba también muy orgulloso del hermoso cabello de su esposa. Por tanto, es de imaginar su consternación cuando se la encontró una mañana tan calva y carente de ornatos como la tierra cuando el grano ha sido recogido y no quedan más que rastrojos. En su furia, Thor se alzó sobre sus pies y juró que castigaría al que hubiese cometido tal atrocidad, del que inmediata y correctamente conjeturó que era Loki, el malicioso y conspirador; que siempre estaba a la busca de algún acto malvado que cometer. Tras coger su martillo, Thor se fue en busca de Loki, el cual intentó evadir al airado dios cambiando de forma. Pero fue inútil, pues Thor le alcanzó pronto, cogiéndole por el cuello y casi estrangulándole, antes de ceder ante sus súplicas y soltarlo. Cuando recuperó el aliento, Loki imploró el perdón, pero sus ruegos fueron en vano, hasta que prometió procurarle a Sif una nueva cabellera, tan bella como la primera y tan profusa en longitud. Sólo entonces dejó Thor marchar al traidor. Loki reptó por las entrañas de la tierra, donde se encontraba Svartalfaheim, para suplicarle al enano Dvalin que le fabricara no sólo la preciosa cabellera, sino también un regalo para Odín y Frey, cuya furia deseaba aplacar. Su petición fue recibida favorablemente y el enano fabricó la lanza Gungnir, que nunca erraba su objetivo y el barco Skidbladgar, el cual, arrastrado siempre por vientos favorables, podía navegar por el aire al igual que por el agua, además de poseer la propiedad mágica de, aunque contendiendo a los dioses y a todos sus corceles, poderse doblar hasta alcanzar un tamaño tan diminuto que cabía en un bolsillo. Finalmente, hilvanó una bellísima hebra de oro, de la que fabricó la cabellera requerida para Sif, declarando que tan pronto como tocara su cabeza, crecería rápidamente desde allí como si fuera su propio pelo. Loki estuvo tan satisfecho con tales pruebas de la habilidad de los enanos, que declaró que el hijo de Ivald era el más diestro de entre todos los herreros, palabras que Brock, otro enano, acertó a oír, tras lo cual exclamó que estaba seguro de que su hermano Sindri podría producir tres objetos que sobrepasarían aquellos que Loki sostenía, no sólo en valor intrínseco, sino también en sus propiedades mágicas. Loki retó inmediatamente al enano para que demostrara su habilidad, apostando su cabeza contra la de Brock como garantía. Sindri, informado de la apuesta, aceptó la oferta de Brock de soplar el fuego con el fuelle, advirtiéndole, sin embargo, de que él debería trabajar persistentemente y sin un momento de descanso, si quería que tuviese éxito. Procedió a calentar algo de oro, tras lo cual salió a apalabrar el favor de los poderes ocultos. Durante su ausencia, Brock trabajó con el fuelle diligentemente, mientras que Loki, con la intención de hacerle parar, se transformó en un tábano y picó cruelmente su mano. A pesar del dolor, el enano siguió con su labor y cuando Sindri regresó, sacó del fuego un enorme jabalí salvaje, llamado Gullinbursti, debido a sus cerdas doradas, que tenía el poder de emitir luz mientras cruzaba los cielos, pues era capaz de viajar a través del aire con increíble velocidad. Con su primer trabajo concluido satisfactoriamente, Sindri echó un poco más de oro al fuego y le pidió a su hermano que siguiera soplando, mientras él volvía a salir para asegurarse la asistencia mágica. Esta vez, Loki, aún disfrazado de tábano, picó al enano en su mejilla. A pesar del dolor, el enano siguió trabajando, y cuando Sindri regresó, sacó triunfante de entre las llamas el anillo mágico Draupnir, el emblema de la fertilidad, del que caían ocho anillos similares cada novena noche. Ahora echó a las llamas un trozo de hierro y con renovada precaución, para no frustrar su éxito por el descuido, Sindri salió, dejando a Brock soplando el fuego como antes. Loki se encontraba desesperado y se preparó para un intento final. Esta vez, todavía con la forma de un tábano, picó al enano por encima del ojo, hasta que la sangre comenzó a emanar tan abundantemente que le impidió ver lo que estaba haciendo. Alzando rápidamente su mano por un segundo, Brock se limpió la sangre; pero a pesar de lo corta que había sido la interrupción, provocó daños irreparables y cuando Sindri extrajo su obra del fuego, emitió una exclamación de decepción, pues el martillo que había fabricado era corto de mango. A pesar del contratiempo, Brock estuvo seguro de ganar la apuesta y no dudó en presentarse ante los dioses en Asgard, donde le entregó a Odín el anillo Draupnir, a Frey el jabalí Gullinbursti y a Thor el martillo Mjöllnir, a cuyo poder nadie podía hacer frente. A su vez, Loki entregó a Odín la lanza Gungir, el barco Skidbladnir a Frey y la cabellera dorada a Thor. Pero, a pesar de que ésta creció inmediatamente sobre la cabeza de Sif, declarando todos que era más bella de lo que sus propios bucles lo habían sido jamás, los dioses decretaron que Brock había ganado la apuesta, debido a que el martillo Mjöllnir, en manos de Thor, sería de gran valor en la última lucha contra los gigantes de hielo. Para salvar su cabeza, Loki huyó precipitadamente. Sin embargo, fue alcanzado por Thor, que lo trajo de vuelta y se lo entregó a Brock, diciéndole que aunque la cabeza de Loki era suya por derecho, no debería tocar su cuello. Impedido de acometer su venganza, el enano decidió castigar a Loki cosiendo sus labios juntos y, ya que su espada no los atravesaba, tomó prestada la lezna de su hermano para tal propósito. Sin embargo, Loki, tras soportar las burlas de los dioses en silencio durante un corto período de tiempo, se las ingenió para cortar el hilo y pronto volvió a ser tan locuaz como siempre. A pesar de su formidable martillo, Thor no era temido como el perjudicial dios de la tormenta, que destruía tranquilas casas y arruinaba las cosechas con repentinas tormentas de granizo y estallidos de nubes. Los nórdicos creían que lo arrojaba sólo contra los gigantes de hielo y las murallas de piedra, reduciendo éstas a polvo para fertilizar la tierra y hacer que produjera gran abundancia de frutos para los labradores. En Alemania, donde las tormentas del Este son siempre frías y destructoras, mientras que en el Oeste acarreaba consigo lluvias cálidas y tiempos suaves, se suponía que Thor viajaba siempre de Oeste a Este, para luchar contra los espíritus malignos que de buena gana habrían envuelto el país con impenetrables velos de niebla y lo hubieran cubierto con cadenas de hielo.

El Viaje de Thor a Jötunheim. Ya que los gigantes de Jötunheim estaban enviando continuamente ráfagas frías de viento para helar los brotes aún verdes y dificultar el crecimiento de las flores, Thor decidió en una ocasión ir hasta allí y obligarles a comportarse mejor. Acompañado de Loki, emprendió su camino en su carro y tras viajar durante todo un día, los dioses llegaron hasta los confines del mundo de los gigantes, donde, tras divisar la cabaña de un campesino, decidieron quedarse para descansar y refrescarse. Su anfitrión era hospitalario pero muy pobre y Thor, viendo que él no sería capaz de suministrar la comida necesaria para saciar su gran apetito, mató a sus dos chivos, los cuales preparó y cocinó, tras lo cual invitó a su anfitrión y a su familia para que participaran libremente de la comida, pero no sin antes advertirles de que lanzaran todos los huesos, sin romperlos, dentro de las pieles de los chivos que habían extendido en el suelo. El campesino y su familia comieron con entusiasmo, pero su hijo Thialfi, alentado por el malicioso Loki, osó romper uno de los huesos y absorber la médula, creyendo que su desobediencia no sería detectada. Sin embargo, por la mañana, Thor, listo para partir golpeó las pieles de chivo con su martillo e inmediatamente los animales se alzaron tan vivos como lo estaban antes, excepto que uno de ellos parecía cojear. Percatándose de que sus órdenes habían sido desatendidas, Thor estuvo a punto de matar a toda la familia. Sin embargo, el responsable admitió su culpa y el campesino se ofreció a compensar la pérdida entregándole al airado dios no sólo a su hijo Thialfi, sino también a su hija Roskva, para que le sirvieran por siempre. Encargándole al hombre que cuidara bien los chivos, a los cuales dejó allí hasta su regreso y ordenando a los jóvenes campesinos que le acompañaran, Thor retomó su camino a pie junto a Loki y, tras caminar durante todo el día, se encontró al anochecer en una tierra inhóspita y árida, que estaba envuelta en una casi impenetrable niebla. Tras buscar durante un rato, Thor vio a través de la niebla el borroso perfil de lo que parecía ser una casa de extraña forma. Su entrada abierta era tan ancha y alta que parecía ocupar una pared entera de la casa. Tras entrar y no encontrar ni un fuego ni una luz, Thor y sus acompañantes se arrojaron al suelo para dormir. Pero fueron sobresaltados por un peculiar sonido y un prolongado temblor del suelo que se encontraba debajo de ellos. Temiendo que el techo se desplomara durante el temblor de tierra, Thor y sus acompañantes se refugiaron en un ala del edificio, donde pronto se quedaron dormidos. Al amanecer salieron, pero no habían avanzado mucho cuando vieron la forma recostada de un gigante durmiendo y se dieron cuenta de que los peculiares sonidos que habían perturbado su sueño habían sido provocados por sus ronquidos. En esos momentos se despertó el gigante, se levantó, se estiró, buscó a su alrededor su propiedad perdida y un segundo más tarde recogió el objeto que Thor y sus acompañantes habían confundido en la oscuridad por una casa. Entonces se dieron cuenta sorprendidos, de que no era sino un enorme mitón y que el ala donde habían dormido era el lugar separado para el descomunal pulgar del gigante. Tras averiguar que Thor y sus compañeros se dirigían hacia Utgard, como se llamaba el reino de los gigantes, Skrymir, que así se llamaba el gigante, se ofreció a ser su guía; tras caminar con ellos durante todo el día, les llevó al anochecer a un lugar donde les propuso descansar. Sin embargo, antes de disponerse a dormir, les ofreció las provisiones que había en su cartera. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, ni Thor ni sus compañeros fueron capaces de desatar los nudos que Skrymir había atado. Utgardloki. Enfurecido por sus ronquidos, que le habían impedido dormir, Thor asestó tres terribles golpes con su martillo al gigante. Estos golpes, en vez de aniquilar al monstruo, solamente provocaron en él comentarios soñolientos, como si una hoja, un trozo de corteza o una ramita del nido de un pájaro hubiesen caído sobre su cara. Temprano por la mañana, Skrymir dejó a Thor y su gente, señalándoles el camino más corto hasta el castillo de Utgardloki, que había sido construido con grandes bloques de hielo y enormes carámbanos relucientes como pilares. Los dioses, deslizándose por entre los barrotes de la gran puerta de entrada, se presentaron audazmente ante el rey de los gigantes, Utgardloki, el cual, tras reconocerles, fingió inmediatamente estar completamente sorprendido por su pequeño tamaño y expresó su deseo de ver con sus propios ojos de lo que eran capaces de hacer, pues con frecuencia había oído los alardes de sus habilidades. Loki, que había ayunado más de lo que hubiese deseado, declaró inmediatamente que estaba dispuesto a apostar con quien fuese por una comida. Consiguientemente, el rey ordenó que se trajera una gran mesa de madera llena de carne a la sala. Colocó a Loki en un extremo y a su cocinero Logi en el otro y les ordenó que comenzara la disputa. Aunque Loki hizo maravillas, y llegó rápidamente hasta el centro de la mesa, se encontró sólo con los huesos, mientras que su oponente ya se había devorado tanto la carne como la mesa. Sonriendo desdeñosamente, Utgardloki declaró que era evidente que no era mucho lo que eran capaces de hacer en cuanto al comer, lo cual irritó tanto a Thor que afirmó que, si bien Loki no podía comer tanto como el voraz cocinero, estaba seguro que él podría beber el mayor vaso que se encontrase en el palacio, tan insaciable era su sed. Inmediatamente se trajo un cuerno y, tras declarar Utgardloki que los buenos bebedores lo vaciaban de un trago, las personas moderadamente sedientas en dos y los bebedores insignificantes en tres, Thor acercó el borde a sus labios. Pero, aunque tragó tan profundamente que creyó que iba a reventar, el líquido aún llegaba hasta el borde cuando levantó su cabeza. Un segundo y un tercer intento para vaciar el cuerno fueron también fallidos. Thialfi se ofreció entonces a disputar una carrera, pero un joven de nombre Hugi, contra le cual se le hizo competir, pronto le adelantó, a pesar de que Thialfi había corrido de forma extraordinariamente rápida. Thor propuso después mostrar su fuerza en el levantamiento de pesos y se le retó a que alzara el gato del gigante. Aprovechando una oportunidad para ajustarse su cinturón Megingiörd, que aumentaba su fuerza, tiró y se esforzó, pero sólo logró levantar una de sus patas del suelo. Un último intento por su parte de luchar contra la anciana nodriza de Utgardloki, Elli, considerada la única oponente digna de un oponente tan insignificante, finalizó de forma igualmente desastrosa y los dioses, tras reconocer que habían sido derrotados, fueron agasajados de modo hospitalario. Por la mañana fueron escoltados hasta los confines de Utgard, donde el gigante les comunicó educadamente que esperaba que no volvieran a visitarle jamás, pues se había visto forzado a utilizar la magia contra ellos. Entonces continuó explicando que él era el gigante Skrymir y que si no hubiera tomado la precaución de interponer una montaña entre su cabeza y los golpes de Thor, mientras él yacía aparentemente dormido, probablemente hubiera muerto, pues profundas grietas en la ladera de la montaña, las cuales señaló, eran testigo de la fuerza del dios. A continuación les informó que el oponente de Loki había sido Logi (fuego salvaje); que Thialfi había disputado una carrera contra Hugi (pensamiento) y que no existía en el mundo un corredor más rápido que él; que el cuerno del que bebió Thor estaba conectado con el océano, donde sus grandes tragos habían producido un perceptible reflujo; que el gato era en realidad la terrible serpiente que rodeaba el mundo, Iörmungandr, a la cual Thor había casi arrastrado fuera del agua y que Elli, su nodriza, era la vejez, a la que nadie podría derrotar. Tras concluir sus explicaciones y advertirles de que no regresaran nunca o volvería a defenderse con engaños parecidos, Utgardloki se desvaneció y, aunque Thor blandió su martillo con la intención de destruir el castillo, lo envolvió en una niebla tan espesa que no pudo ser visto y el dios del trueno se vio obligado a regresar a Thrudvang, sin haberle administrado a la raza de los gigantes la lección que había planeado. Thor y Hrungnir. Odín se encotraba un día atravesando el aire sobre su corcel de ocho patas, Sleipnir, cuando atrajo la atención del gigante Hrungnir, el cual propuso una carrera, declarando que Gullfaxi, su caballo, podía rivalizar contra Sleipnir en velocidad. En la tensión de la carrera, Hrungnir no se dio cuenta de la dirección en al que iban, hasta que, en el vano intento de alcanzar a Odín, condujo a su corcel hasta las mismísimas puertas del Valhalla. Descubriendo entonces dónde se encontraba, el gigante palideció de miedo, pues sabía que había puesto en peligro su vida aventurándose en la fortaleza de los dioses, sus enemigos ancestrales. Sin embargo, los Ases eran demasiado honorables para tomar incluso un enemigo en desventaja y, en vez de atacarlo, lo llevaron hasta la sala de banquetes, donde procedió a complacerse con el hidromiel. Pronto se excitó tanto que comenzó a alardear de su poder, declarando que algún día vendría y tomaría Asgard, que destruiría junto a los dioses, con la excepción de Freya y Sif, a las cuales miró con una mirada impúdica de admiración. Los dioses, conscientes de que no era responsable de lo que estaba diciendo, ya que estaba bajo el efecto de la bebida, dejaron que siguiera hablando tranquilamente. Pero Thor, que llegaba a casa tras uno de sus viajes, y tras oír la amenaza del gigante de llevarse consigo a su amada esposa, se enfureció terriblemente. Blandió su martillo con furia, con la intención de aniquilar al fanfarrón. Sin embargo, los dioses no estuvieron dispuestos a que esto sucediera y rápidamente se interpusieron entre el encolerizado dios y su invitado, implorando a Thor que respetara las leyes sagradas de la hospitalidad y que no profanara su lugar de paz derramando sangre. Finalmente se persuadió a Thor para que refrenara su ira, pero exigió que Hrungnir fijara hora y lugar para un "holmgang", como se solía llamar generalmente un duelo nórdico. Así retado, Hrungnir prometió encontrarse con Thor en Griottunagard, los confines de su reino, en tres días y partió sobrio por el terror que había experimentado. Cuando los demás gigantes oyeron lo temerario que había sido, le reprendieron por su imprudencia, pero se unieron todos en consejo para intentar mejorar en lo posible la situación. Hrungnir les contó que él tendría el privilegio de ser acompañado por un escudero, con el que Thialfi lucharía, por lo que procedieron a construir una criatura de arcilla, de nueve millas de alto y de ancho a la que llamaron Mokerkialfi (vadeador de niebla). Ya que no lograron encontrar un corazón humano lo suficientemente grande para colocarlo en el pecho de ese monstruo, se aseguraron el de una yegua, el cual, sin embargo, continuó agitándose y estremeciéndose con recelo. Llegó el día del duelo. Hrungnir y su escudero se encontraban esperando la llegada de sus respectivos oponentes. El gigante tenía no sólo un corazón y una calavera de sílex, sino también un escudo y garrote del mismo material, por lo que se consideraba a sí mismo casi invencible. Thialfi llegó antes que su señor y poco después se produjo un terrible retumbo y temblor, que hizo que el gigante se temiera que su enemigo saldría del suelo y le atacaría desde debajo. Por tanto, siguió un indicio de Thialfi y se protegió con su escudo. Sin embargo, un momento más tarde se dio cuenta de su error, pues, mientras Thialfi atacaba a Mokerkialfi con un azadón, Thor apareció súbitamente en escena y lanzó su martillo contra la cabeza de su oponente. Hrungnir, para evitar el golpe, interpuso su garrote de piedra, el cual fue reducido a pedazos, que se esparcieron por toda la tierra, proporcionando todas las piedras de sílex que se encontrarían en lo sucesivo y uno de los fragmentos se insertó profundamente en la frente de Thor. Mientras el dios caía desvaneciéndose al suelo, su martillo aplastó el cráneo de Hrungnir, el cual cayó muerto a su lado, de tal manera que una de las pesadas piernas fue a parar sobre el dios recostado. Thialfi, mientras tanto, había dispuesto del gigante de arcilla con su cobarde corazón de yegua y corrió ahora en ayuda de su señor, pero sus esfuerzos y los de los dioses a los cuales había convocado rápidamente, fueron en vano para levantar la pierna opresora. Mientras se encontraban allí, preguntándose indecisos qué hacer a continuación, llegó el pequeño hijo de Thor, Magni. Según varias versiones, él tenía entonces sólo tres días o tres años, pero pronto asió el pie del gigante y, sin ser ayudado, liberó a su padre, diciendo que, de haber sido llamado antes, hubiera dispuesto fácilmente del gigante y de su escudero. Esta exhibición de fuerza dejó a los dioses maravillados y les ayudó a comprobar la verdad de las predicciones, todas las cuales declaraban que sus descendientes serían más poderosos que ellos, les sobrevivirían y gobernarían a su vez el nuevo cielo y tierra. Para recompensar a su hijo, Thor le entregó el corcel Gullfaxi (crines doradas), el cual había sido heredado por derecho de conquista del gigante. Magni cabalgó por siempre después en su maravilloso caballo, que casi igualaba al célebre Sleipnir en velocidad y resistencia. Groa, la Hechicera. Tras intentar sacarse en vano la astilla de piedra de su frente, Thor regresó tristemente a su hogar en Thrudvang, donde los cariñosos esfuerzos de Sif fueron igualmente inútiles. Por consiguiente, ella mandó llamar a Groa (la creadora de verde), una hechicera, famosa por sus habilidades médicas y por la eficacia de sus hechizos y encantos. Groa mostró inmediatamente su disposición a prestar todos los servicios en su poder al dios que tan a menudo la había beneficiado y comenzó a recitar solemnemente poderosas runas, bajo cuya influencia sintió Thor que la piedra se aflojaba más y más. Su deleite ante la perspectiva de una rápida liberación hizo que Thor deseara recompensar a la hechicera sin dilación y sabiendo que nada podría complacer más a una madre que la esperanza de ver de nuevo a un hijo perdido hacía mucho tiempo, procedió a contarle que él había cruzado recientemente los Elivagar, o corrientes de hielo, para rescatar a su pequeño hijo Orvandil (germen) de las crueles garras de los gigantes de hielo y como el pequeño persistió en sacar uno de los dedos de su pie desnudo por uno de los agujeros de la cesta se había congelado y Thor, rompiéndolo accidentalmente, lo había arrojado al cielo para que brillara como una estrella, conocida en el Norte como "El Dedo del Pie de Orvandil". Encantada con esta noticia, la profetisa cesó su encantamiento para expresar su alegría, pero, habiendo olvidado dónde lo había dejado, fue incapaz de continuar con su hechizo y la piedra de sílex permaneció incrustada en la frente de Thor, de donde nunca pudo ser desprendida. Por supuesto, ya que el martillo de Thor siempre le había sido de gran ayuda, constituía la más preciada de sus posesiones y su consternación fue inmensa cuando se despertó un día y se encontró con que ya no estaba allí. Su grito de furia y decepción pronto atrajo a Loki a su lado, declarando que, si los gigantes llegaban a oírlo, pronto intentarían asaltar Asgard y destruir a los dioses. Thor y Thrym. Loki declaró que intentaría descubrir al ladrón y recuperar el martillo, si Freya le dejaba sus plumas de halcón, tras lo que se dirigió inmediatamente a Folkvang para tomarlas prestadas. Su misión tuvo éxito y con la forma de un pájaro emprendió su vuelo sobre el río Ifing y sobre las áridas extensiones de Jötunheim, donde sospechó que encontraría al ladrón. Allí divisó a Thrym, príncipe de los gigantes de hielo y dios de la destructiva tormenta de trueno, sentado solo en al ladera de una colina. Interrogándole astutamente, pronto averiguó que había robado el martillo y que lo había enterrado muy profundamente bajo tierra. Además, descubrió que había pocas esperanzas de recuperarlo, a menos que se le trajera a Freya ataviada como una novia. Indignado ante la presunción del gigante, Loki regresó a Thrudvang, pero Thor declaró que sería mejor visitar a Freya y tratar de convencerla para que se sacrificara por el bien de todos. Sin embargo, cuando los Ases le contaron a la diosa de la belleza lo que deseaban que hiciera, experimentó tal acceso de cólera que incluso su collar reventó. Ella les contó que nunca abandonaría a su esposo por ningún otro dios, pero mucho menos para desposarse con un detestable gigante y vivir en Jötunheim, donde todo era extremadamente monótono y donde pronto moriría por la nostalgia de los campos verdes y los prados florecidos, en los que adoraba pasear. Viendo que las persuasivas adicionales serían inútiles, Loki y Thor regresaron a casa y allí deliberaron sobre otro plan para recuperar el martillo. Por consejo de Heimdall, Thor tomó prestados y se puso los atavíos de Freya, junto a su collar, y se cubrió a sí mismo con un grueso velo. Loki, tras vestirse como una criada, montó con él en su carro tirado por chivos y la extrañamente vestida pareja se dirigió a Jötunheim, donde pretendían desempeñar los papeles respectivos de diosa y asistenta. Thrym dio la bienvenida a sus invitados en la entrada del palacio, encantado ante la idea de asegurarse la indiscutible posesión de la diosa de la belleza, por la que había suspirado durante tanto tiempo en vano. Les condujo rápidamente hasta la sala de banquetes, donde Thor, la prometida electa, devoró un buey, ocho enormes salmones y todas las tartas y dulces suministradas para las mujeres, regando las diversas viandas con el contenido de dos barriles de aguamiel. El gigante prometido observó estas hazañas gastronómicas con asombro, después de lo cual Loki, para tranquilizarle, le susurró confidencialmente al oído que la novia estaba tan enamorada de él que no había sido capaz de probar bocado durante más de ocho días. Thrym intentó entonces besar a su prometida, pero retrocedió horrorizado ante el fuego de su mirada, que Loki explicó como la mirada ardiente del amor. La hermana del gigante que reclamaba los acostumbrados regalos, fue ignorada, por lo que Loki volvió a susurrarle al perplejo Thrym que el amor volvía a la gente distraída. Embriagado por la pasión y el aguamiel, que también él había bebido en grandes cantidades, el novio ordenó a sus sirvientes que presentaran el martillo sagrado para consagrar el matrimonio cuya ceremonia acababa de iniciarse. Tan pronto como lo trajeron, él mismo lo colocó sobre el pretendido regazo de Freya. Al siguiente momento, una poderosa mano se cerró sobre el corto mango y, pronto, el gigante, su hermana y todos los invitados fueron muertos por el terrible Thor. Dejando una pila humeante de ruinas detrás de ellos, los dioses condujeron rápidamente de vuelta hasta Asgard, donde le devolvieron a Freya los atavíos y el collar prestado. Para gran alivio de Thor y los dioses, se regocijaron por haber podido recuperar el precioso martillo. Cuando Odín contempló aquella parte de Jötunheim desde su trono Hlidskialf, vio las ruinas cubiertas por brotes aún verdes, pues Thor, tras derrotar a su enemigo, había hecho toma de posesión de sus tierras, que en lo sucesivo dejarían de permanecer áridas y desoladas para crecer en ellas fruta en abundancia. Thor y Geirrod. Loki tomó prestado en una ocasión el vestido de halcón de Freya y voló en busca de aventuras a otra parte de Jötunheim, donde se posó sobre las tejas de la cada de Geirrod. Pronto atrajo la atención de este gigante, que le ordenó a uno de sus sirvientes que capturara al pájaro. Divertido ante los torpes intentos del individuo para atraparle, Loki voló de un sitio a otro, moviéndose sólo cuando el gigante estaba a punto de caer sobre él con sus manos. Sin embargo, calculó mal la distancia en una ocasión y de pronto se vio hecho prisionero. Atraído por los brillantes ojos del ave, Geirrod lo observó de cerca e intuyó que era un dios disfrazado. Tras darse cuenta de que no podía hacerle hablar, lo encerró en una cueva, donde lo retuvo durante tres meses enteros sin comida ni agua. Derrotado al final por el hambre y la sed, Loki reveló su identidad y obtuvo la libertad tras prometer que convencería a Thor para que visitara a Geirrod sin su martillo, cinturón o guantelete mágico. Loki voló entonces de vuelta a Asgard y le contó a Thor que había sido espléndidamente agasajado y que su anfitrión había expresado un fuerte deseo de ver al poderoso dios del trueno, de quien había escuchado maravillosas historias. Halagado por este ingenioso discurso, Thor fue convencido para realizar un viaje amistoso hasta Jötunheim y los dos dioses partieron, dejando en casa las tres mágicas armas. No habían avanzado mucho, sin embargo, antes de que hubieran llegado a la casa de la giganta Grid, una de las muchas esposas de Odín. Viendo que Thor iba desarmado, le advirtió que se cuidara de la traición y le prestó su propio cinto, garrote y guante. Pasando un tiempo tras dejarla, Thor y Loki llegaron hasta el río Veimer y el Atronador, acostumbrado ya a ello, se dispuso a vadearlo, ordenándole a Loki y a Thialfi que se agarraran fuerte a su cinto. Sin embargo, a mitad de la corriente, una súbita lluvia y la consiguiente riada les sorprendieron. Las aguas comenzaron a elevarse y a rugir y aunque Thor se apoyó con fuerza sobre su garrote, casi fue arrastrado por la fuerza de la furiosa corriente. Thor se dio cuenta ahora de la presencia, corriente arriba, de la hija de Geirrod, Gialp y, sospechando de forma correcta que ella era la responsable de la tormenta, asió un enorme canto rodado y lo lanzó hacia ella, murmurando que el mejor sitio para regresar un río era en su origen. El proyectil tuvo el efecto deseado, pues la giganta huyó, las aguas cedieron y Thor, exhausto pero ileso, se arrastró hasta la orilla opuesta tirando de un pequeño arbusto, el serbal. Éste fue conocido desde entonces como "la salvación de Thor" y se le atribuyeron poderes mágicos. Tras descansar durante un rato, Thor y sus compañeros reanudaron su viaje. Pero a la llegada a la casa de Geirrod, el dios estaba tan exhausto que se hundió agotado en el primer asiento a la vista. Para su sorpresa, sin embargo, notó cómo éste se elevaba por debajo de él y, temiendo que pudiera ser aplastado, empujó el garrote prestado contra el techo, obligando al asiento a bajar con todas sus fuerzas. A ello siguió un terrible crujido, gritos repentinos y quejidos de dolor. Cuando Thor se dispuso a averiguar lo que pasaba, descubrió que las hijas del gigante, Gialp y Greip, se habían deslizado bajo su sillón con la intención de matarle a traición, por lo que habían obtenido una retribución justa, muriendo ambas aplastadas. Geirrod se presentó entonces y retó a Thor a poner a prueba su fuerza y habilidades y, sin esperar a una señal preconcertada, le arrojó una cuña incandescente. Thor, rápido de ojo y experimentado receptor, cogió el proyectil con el guante de hierro de la giganta y lo lanzó de vuelta a su oponente. Tal era la fuerza del dios, que el proyectil atravesó no sólo el pilar tras el cual se refugió el gigante, sino también su cuerpo y la pared de la casa, enterrándose profundamente en la tierra del exterior. Thor se acercó entonces resueltamente hasta el cadáver del gigante, al que el golpe de su arma había transformado en piedra y lo situó en un lugar destacado, como monumento a su fuerza y a la victoria que había obtenido sobre sus indiscutibles enemigos, los gigantes de las montañas. El Culto a Thor. El nombre de Thor se dio a muchos de los lugares que él solía visitar, como el puerto principal de las islas Feroe y a las familias que afirman ser sus descendientes. Thor era considerado como una deidad preeminentemente benévola y por esa razón era tan venerado en todas partes y se le dedicaron templos en Moeri, Hlader, Godey, Gotland y Upsala y otros sitios, donde la gente no faltaba para invocarlo para pedirle un año favorable durante Jultide, su principal festival. Era costumbre en esa ocasión el quemar un gran tronco de roble, su árbol sagrado, como emblema del calor y de la luz del verano, que ahuyentaría la oscuridad y el frío del invierno. Las novias se vestían invariablemente de rojo, el color preferido de Thor, que era considerado emblemático del amor y por la misma razón los anillos de compromiso en el Norte eran por lo general hechos con piedra roja. Los templos y las estatuas de Thor, como las de Odín, estaban hechos de madera y un gran número de ellos fueron destruidos durante el reinado de Olav el Santo. Según las antiguas crónicas, este monarca convertía a la fuerza a sus súbditos al cristianismo ·Frigg o Frigga. Frigg, hija de Fiorgyn y hermana de Jörd, según algunos mitólogos, es considerada por otros como la hija de Jörd y Odín, con el que posteriormente se desposó. Este matrimonio causó tal regocijo general en Asgard, donde la diosa era muy amada, que tras el acontecimiento se convirtió en costumbre celebrar siempre su aniversario con un festín y canciones y tras ser declarada patrona del matrimonio, siempre se brindaba a su salud, junto a la de Odín y Thor, en los festines de boda. Frigg es la diosa de la atmósfera, o mejor dicho, de las nubes y como tal era representada con vestimentas blancas u oscuras, de acuerdo a su humor un tanto variable. Ella era la reina de los dioses y sólo ella tenía el privilegio de sentarse sobre el trono Hlidskialf, además de su esposo. Desde allí podía observar todo el mundo y ver lo que estaba sucediendo y, según la creencia de nuestros antepasados, ella poseía además el conocimiento del futuro, aunque, sin embargo, nadie podía persuadirla para que lo revelara, probando de esta manera, que las mujeres eran igualmente capaces de guardar importantes secretos. Era generalmente representada como una mujer alta, bella y majestuosa, coronada con plumas de garza real, el símbolo del silencio o del olvido, y vestida con atavíos blancos, con un cinto de oro en su cintura, del cual pendían un montón de llaves, como símbolo distintivo del ama de casa nórdica, de quienes ella era su patrona especial. Aunque aparecía a menudo junto a su esposo, Frigg prefería permanecer en su propio palacio conocido como Fensalir, el lugar de las nieblas o del mar, donde ella manejaba diligentemente su rueca, hilando hebras de oro o tejiendo extensas telas de nubes de brillantes colores. Para realizar su trabajo, usaba una maravillosa rueca enjoyada que de noche brillaba de forma intensa en el cielo, como una constelación, conocida en el Norte con el nombre de "La Rueca de Frigg", mientras que en otros sitios era denominado al mismo conjunto de estrellas, el "Cinto de Orion". La elegante diosa invitaba a su palacio Fensalir a esposos y esposas que hubieran llevado vidas virtuosas durante su estancia en la Tierra, para que pudieran disfrutar de la compañía de su cónyuge incluso después de la muerte y nunca tener que ser separados de nuevo. Frigg era por tanto considerada como la diosa del amor conyugal y maternal, y era venerada especialmente por las parejas casadas y los padres afectuosos. Sin embargo, esta elevada labor no absorbía por completo sus pensamientos, pues se nos dice que ella era muy aficionada a los vestidos y, siempre que aparecía ante la asamblea de los dioses, su indumentaria era suntuosa y favorecedora y sus joyas eran elegidas con gran gusto. El amor de Frigg por los ornamentos la llevó en una ocasión por el mal camino, pues en su ansia de poseer una joya nueva, robó en secreto una pieza de oro de una estatua que representaba a su esposo, que acababa de ser colocada en su templo. El metal robado fue confiado a los enanos, con instrucciones de fabricar con él un maravilloso collar para su uso. La joya finalizada era tan resplandeciente que acentuó aún más los encantos de la diosa y aumentó el amor de Odín por ella. Sin embargo, cuando este descubrió el robo del oro, convocó enfurecido a los enanos y les ordenó que le revelaran quién había osado tocar su estatua. Reacios a traicionar a la reina de los dioses, los enanos permanecieron obstinadamente en silencio y, viendo que no lograría obtener ninguna información de ellos, Odín ordenó que la estatua fuera situada sobre la entrada del templo y que fuera puesta a trabajar para que ideara runas que le conferirían el poder del habla y le permitiría denunciar al ladrón. Cuando Frigg oyó esto, se estremeció de miedo e imploró a su asistenta favorita, Fulla, para que ideara algún remedio de protegerla de la ira de su esposo. Fulla, que siempre estaba dispuesta a servir a su señora, pertió inmediatamente, regresando pronto acompañada por un horrible enano, el cual prometió procurar que la estatua hablara sólo si Frigg se dignaba a sonreírle de buena gana. Tras haber sido concedido tal favor, el enano corrió hasta el templo, infundió a los guardias un profundo sueño y, mientras se encontraban inconscientes, bajó la estatua de su pedestal y la rompió en pedazos, para que nunca pudiera llegar a revelar el robo de Frigg, a pesar de los esfuerzos de Odín de dotarle de habla. Odín se enfureció terriblemente al descubrir el sacrilegio por la mañana, tanto que abandonó Asgard y desapareció llevándose consigo todas las bendiciones que solía repartir entre dioses y hombres. Según algunas autoridades en la materia, sus hermanos se aprovecharon de su ausencia para asumir su forma y asegurarse su trono y su esposa, sin embargo, aunque se parecían a él exactamente, no fueron capaces de reimponer las bendiciones perdidas y permitieron que los gigantes del hielo, o Jötuns, invadieran la tierra y la envolvieran con su frío.
Los pérfidos gigantes estrujaron las hojas y los brotes de las plantas hasta que todas se marchitaron, desnudaron los árboles, amortajaron la tierra con un gran cobertor blanco de nieve y hielo, y la cubrieron con impenetrables nieblas. Pero al final de siete fatigosos meses, el verdadero Odín se apiadó y regresó y cuando vio todo el mal que se había hecho, echó a los usurpadores, obligó a los gigantes de hielo a relajar sus garras sobre la tierra y a liberarla de sus ataduras de hielo, esparciendo de nuevo todas sus bendiciones y alegrando toda la tierra con la luz de su sonrisa. Las Asistentas de Frigg. Fulla. Frigg tenía, como sus propias asistentas especiales, un número de hermosas doncellas, entre las cuales se encontraba Fulla (Volla), su hermana según algunas autoridades, a quien le confiaba su estuche de joyas. Era Fulla siempre la encargada del atavío de su señora. Tenía el privilegio de calzarle sus zapatos de oro, la atendía en todas partes y era su confidente. A menudo le aconsejaba sobre la mejor manera de ayudar a los mortales que imploraban la ayuda de la diosa. Fulla era ciertamente muy hermosa y tenía largos cabellos dorados, que ella dejaba sueltos sobre sus hombros, sujetos sólo por una redecilla o cintillo de oro. Ya que sus cabellos eran emblemáticos del grano dorado, este cintillo representaba el atado de las gavillas. Fulla era conocida también como Abundia o Abundancia, en algunas regiones de Alemania, donde ella era considerada como el símbolo de la plenitud de la Tierra. Hlin. Hlin, la segunda asistenta de Frigg, era la diosa de la consolación, a la que enviaba para que secara las lágrimas de los que lloraban y derramara bálsamo sobre los corazones encogidos por el dolor y el sufrimiento. Ella también escuchaba con oídos siempre atentos las oraciones de los mortales, comunicándoselo a su señora y aconsejándole a veces sobre el mejor modo de contestarlas y conceder el consuelo deseado. Gna. Era la veloz mensajera de Frigg. Montada sobre su rápido corcel Hofvarpnir, viajaba con maravillosa velocidad a través del fuego y el aire, sobre la tierra y el mar y por tanto era considerada como la personificación de la brisa refrescante. Viajando de acá para allá de esta manera, Gna veía todo lo que sucedía sobre la Tierra, contándoselo después a su señora.

En una ocasión, mientras pasaba sobre Hunaland, vio al rey Rerir, un descendiente lineal de Odín, que estaba sentado tristemente al lado de la costa, lamentándose de su falta de descendencia. La reina del cielo, que también era la diosa de los alumbramientos, tras oír tales noticias, tomó una manzana (el emblema de la fertilidad) de su despensa privada, se la dio a Gna y le ordenó que se la llevase al rey. Con la rapidez del elemento que ella personificaba, Gna salió a toda velocidad y, mientras pasaba sobre la cabeza de Rerir, dejó caer la manzana sobre su regazo con una sonrisa radiante. El rey meditó por un momento acerca del significado de esta repentina aparición y el regalo, tras lo que corrió hasta su palacio, con su corazón latiendo apresuradamente de esperanza y le entregó la manzana a su esposa para que se la comiera. Al debido tiempo, para su gran gozo, ella dio a luz a su hijo Volsung, el gran héroe nórdico, que llegó a ser tan famoso que le dio nombre a toda su raza. Lofn, Vjofn y Syn. Además de las mencionadas anteriormente, Frigg contaba con otras asistentas en su séquito, como la delicada y elegante doncella Lofn (elogio o amor), cuyo cometido era el de eliminar todos los obstáculos del sendero de los amantes. El deber de Vjofn era el de inducir al amor a los corazones inflexibles, para mantener la paz y la concordia entre la humanidad y el de reconciliar esposos y esposas tras una disputa. Syn (verdad) protegía la entrada del palacio de Frigg, negándose abrirla a aquellos cuya entrada no les era permitida. Una vez le hubiera negado la entrada a un intruso, ningún ruego podía cambiar su decisión. Por tanto, ella presidía todos los tribunales y juicios y siempre que algo necesitaba ser vetado, el recurso usual era el de declarar que Syn no estaba a favor de ello. Gefjon. Gefjon era también una de las doncellas en el palacio de Frigg y a ella le eran confiados todos aquellos que habían fallecido solteros, a los que recibía y hacía felices por siempre. Según algunos estudiosos, Gefjon no era virgen, ya que estaba casada con uno de los gigantes, con el que tuvo cuatro hijos. Esta misma fuente declara que Odín la envió para que visitara a Gylfi, rey de Suecia y le rogara para que le concediese una porción de tierra donde ella pudiera formar su hogar. El rey, divertido ante su petición, le prometió que le concedería tanta tierra como ella fuera capaz de arar en un día y una noche. Gefjon, sin desalentarse, transformó a sus cuatro hijos en bueyes, los ató a un arado y comenzó a hacer un surco tan grande y profundo, que el rey y sus cortesanos quedaron estupefactos. Gefjon continuó con su labor sin mostrar ningún signo de fatiga, y una vez hubo arado en círculo una extensa porción de tierra, la arrancó con fuerza, haciendo que sus bueyes lo arrastraran hasta el mar, donde ella lo fijó, llamándolo Seeland (tierra del mar). Mientras, el agujero que ella produjo fue rellenado rápidamente con agua para formar un lago, llamado al principio Logrum (el mar), pero que posteriormente fue conocido como el lago Mälar, cuyas mellas corresponden con los promontorios de Seeland. Gefjon se desposó entonces con Skiold, uno de los hijos de Odín y se convirtió en la antepasada raza real danesa de los skioldungs, que vivían en la ciudad de Hleidra o Letra, que ella fundó y que llegó a ser el lugar principal de sacrificio para los daneses paganos. Eira, Vara, Vör y Snotra. Eira, también asistente de Frigg, era considerada como una doctora extremadamente habilidosa. Ella reunía enfermos de todo el mundo para curar tanto sus heridas como enfermedades y era su competencia el enseñarle a las mujeres su ciencia, que eran las únicas que ejercían la medicina entre las antiguas naciones del norte. Vara escuchaba todos los juramentos y castigaba los perjuros, mientras que recompensaba a aquellos que guardaban fielmente su palabra. También estaba Vör (fe), que conocía todo lo que estaba por suceder en el mundo y Snotra, diosa de la virtud, que poseía todos los conocimientos. Con semejante grupo de asistentas, no es de extrañar que Frigg fuera considerada una deidad poderosa. Sin embargo, a pesar del prominente lugar que ocupaba en la religión nórdica, nunca se le dedicaron templos o santuarios, y era venerada sólo junto a Odín. Otros Aspectos de Frigg. En el sur de Alemania se veneraba a una diosa cuyos atributos eran los mismos que los de Frigg, por lo que evidentemente, eran las mismas deidades aunque con nombres distintos. Entre estos nombres estaba el de Holde (Hulde o Frau Holle), que indulgentemente repartía muchos generosos regalos. Ya que ella controlaba el tiempo, la gente solía decir que cuando caían los copos de nieve, estaba agitando su cama y cuando llovía, que se encontraba lavando sus vestidos, señalando a menudo las nubes como la ropa que ella había puesto a blanquear. Cuando grandes tiras de nubes grises surcaban el cielo, se decía que ella estaba tejiendo, pues se suponía que también era una tejedora muy diligente, además de hilandera y ama de casa. Se dice que fue ella quien le dio el lino a la humanidad y le enseñó cómo usarlo. Según la tradición medieval, Holde vivía en una cueva en Hörselberg, en Turingia, donde era conocida como Frau Venus y considerada como una hechicera que seducía a los mortales hasta su reino, donde los retenía por siempre, saturando sus sentidos con toda clase de placeres sensuales.
La más famosa de sus víctimas fue Tannhäuser, quien, tras vivir bajo su hechizo durante una temporada, experimentó una revulsión en sus sentimientos que aflojó las cadenas de Frau Venus sobre su espíritu e indujo pensamientos inquietos acerca de su alma. Él logró escapar de su poder y corrió a Roma para confesar sus pecados y obtener la absolución. Pero cuando el Papa oyó de su relación con una de las diosas paganas, de las que los sacerdotes afirmaban que eran demonios, declaró que el caballero tendría tantas esperanzas para el perdón como él de ver en su bastón crecer brotes y flores. Abatido de dolor ante tal declaración, Tannhäuser huyó y, a pesar de los ruegos de su fiel amigo Eckhardt, no transcurrió mucho tiempo antes de que regresara a Hörselberg, donde desapareció dentro de la cueva. Sin embargo, tan pronto como hubo desaparecido llegó el mensajero del Papa, proclamando que había sido perdonado, pues el bastón marchito había florecido milagrosamente, probando ante todos que no existía un pecado demasiado horrible como para no ser perdonado, siempre que el arrepentimiento fuera sincero. Eastre, la Diosa de la Primavera. La diosa sajona Eastre u Ostara, diosa de la primavera, cuyo nombre ha sobrevivido en la palabra inglesa Easter (Pascua) y en la alemana Ostern (Pascua), es también idéntica a Frigg, pues también ella era considerada como la diosa de la Tierra, o más bien de la resurrección de la naturaleza tras su prolongada muerte durante el invierno. Esta indulgente diosa también fue muy querida por los antiguos teutones, tanto que incluso después de la introducción del cristianismo guardaban un recuerdo tan agradable de ella que rehusaron degradarla a la categoría de demonio, como muchas otras de sus divinidades, y le dieron su nombre a la gran festividad cristiana.

Durante mucho tiempo fue costumbre celebrar este día con el intercambio de huevos coloreados, pues el huevo representa el comienzo de la vida, por lo que los primeros cristianos continuaron con este hábito, declarando, sin embargo, que el huevo era también simbólico de la resurrección. En varias regiones de Alemania se pueden ver todavía altares de piedra, conocidos como Osternsteine (piedras de Pascua), pues habían sido dedicados a la hermosa diosa Ostara. Los jóvenes los coronaban con flores y danzaban alegremente a su alrededor, a la luz de grandes hogueras, una especie de juego popular practicado hasta la mitad del presente siglo, a pesar de las denuncias de los sacerdotes y de edictos publicados repetidamente en su contra. Bertha, la Dama Blanca. En otras partes de Alemania, Frigg, Holde o bien Ostara, es conocida también por el nombre de Brechta, Bertha o la Dama Blanca. Se la conoce mejor bajo este calificativo en Turingia, donde se supone que vivía ella en una montaña ahuecada, velando por los Heimchen, las almas de los niños aún no nacidos y de aquellos que habían muerto sin ser bautizados. Allí, Bertha velaba por la agricultura, cuidando de las plantas, que su escuadrón de infantes regaban cuidadosamente, pues se suponía que cada bebé transportaba una pequeña jarra para tal propósito. Mientras la diosa fuera debidamente respetada y su refugio no molestado, permanecería donde estaba. Pero la tradición relata que ella abandonó en una ocasión su país, junto a su séquito de niños arrastrando su arado, para asentarse en algún otro lugar y continuar con sus bondadosos servicios. Ella es la antepasada legendaria de varias familias nobles y se supone que es la misma que la diligente reina del mismo nombre, la mítica madre de Carlomagno, cuya época se ha convertido algo proverbial, pues cuando en Francia y en Alemania se habla de la Edad de Oro, es costumbre decir "en los días en los que Bertha tejía". Como se supone que esta Bertha había desarrollado un pie muy grande y liso, de presionar continuamente sobre el pedal de su rueca, se la representa a menudo en el arte medieval como una mujer con un pie plano y de ahí que se la conozca como la "reine pédauque". Como antepasada de la casa imperial de Alemania, se supone que la Dama Blanca se aparece en palacio antes de que suceda una muerte o una desgracia en la familia. Esta superstición es aún tan común en Alemania, que los periódicos en 1884 relataron el informe oficial de un centinela, que declaró que la había visto pasar rápidamente en uno de los pasillos del palacio. Ya que Bertha era célebre como hilvanadora, fue naturalmente referida como la patrona especial de tales trabajadoras femeninas y se decía que pasaba corriendo a través de las calles de cada pueblo, durante las doce noches que mediaban entre el día de Navidad y el seis de enero, mirando de cerca por cada ventana para supervisar el hilvanado de cada familia. Las doncellas cuyo trabajo había sido realizado con esmero eran recompensadas con un regalo consistente en una de sus propias hebras de oro, o una rueca llena de lino de la más alta calidad. Pero dondequiera que se encontrase una hilvanadora descuidada, su rueda era rota, su lino ensuciado y si había olvidado honrar a la diosa comiendo una gran cantidad de pasteles horneados durante aquella época del año, era cruelmente castigada. En Mecklenburg, esta misma diosa era conocida como Frau Gode o Wode, la versión femenina de Woden u Odín y su aparición siempre era considerada como la precursora de gran prosperidad. También se suponía que era una gran cazadora y que encabezaba la Cacería Salvaje, montada sobre un caballo blanco y acompañada de sus asistentas transformadas en sabuesos y toda clase de animales salvajes.

En Holanda se la conocía como Vrouelde y los holandeses conocen a la Vía Láctea por ella como Vroueldenstraat. En algunas regiones del norte de Alemania se la llama Nerthus (Madre Tierra). Su carro sagrado se guardaba en una isla, presumiblemente Rügen, donde los sacerdotes velaban cuidadosamente hasta que llegaba ella para emprender su viaje anual a través de sus dominios y bendecir la tierra. La diosa, con el rostro completamente cubierto bajo un espeso velo, se sentaba entonces en su carro, que era arrastrado por dos vacas y era respetuosamente escoltado por sus sacerdotes. Cuando ella pasaba, la gente le rendía homenaje interrumpiendo todas las guerras y dejando a un lado sus armas. Se vestían con atavíos festivos y no reanudaban sus luchas hasta que la diosa hubiese regresado de nuevo a su santuario. Entonces, tanto el carro como la diosa eran bañados en un lago secreto, el Schwarze See, en Rügen, que se tragaba a los esclavos que habían asistido al baño y los sacerdotes reanudaban de nuevo su vigilancia sobre el santuario y la arboleda de Nerthus o Hlodyn, hasta su próxima aparición. En Esandinavia esta diosa era también conocida como Huldra y se enorgullecía de su séquito de ninfas del bosque, las cuales buscaban a veces la compañía de los mortales, para disfrutar de un baile en las praderas de los pueblos. Sin embargo, se las podía reconocer siempre por la punta de una cola de vaca que sobresalía por debajo de sus largos vestidos blancos. Esta gente de Huldra era la protectora especial del ganado de las montañas y se decía que a veces sorprendían al viajante solitario con la maravillosa belleza de las melodías que cantaban para entretenerse durante las horas que duraban sus tareas. ·Tyr, el Dios de la Guerra. Tyr, Tiu o Ziu, era hijo de Odín y, según algunos mitólogos, su madre era Frigga, la reina de los dioses, o una bella gigante cuyo nombre se desconoce, pero que era una personificación del mar furioso. Él era el dios del honor marcial y una de las doce principales deidades de Asgard. Aunque aparentemente no tenía una morada concreta allí, siempre era bienvenido en Vingolf o Valhalla y ocupaba uno de los doce tronos en la gran sala de consejo de Gladsheim. Como dios del valor y de la guerra, Tyr era invocado con frecuencia por varias naciones del Norte, que le aclamaban, al igual que a Odín, para obtener la victoria. Que su jerarquía figuraba detrás de la de Odín y Thor está demostrado por su nombre, Tiu, habiéndoselo dado a uno de los días de la semana, el día Tiu que en inglés moderno se ha convertido en Tuesday (martes). Bajo el nombre de Ziu, Tyr era la divinidad principal de los suevos, que originalmente habían llamado su capital, la actual Ausburgo, Ziusburgo. Esta gente, venerando al dios como lo hacían, solían rendirse culto bajo el emblema de una espada, su atributo distintivo y en su honor se celebraban grandes danzas de espada, donde se interpretaban varias figuras. A veces, los participantes formaban dos largas líneas, cruzaban sus espadas, la apuntaban hacia arriba y retaban al más audaz entre ellos a que diera un salto por encima de ellos. En otros tiempos, los guerreros unían las puntas de sus espadas para formar una rosa o una rueda, y cuando la figura estaba completa, invitaban a su jefe a alzarse sobre el ombligo así formado de hojas de acero reluciente y afilado y entonces lo paseaban por el campamento triunfantes. La punta de la espada llegó posteriormente a ser considerada tan sagrada que se convirtió en una costumbre el hacer juramentos sobre ella. Un rasgo distintivo del culto a este dios entre los francos y algunos otros pueblos nórdicos era el de que los sacerdotes llamados druidas o godi, ofrecían sacrificios humanos en sus altares, generalmente contando el águila extendida o sangrienta sobre sus víctimas, es decir, realizando una profunda incisión en cualquiera de los dos lados del espinazo, sacando hacia fuera las costillas así aflojadas y arrancando las vísceras a través de la apertura resultante. Por supuesto, sólo los prisioneros de guerra eran sometidos a esta práctica y era considerado como una gesta de honor entre las razas del Norte europeo el soportar esta tortura sin un solo quejido.

Estos sacrificios se llevaban a cabo en toscos altares de piedra llamados dólmenes, que todavía pueden ser vistos en el Norte de Europa. Ya que Tyr era considerado como el dios patrono de la espada, se consideraba que era indispensable el grabar el signo o la runa que le representaba bajo la hoja de todas las espadas, una práctica que el Edda impuso a todos aquellos que desearan obtener la victoria. Las runas debéis conocer, si la victoria deseáis obtener, y sobre el puño de vuestra espada los grabaréis; algunos en el templo, algunos en la guardia, dos veces mencionad el nombre de Tyr. Tyr era idéntico al dios sajón Saxnot (de sax, o espada) y a Er, Heru o Cheru, la divinidad principal de los cheruski, que también le consideraban el dios del Sol y creían que el filo de su reluciente espada era un emblema de sus rayos. La Espada de Tyr. Según las antiguas leyendas, la espada de Cheru, que había sido fabricada por los mismos enanos, hijos de Ivald, que habían forjado la lanza de Odín, era considerada muy sagrada por su gente, a cuyo cuidado él había confiado, declarando que aquellos que la poseyeran tendrían la victoria segura sobre sus enemigos.
Pero aunque era cuidadosamente guardada en el templo, donde colgaba de forma que reflejara los primeros rayos del sol matinal, desapareció misteriosamente una noche. Una vala, druida femenina o profetisa, consultada por los sacerdotes, reveló que las Nornas habían decretado que quienquiera que la empuñara conquistaría el mundo y moriría por él; pero, a pesar de todos los ruegos, ella rehusó contarles quién se la había llevado o dónde podría ser encontrada. Tyr, cuyo nombre era sinónimo de valentía y sabiduría, también tenía, según lo antiguos nórdicos, a sus órdenes a las blancas valquirias, las asistentes de Odín y creían también que era él el que decidía qué guerreros deberían transportar ellas hasta Valhalla para ayudar a los dioses en el último día. La Historia de Fenris. Tyr era generalmente representado y considerado como un dios manco, al igual que Odín era considerado un dios tuerto. Diversas explicaciones son ofrecidas por las diferentes autoridades en la materia; algunos afirman que se debí a que sólo podía concederle la victoria a un bando; otros, porque una espada tenía una sola hoja. Sea como fuere, los antiguos preferían la siguiente versión: Loki se desposó en secreto en Jötunheim con la horrible giganta Angurboda (presagiadora de los tormentos), con la que tuvo tres monstruosos hijos: el lobo Frenrihr o Fenris, Hel, la parcialmente coloreada diosa de la muerte y Iörmungandr, una terrible serpiente. Él guardó en secreto la existencia de estos monstruos tanto tiempo como pudo. Sin embargo, crecieron tanto tan rápidamente que no se les pudo mantener por más tiempo confinados en la cueva donde habían nacido. Odín, desde su trono pronto se percató de su existencia y también de la inquietante velocidad a la que crecían. Temeroso de que estos monstruos invadieran Asgard y destruyeran a los dioses una vez hubiesen aumentado su poder, Allfather decidió deshacerse de ellos y, tras dirigirse hasta Jötunheim, arrojó a Hel a las profundidades de Niflheim, diciéndole que ella podía reinar sobre los nueve tenebrosos mundos de los muertos. Después arrojó a Iörmungandr al mar, donde alcanzó unas proporciones tan inmensas que al final terminó por rodear la Tierra hasta el punto de poder morderse su propia cola. Nada satisfecho con las pavorosas dimensiones que la serpiente alcanzó en su nuevo elemento, Odín resolvió llevar a Fenris hasta Asgard, con la esperanza de, con un trato amable, convertirlo en un animal tratable y gentil. Pero todos los dioses se encogieron consternados cuando vieron al lobo y ninguno de ellos se atrevió a acercarse a él para darle de comer, excepto Tyr, a quien nada le intimidaba. Viendo que Fenris crecía diariamente en tamaño, fuerza, voracidad y ferocidad, los dioses se reunieron en consejo para deliberar sobre la mejor manera de deshacerse de él. Decidieron unánimemente que, como matarlo profanaría su lugar de paz, lo atarían fuertemente para que no pudiese causarles ningún daño. Con tal propósito a la vista, se hicieron con una gruesa cadena llamada Leding y le propusieron alegremente a Fenris atarle para poner a prueba su alardeada fuerza. Confiado en que sería capaz de liberarse, el lobo permitió pacientemente que le ataran a conciencia y cuando todos se hubieron puesto a un lado, con gran esfuerzo se estiró y fácilmente reventó la cadena que le aprisionaba. Ocultando su disgusto, los dioses elogiaron en alto su fuerza, pero después fabricaron una cadena mucho más fuerte, Droma, con la cual, tras algunas persuasiones, permitió el lobo que se le volviera a atar como antes. De nuevo, un corto e intenso esfuerzo bastó para reventar sus ataduras, por lo que en el Norte es proverbial usar las expresiones figuradas "soltarse de Leding" y "librarse de Droma", siempre que sobrevenían grandes dificultades.

Los dioses, dándose cuenta ahora que las ataduras normales, por muy fuertes que fueran, no servirían para derrotar la gran fuerza de Fenris el lobo, le pidieron a Skirnir, sirviente de Freya, que descendiera hasta Svartalfaheim y ordenara a los enanos que fabricaran unas cadenas que nadie pudiese romper. Utilizando artes mágicas, los elfos oscuros manufacturaron una fina soga sedosa, a partir de materiales tan implapables como el sonido de los pasos de un gato, la barba de una mujer, las raíces de una montaña, la nostalgia de un oso, la voz de los peces y la saliva de los pájaros. Cuando estuvo finalizada, se la entregaron a Skirnir, asegurándole que ningún tipo de fuerza podría llegar a romperla y que cuanto más fuerza tensada, más fuerte se volvería. Armados con esta cuerda llamada Gleipnir, lo dioses se dirigieron junto a Fenris a la isla de Lyngvi, en medio del lago Amsvartnir y de nuevo le propusieron poner a prueba su fuerza. Pero aunque Fenris había alcanzado una fuerza aún mayor, desconfió de una cadena que se veía tan fina. Por consiguiente, rehusó permitir que le ataran, a menos que uno de los Ases consintiera poner la mano en su boca y dejarla allí, como garantía de buena fe y de que no fuera utilizada ningún arte mágico contra él. Los dioses oyeron tal decisión consternados y todos se echaron atrás, con la excepción de Tyr, el cual, viendo que los demás no consentirían esta condición, dio audazmente un paso al frente e introdujo su mano entre las fauces del monstruo. Los dioses rodearon entonces firmemente el cuello y las patas de Frenris con Gleipnir y cuando vieron que sus más denotados esfuerzos para liberarse fueron infructuosos, gritaron y rieron con júbilo. Tyr, sin embargo, no pudo compartir su alegría, pues el lobo, al verse capturado, arrancó de un mordisco la mano del dios a la altura de la muñeca, que desde entonces se ha conocido como la articulación del lobo. Privado de su mano derecha, Tyr se vio obligado a usar el brazo mutilado para sujetar su escudo y empuñar la espada con la mano izquierda. Sin embargo, tal era su destreza que siguió abatiendo a sus enemigos como antes.

Los dioses, a pesar de los esfuerzos del lobo, estiraron el final de la cadena Gleipnir a través de la roca Gioll y lo ataron al canto rodado Gelgia, el cual fue enterrado profundamente en el suelo. Abriendo sus pavorosas fauces, Fenris profirió aullidos tan terribles que los dioses, para acallarle, sumergieron una espada en su boca, con la empuñadura apoyada contra la mandíbula inferior y la punta en su paladar. La sangre comenzó a brotar entonces, con tales chorros, que se terminó creando un río llamado Von. El lobo estaba destinado a permanecer atado de esa manera hasta el último día, momento en el que reventaría sus ataduras y se liberaría para vengar sus agravios. Mientras que algunos mitólogos ven en este mito un emblema del crimen refrenado y convertido en algo inofensivo por el poder de la ley, otros ven el fuego subterráneo, que guardado en sus confines no puede dañar a nadie, pero una vez liberado llena el mundo con destrucción y dolor. Al igual que se decía que el ojo de Odín descansaba en el manantial de Mimir, la segunda mano de Tyr (su espada) se encontraba en las fauces de Fenris. Él no tiene más necesidad de dos armas que el cielo lo tiene de dos soles. El culto a Tyr se conmemoraba en diversos lugares como en Tübingen, Alemania, que tenían versiones más o menos modificadas en su nombre. El nombre también se la ha dado a la acónita, una planta conocida en los países nórdicos como el timón de Tyr.

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