Idun, la personificación de la primavera o de la juventud eterna, la cual, según algunos
mitólogos, no había tenido un nacimiento y nunca experimentaría la muerte, fue
cálidamente bienvenida por los dioses cuando hizo acto de presencia en Asgard junto a
Bragi, su esposo. Para asegurarse su afecto, ella les prometió un bocado diario de las
maravillosas manzanas que llevaba en su estuche, y que tenían el poder de otorgar la
juventud y la belleza eterna a todos aquellos que las saborearan.
Gracias ala fruta mágica, los dioses escandinavos, que, ya que habían surgido de una
mezcla de razas, no eran todos inmortales, evitaron el paso del tiempo y la enfermedad
por ellos, y se mantuvieron enérgicos, hermosos y jóvenes durante innumerables
décadas. Consiguientemente, estas manzanas fueron consideradas una posesión muy
preciada, e Idun las atesoraba cuidadosamente en su cofre mágico. No importaba el
número de ellas que extrajera, el mismo número quedaba siempre dentro para ser
distribuidas en el festín de los dioses, los únicos a los que ella permitía que las
saborearan, a pesar de que enanos y gigantes estaban ansiosos por poseer la fruta.
La Historia de Thiazi (Thiassi).
Un día, Odín, Hoenir y Loki emprendieron una de sus habituales excursiones a la Tierra
y, tras deambular durante un largo período de tiempo, llegaron hasta una región desierta,
donde no pudieron encontrar un lugar para alojarse. Cansados y muy hambrientos, los
dioses, tras percibir una manada de bueyes, mataron a uno de los animales y,
encendiendo un fuego, se sentaron al lado la hoguera para descansar durante un rato,
mientras la carne se cocinaba.
Para su sorpresa, sin embargo, a pesar de las llamas, la carne permaneció más bien
cruda. Concluyendo que debía ser obra de la magia, miraron a su alrededor para
descubrir qué era lo que dificultaba su cocción, cuando divisaron un águila posada sobre
un árbol que se encontraba encima de ellos. Viendo que era objeto de la sospecha de los
viajeros, el ave se dirigió a ellos y admitió que había sido él el que había evitado que el
fuego hiciera su trabajo, pero prometió retirar el hechizo si ellos le daban tanta comida
como pudiera devorar. Los dioses accedieron, tras lo cual el águila descendió, avivando
el fuego con el batir de sus enormes alas, tras lo cual la carne se asó rápidamente. El
águila se dispuso entonces a llevarse tres cuartos del buey como porción suya, lo cual le
pareció demasiado a Loki, quien asió una gran estaca que se encontraba a mano cerca de
él y comenzó a apalear al voraz pájaro, olvidando que estaba dotado de poderes
mágicos. Para su consternación, uno de los extremos de la estaca se quedó adherido al
lomo del águila y el otro a sus manos, tras lo cual fue arrastrado sobre las piedras y al
través de las zarzas, a veces por los aires, con sus brazos casi arrancados de sus
hombros. En vano pidió clemencia e imploró al águila para que le soltara; el ave siguió
volando, hasta que Loki prometió cualquier rescate que su apresador pudiera pedirle a
cambio de la libertad.
El aparente águila, que era el gigante de la tormenta Thiazi, accedió finalmente a liberar
a Loki con una condición. Le hizo prometer por el más solemne juramento que sacaría a
Idun hasta el exterior de Asgard, para que Thiazi pudiera hacerse con la posesión de ella
y de su fruta mágica.
Finalmente liberado, Loki regresó a Odín y Hoenir, a los cuales, sin embargo, se cuidó
mucho de no confiarles la condición con al que había obtenido su libertad. Una vez
estuvieron de regreso a Asgard, comenzó un plan con el que pudiera inducir a Idun a
salir al exterior de la morada de los dioses. Unos pocos días después, estando Bragi
ausente en uno de sus viajes de juglar, Loki buscó a Idun en las arboledas de Brunnaker,
donde ella había construido su residencia y tras describirle astutamente las manzanas
que crecían a corta distancia, las cuales había declarado con mendacidad que eran
exactamente iguales a las de ella, la indujo a dejar Asgard con un plato de cristal lleno d
fruta, que pretendía comparar a las que él había ensalzado. Sin embargo, tan pronto
salió Idun de Asgard, el embustero Loki la abandonó y antes de que pudiera regresar al
refugio de la morada celestial, el gigante Thiazi descendió rápidamente desde el Norte
sobre sus alas de águila y, tras cogerla con sus crueles garras, la transportó velozmente
hasta su árido y desolado hogar en Thrymheim.
Aislada de sus amados compañeros, Idun languideció y se tornó triste y pálida, aunque
siguió rehusando persistentemente permitirle a Thiazi el más mínimo bocado de su fruta
mágica, la cual, como él bien sabía, le daría la belleza y renovaría su juventud y su
fuerza.
El tiempo pasó. Los dioses, pensando que Idun se encontraba en compañía de su esposo
y que pronto regresaría, no prestaron atención al principio a su ausencia, pero poco a
poco fueron desapareciendo los efectos benéficos del último banquete de manzanas.
Comenzaron a notar el paso del tiempo y a ver cómo su juventud y su belleza
desaparecían. Consecuentemente alarmados, comenzaron la búsqueda de la diosa
desaparecida.
Investigaciones concluyentes revelaron que había sido vista por última vez en compañía
de Loki y cuando Odín le ordenó severamente que se explicara, se vio obligado a
admitir que la había entregado traicioneramente al poder del gigante de la tormenta.
El Regreso de Idun.
La actitud de los dioses se volvió muy amenazadora y a Loki le resultó obvio que si no
ideaba los medios de recuperar a la diosa, y pronto, su vida correría un considerable
peligro.
Consecuentemente, aseguró a los indignados dioses que no escatimaría esfuerzos para
asegurar la liberación de Idun y, tomando prestado el plumaje del halcón de Freya, voló
hasta Thrymheim, donde se encontró a Idun sola, lamentando tristemente su exilio de
Asgard y de su amado Bragi. Transformando a la diosa en una nuez, según algunas
versiones o, según relatan otros, en una golondrina, Loki la sostuvo fuertemente entre
sus garras y entones emprendió rápidamente el camino de regreso a Asgard, esperando
alcanzar el refugio de sus altas murallas antes de que Thiazi regresara de al excursión de
pesca en los mares del Norte al a que se había ido.
Mientras tanto, los dioses se habían congregado en la murallas de la ciudad celetial y
esperaban el regreso de Loki con mucha más inquietud de la que habían sentido cuando
Odín había partido en búsqueda de Odhroerir. Recordando el éxito que había tenido su
estratagema en aquella ocasión, habían reunido grandes pilas de combustible, las cuales
estaban preparadas para ser prendidas en cualquier momento.
Vieron regresar a Loki repentinamente, pero divisaron en su estela a un gran águila.
Éste era el gigante Thiazi, que había regresado súbitamente a Thrymheim, descubriendo
que un halcón se había llevado a su prisionera, ave en la que fácilmente reconoció a uno
de los dioses. Ataviándose rápidamente con sus plumas de águila, se lanzó rápidamente
en su persecución, alcanzando poco a poco, pero con gran rapidez a su presa. Loki
redobló sus esfuerzos mientras se aproximaba a las murallas de Asgard y antes de que
Thiazi le diera alcance, alcanzó su meta y cayó exhausto entre los dioses. No se perdió
ni un solo momento en prender el fuego al combustible acumulado y cuando Thiazi
pasaba sobre las murallas las llamas y el fuego le llevaron hasta el suelo malherido y
medio aturdido, presa fácil para los dioses, que cayeron sobre él despiadadamente y le
dieron muerte.
Los Ases se alegraron muchísimo por el rescate de Idun y corrieron a comer de las
preciadas manzanas que ella había traído de regreso ilesas. Sintiendo que su
acostumbrada fuerza y belleza regresaban a cada bocado, declararon afablemente que no
era de extrañar que incluso los gigantes desearan probar las manzanas de la eterna
juventud. Por tanto, juraron que colocarían los ojos de Thiazi en el cielo como una
constelación, para suavizar cualquier sentimiento de cólera que sus parientes pudieran
sentir cuando descubrieran que había caído muerto.
Hacia arriba arrojo los ojos
del hijo de Allvadi,
dentro del cielo sereno:
ellos son las señales de las más grandes
de entre mis hazañas.
(Balada de Harbard).
La Diosa de la Primavera cae en el Inframundo.
Ya que la desaparición de Idun (vegetación) era un suceso anual, podemos esperar
encontrar otros mitos que tratan acerca del llamativo fenómeno y existe otro favorito de
los escaldos, el cual, desgraciadamente, ha llegado hasta nosotros de forma fragmentada
y muy incompleta. Según esta versión, Idun se encontraba en una ocasión sentada sobre
las ramas de fresno sagrado Yggdrasil, cuando, desvaneciéndose súbitamente, aflojó su
agarre y se desplomó hacia el suelo que se encontraba por debajo de ella, hasta las más
infranqueables profundidades del Niflheim. Allí yació, pálida e inmóvil, contemplando
con ojos fijos y llenos de terror las horribles vistas del reino de Hel, estremeciéndose
violentamente mientras tanto, como alguien vencido por un frío penetrante.
Viendo que no regresaba, Odín ordenó a Bragi, a Heimdall y a otros dioses que fueran
en su búsqueda, entregándoles una piel blanca de lobo con la que pudieran arroparla,
para que ella no sufriera el frío y pidiéndoles que emplearan todos sus esfuerzos para
despertarla del estupor que su presciencia le habían dicho que se había apoderado de
ella.
Idun permitió pasivamente a los dioses que la arroparan en la cálida piel de lobo, pero
ella rehusó persistentemente hablar o moverse y de su extraño comportamiento
sospechó tristemente su marido que ella había experimentado una visión de grandes
desgracias. Las lágrimas corrían continuamente por sus pálidas mejillas y Bragi,
abrumado por su tristeza, pidió a los otros dioses que regresaran a Asgard sin él, jurando
que permanecería junto a su esposa hasta que ella estuviera preparada para abandonar el
lúgubre reino de Hel. La visión de su dolor le oprimió tanto que no tuvo corazón para
sus habituales canciones alegres y las cuerdas de su arpa permanecieron mudas mientras
él continuaba en el inframundo.
En este mito, la caída de Idun es simbólica de la caída otoñal de las hojas, que yacen
desamparadas sobre el frío y raso suelo, hasta que la nieve las oculta de la vista,
representada por la piel de lobo, que Odín, el cielo, envía para mantenerlas templadas y
el cese de los cantos de los pájaros se representa posteriormente con el silencio del arpa
de Bragi.
·Njörd, Rehén de los Ases.
Los Ases y los Vanes intercambiaron prisioneros tras la terrible guerra que habían
mantenido entre ellos, y que mientras Hoenir, el hermano de Odín, se había marchado a
vivir a Vanaheim, Njörd, junto a sus dos hijos, Frey y Freya, establecieron su hogar
definitivamente en Asgard.
Como gobernador de los vientos y del mar cercano a la costa, se le concedió a Njörd el
palacio de Noatun, cerca de la costa, desde donde se dice, acallaba las terribles
tempestades provocadas por Egir, el dios del mar profundo.
También extendía su protección especial sobre el comercio y la pesca, los dos oficios
que podían ser ejercidos ventajosamente sólo durante los cortos meses de verano, de los
cuales él estaba considerado en cierta medida la personificación.
El Dios del Verano.
A Njörd se le representa en el arte como un dios muy bien parecido, en la flor de su
vida, vestido con corta túnica verde, con un corona de conchas y algas sobre su cabeza o
un sombrero de ala marrón adornado con plumas de águila o de garza. Como
personificación del verano, se le invocaba para que aquietaran las furiosas tormentas
que azotaban las costas durante los meses invernales. También se le imploraba para que
acelerara el calor primaveral, para así extinguir los fuegos del invierno.
Ya que la agricultura se practicaba sólo durante los meses de verano, y principalmente
entre los fiordos y ensenadas, Njörd también era invocado para que favoreciera las
cosechas, pues se decía de él que se deleitaba ayudando a aquellos que confiaban en él.
La primera esposa de Njörd, según algunas autoridades, había sido su hermana Nerthus,
la Madre Tierra, que en Alemania se identificaba con Frigg, pero que en Escandinavia
era considerada como una divinidad aparte. Sin embargo, Njörd se vio obligado a
separarse de ella cuando se le requirió en Asgard, donde pasó a ocupar uno de los once
asientos de la gran sala de consejos, estando presente en todas las asambleas de los
dioses, retirándose a Noatun sólo cuando los Ases no precisaban de sus servicios.
En su casa de la costa, Njörd se deleitaba observando el vuelo de las gaviotas de acá
para allá y contemplando los gráciles movimientos de los cisnes, sus aves preferidas que
él consideraba sagrados. También empleaba muchas horas mirando los juegos de las
focas, que se acercaban hasta sus pies para tomar el sol.
Skadi, Diosa del Invierno.
Poco después del regreso de Idun de Thrymheim y la muerte de Thiazi dentro de los
límites de Asgard, la asamblea de los dioses se sorprendió y consternó en gran medida
al ver a Skadi, la hija del gigante, aparecer un día entre ellos para reclamar una
recompensa por la muerte de su padre. Aunque era hija del viejo y feo Hrimthurs, Skadi,
la diosa del invierno, era ciertamente muy bella, en su armadura plateada, con su
reluciente lanza, afiladas flechas, corto vestido de caza, polainas blancas de piel y
anchas raquetas de nieve. Los dioses no pudieron sino reconocer la justicia en su
demanda, tras lo cual le ofrecieron la compensación habitual en expiación. Skadi, sin
embargo, estaba tan enfurecida que al principio rehusó tal compromiso y severamente
reclamó vida por vida, hasta que Loki, deseando apaciguar su ira y pensando que si
conseguía que sus fríos labios se relajaran en una sonrisa, el resto sería fácil, comenzó a
hacer todo tipo de bromas. Atando un chivo a su cuerpo con una cuerda invisible,
realizó una serie de bufonadas que después el chivo reprodujo. La visión era tan
grotesca que todos los dioses rieron sonoramente, e incluso Skadi se vio forzada a
sonreír.
Aprovechándose de su estado de humor relajado, los dioses apuntaron al firmamento
donde los ojos de su padre brillaban como estrellas radiantes en el hemisferio Norte. Le
contaron a la diosa que lo habían colocado allí para mostrarle todos los respetos y
añadieron finalmente que ella podría elegir como esposo a cualquiera de los dioses
presentes de la asamblea, suponiendo que estuviera dispuesta a juzgar sus atractivos por
sus pies desnudos.
Con los ojos vendados, de manera que sólo pudiera ver los pies de los dioses que se
encontraban en círculo, Skadi miró a su alrededor y su vista se posó sobre un par de
hermosos pies. Estaba segura de que pertenecían a Balder, el dios de la luz, cuyo
luminoso rostro la había seducido y ella designó a su propietario como su elegido.
Cuando se le quitó la venda, sin embargo, descubrió para su desazón que había escogido
a Njörd, a quien fue prometida. A pesar de su decepción, ella pasó una feliz luna de miel
en Asgard, donde todos parecían deleitarse en honrarla. Tras esto, Njörd llevó a su
esposa a Noatun, donde el monótono sonido de las olas, los chillidos de la gaviotas y los
gritos de las focas perturbaron tanto el sueño de Skadi que, finalmente, declaró que le
era imposible permanecer allí más tiempo y le imploró a su esposo que la llevara de
regreso a su Thrymheim nativo.
Njörd, ansioso por complacer a su esposa, consintió en llevarla hasta Thrymheim y en
vivir allí con ella nueve noches de cada doce, si ella estaba dispuesta a pasar los tres
restantes con él en Noatun. Pero cuando llegaron a las regiones montañosas, el susurrar
del viento en los pinos, el atronar de las avalanchas, el crujir del hielo, el rugido de las
cascadas y el aullido de los lobos le resultaron a él tan insoportables como el mar le
había parecido a su esposa y no podía sino regocijarse cada vez que su temporada de
exilio concluía y se encontraba de nuevo en Noatun.
La Separación de Njörd y Skadi.
Durante algún tiempo Njörd y Skadi, los cuales son las personificaciones del verano y
del invierno, se alternaron de esa manera, pasando la esposa los tres cortos meses de
verano en el mar, permaneciendo él a regañadientes en Thrymheim junto a ella durante
los largos nueve meses de invierno. Pero concluyendo finalmente que sus gustos nunca
coincidirían, decidieron separarse para siempre, regresando ambos a sus respectivos
hogares, donde cada uno podía realizar las tareas que solía realizar usualmente.
Skadi reanudó entonces su acostumbrado pasatiempo de la caza, dejando sus dominios
de nuevo sólo para casarse con el Odín semihistórico, con el que tuvo un hijo de nombre
Seming, el primer rey de Noruega y el supuesto fundador de la estirpe real que gobernó
el país durante mucho tiempo.
Según otras versiones, sin embargo, Skadi terminó casándose con Uller, el dios del
invierno. Ya que Skadi era una diestra arquera, se la representaba con un arco y un
flecha y, como diosa de la caza, está generalmente acompañada por uno de los perros
esquimales con aspecto de lobo tan comunes en el Norte. Skadi era invocada por
cazadores y viajeros en invierno, cuyos trineos ella guiaba sobre la nieve y el hielo,
ayudándoles así a alcanzar su destino ilesos.
La cólera de Skadi contra los dioses, que habían matado a su padre, es un símbolo de la
inflexible rigidez de la tierra envuelta en hielo, la cual, suavizada finalmente por la
traviesa representación de Loki (el relámpago del verano), sonríe y accede al abrazo de
Njörd (verano). Su amor, sin embargo, no puede retenerla durante más de tres meses al
año (representado en el mito por las noches), ya que ella está siempre anhelando en
secreto las tormentas invernales y sus actividades acostumbradas entre las montañas.
El Culto a Njörd.
Se suponía que Njörd bendecía las embarcaciones que entraban y salían del puerto y sus
templos estaban situados en la costa. Allí se hacían normalmente juramentos en su
nombre y se brindaban también en su nombre en todos los banquetes, donde se le
mencionaba invariablemente junto a su hijo Frey.
Ya que se suponía que todas las plantas acuáticas le pertenecían, la esponja marina era
conocida en el Norte como "el guante de Njörd", un nombre que perduró hasta tiempos
recientes, cuando la misma planta fue rebautizada como la "mano de la Virgen".
·Hermod, el Dios Ágil.
Otro de los hijos de Odín era Hermod, su asistente especial, un brillante y joven dios,
que estaba dotado de una gran velocidad de movimiento, por lo que era conocido como
el dios veloz o ágil.
Debido a este importante atributo, Hermod era utilizado habitualmente por los dioses
como mensajero y a la más mínima señal de Odín, siempre estaba dispuesto a correr
hasta cualquier rincón de la creación para cumplir con los deseos de su padre. Allfather
le regaló un magnífico corselete y casco, con los que se ataviaba a menudo, cuando se
preparaba para entrar en batalla y a veces Odín le confiaba el cuidado de la lanza
Gungnir, ordenándole que la arrojara sobre las cabezas de los combatientes a punto de
luchar para que su ardor pudiera ser transformado en un furia asesina.
Recemos a Odín
para que entre en nuestras mentes.
Él entrega y concede
oro al que se lo merezca,
a Hermod le entregó
un caso y corselete.
(Edda de Semund).
Hermod disfrutaba con la guerra y a menudo era denominado "el valiente de la batalla"
y confundido con el dios del universo, Irmin. Se dice que a veces acompañaba a las
valkirias en sus viajes a la Tierra y escoltaba con frecuencia a los guerreros hasta el
Valhalla, por lo que era considerado el líder de los héroes muertos en combate.
El atributo distintivo de Hermod, además de su corselete y casco, era un bastón llamado
Gambantein, el emblema de su cargo, el cual portaba consigo a dondequiera que fuese.
Hermod y el Adivino.
En una ocasión, oprimido por los sombríos temores sobre el futuro, e incapaz de obtener
de las Nornas respuestas satisfactorias a sus preguntas, Odín le ordenó a Hermod que se
pusiese su armadura y que ensillara a Sleipnir, que sólo él, además de Odín, era capaz
de montar y se dirigiera a las heladas tierras de los finlandeses. Estas gentes, que vivían
en regiones glaciares del polo, además de ser capaces de provocar frías tormentas que
procedían del Norte, trayendo consigo mucho hielo y nieve, tenían supuestamente
grandes poderes ocultos.
El más célebre de entre los magos finlandeses era Rossthiof (el ladrón de caballos), que
solía atraer a los viajeros hasta sus dominios usando artes mágicas, para poder robarles
y matarles después. También tenía el poder de predecir el futuro, aunque siempre se
mostraba muy reacio a hacerlo.
Hermod, el Veloz, se dirigió con rapidez hacia el Norte, con intenciones de buscar a este
finlandés y en vez de su propio bastón, llevó consigo la vara rúnica de Odín, el cual le
había entregado Allfather para que disipara cualquier obstáculo que Rossthiof pudiera
hacer aparecer para evitar su avance. Por tanto, a pesar de monstruos fantasmagóricos y
de trampas y peligros invisibles, Hermod alcanzó ileso la morada del mago y, cuando
éste le atacó, fue capaz de manejarlo con facilidad, tras lo cual lo ató de pies y manos,
declarando que no lo liberaría hasta que le hubiese dicho todo lo que deseaba saber.
Rossthiof, viendo que no había posibilidad de escapatoria, cedió a los deseos de su
apresador y, tras ser liberado, comenzó a murmurar encantamientos, a cuyo solo sonido
el Sol se escondió tras las nubes, la tierra tembló y se estremeció y los vientos de
tormenta aullaron como una manada de lobos hambrientos.
Apuntando al horizonte, el mago le ordenó a Hermod que mirara y el veloz dios pudo
divisar en la distancia una gran corriente de sangre enrojeciendo el suelo. Mientras
contemplaba perplejo esta corriente, una hermosa mujer apareció de repente y un
momento más tarde un niño a su lado. Para asombro del dios, este niño creció con una
rapidez tan maravillosa que pronto alcanzó la edad adulta, tras lo cual Hermod se
percató de que blandía furiosamente un arco y flechas.
Rossthiof comenzó entonces a explicar las profecías que sus conjuros habían evocado y
declaró que el río de sangre presagiaba el asesinato de uno de los hijos de Odín, pero
que, si el padre de los dioses cortejaba y se ganaba a Rinda, en la tierra de los Ruthenes
(Rusia), ella le daría un hijo que alcanzaría la edad adulta en unas pocas horas y
vengaría la muerte de su hermano.
Hermod escuchó atentamente las palabras de Rossthiof y, tras regresar a Asgard,
informó a Odín de todo lo que le había visto y oído, cuyos temores se vieron
confirmados y de este modo, averiguó que estaba condenado a perder un hijo en una
muerte violenta. Se consoló, sin embargo, con la idea de que otro de sus descendientes
vengaría el crimen y por tanto obtendría la satisfacción que un verdadero nórdico
siempre requiere, al conseguir la venganza de la sangre por la sangre.
Y la profecía se acabó cumpliendo, tal como vaticinó el mago finlandés, pues el hijo de
Odín que sería asesinado era Balder y aquel que lo habría de vengar, sería Vali.
·Forseti, Dios de la Justicia y de la Verdad.
Hijo de Balder, dios de la luz y de Nanna, diosa de la pureza inmaculada, Forseti era el
más sabio, el más elocuente y el más gentil de entre los dioses. Cuando su presencia en
Asgard se hizo conocida, los dioses le concedieron un asiento en la sala de consejos,
decretando que sería el patrono de la justicia y la rectitud, y le entregaron como
residencia el radiante palacio de Glitnir. Esta residencia tenía un techo de plata, se
sostenía sobre pilares de oro y brillaba con tal resplandor que podía ser divisado desde
una gran distancia.
Glitnir es el décimo;
se sostiene sobre oro
y está cubierto de plata.
Allí mora Forseti
a través de los tiempos
y todas las disputas disipa.
(Edda de Semund).
Allí se sentaba Forseti, el legislador, sobre un elevado trono cada día, resolviendo las
diferencias entre los dioses y los hombres, escuchando pacientemente a ambos lados de
cada interpelación y pronunciando finalmente sentencias tan equitativas que nadie podía
encontrarle fallos a sus decretos. Tal era la elocuencia y el poder de persuasión de este
dios que siempre lograba llegar a los corazones de sus oyentes y nunca fallaba en
reconciliar a los más denodados enemigos. Todos los que habían estado en su presencia
podían estar seguros de, posteriormente, vivir en paz, pues ninguno osaba romper un
juramento hecho ante él, a menos que quisieran incurrir en su justificada cólera y ser
azotados inmediatamente por la muerte.
Como dios de la justicia y de la ley eterna, se suponía que Forseti presidía todas las
asambleas judiciales. Todos aquellos que iban a se sometidos a juicio le suplicaban
invariablemente, y se dice que rara vez dejaba de ayudar a los que se lo merecían.
La Historia de Heligoland.
Para facilitar la admisión de la justicia en su tierra, se dice que los frisios nombraron a
doce de sus hombres más sabios, los asegeir, o ancianos, para que reunieran las leyes de
las diversas familias y tribus que formaban su nación y que recopilaron a partir de ellos
un código que fuera la base de leyes uniformes. Los ancianos, habiendo concluido
concienzudamente su tarea de recoger la información resumida, embarcaron en una
nave pequeña para ir en busca de un lugar apartado donde pudieran llevar a cabo sus
deliberaciones en paz. Pero tan pronto como se habían hecho a la mar, se levantó una
tempestad que arrastró su barco hasta muy dentro de las aguas, de un lado para otro,
hasta que perdieron por completo la orientación. En su agotamiento invocaron a Forseti,
rogándole que les ayudara a llegar hasta tierra de nuevo. Apenas habían terminado su
oración cuando se percataron, para su gran sorpresa, que habían un decimotercer
pasajero a bordo.
Asiendo el timón, el recién llegado viró el barco, guiándolo hacia el lugar donde las olas
se elevaban más y en un espacio de tiempo increíblemente corto, llegaron a una isla,
donde el timonel les hizo señas para que desembarcaran. Asombrados del silencio, los
doce hombres obedecieron. Su sorpresa aún fue mayor cuando vieron que el
desconocido arrojaba su hacha de guerra y un límpido manantial manaba del lugar
donde había ido a parar en el césped. Imitando al desconocido, todos bebieron del agua
sin decir una palabra, tras lo cual se sentaron en un círculo, maravillados porque el
desconocido se parecía a cada uno de ellos en algún rasgo, pero aun así era muy
diferente a todos en aspecto general y semblante.
El silencio se vio roto de repente y el desconocido comenzó a hablar en voz baja, que se
volvió más firme y más alta mientras se disponía a exponer el código de leyes que
combinaban todos los buenos puntos de los diversos reglamentos existentes que los
asegeir habían reunido. Tras terminar su discurso, el orador se desvaneció tan súbita
como misteriosamente había aparecido y los doce juristas, recuperando el habla,
exclamaron simultáneamente, que el mismo Forseti había estado allí entre ellos y les
había entregado el código de leyes por el que a partir de entonces serían juzgados los
frisios. En conmemoración de la aparición del dios, declararon como sagrada la isla
sobre la que se encontraban y pronunciaron una solemne maldición sobre cualquiera que
osara profanar su santidad con luchas o derramamiento de sangre. En consecuencia, esta
isla, conocida como tierra de Forseti o Heligoland (tierra sagrada), fue muy respetada
por las naciones nórdicas e incluso los vikingos más audaces evitaron hacer incursiones
en sus costas, por tener temor a que pudieran sufrir un naufragio o encontrarse con una
muerte vergonzosa en castigo por su crimen.
Con frecuencia se celebran solemnes asambleas jurídicas en esta isla sagrada y los
juristas siempre recogían agua y la bebían en secreto, en memoria de la visita de Forseti.
Las aguas de este manantial eran, además, consideradas tan sagradas que todos los que
bebían de él eran considerados santos, e incluso se prohibía matar al ganado que había
bebido allí. Ya que se decía que Forseti celebraba sus sesiones jurídicas en primavera,
verano y otoño, pero nunca en invierno, se hizo costumbre entre las naciones del Norte,
administrar la justicia durante estas estaciones, declarando la gente que era sólo cuando
la luz brillaba claramente en los cielos, cuando lo justo se hacía evidente ante todos, y
que resultaba imposible el presentar un veredicto equitativo durante la oscura estación
de invierno. Forseti es raramente mencionado, excepto en conexión a Balder.
Aparentemente, él no participaría en la batalla final en la que los otros dioses jugarían
papeles tan importantes.
·Heimdall, el Vigilante de los Dioses.
En el transcurso de un paseo en la orilla del mar, Odín vio una vez a nueve bellas
gigantas, las doncellas de las olas, Gialp, Greip, Egia, Augeia, Ulfrun, Aurgiafa, Sindur,
Atla e Iarnsaxa, profundamente dormidas en las blancas arenas. El dios del cielo quedó
tan prendado de las hermosas criaturas que, como relatan los Eddas, se desposó con las
nueve y se combinaron, en el mismo momento, para traer al mundo un hijo que recibió
el nombre de Heimdall.
Las nueve madres procedieron a alimentar a su bebé con la fuerza de la tierra, la
humedad del amor y el calor del Sol, una dieta que demostró ser tan fortalecedora que el
nuevo dios adquirió un crecimiento completo en un espacio de tiempo increíblemente
corto y corrió a unirse a su padre en Asgard. Encontró a los dioses observando con
orgullo el arco iris del puente Bifröst, el cual acababan de construir con fuego, aire y
agua, los tres materiales que aún pueden verse en este extenso arco, donde brillan los
tres colores principales significativos de estos elementos: el rojo representando al fuego,
el azul al aire y el verde a las frescas profundidades del mar.
El Guardián del Arco Iris.
Este puente unía el cielo con la tierra y terminaba bajo la sombra del poderoso árbol
Yggdrasil, cerca del cual se encontraba el manantial que Mimir velaba, y el único
inconveniente que evitaba el pleno disfrute del glorioso espectáculo era el temor a que
los gigantes de hielo llegaran a usarlo para lograr acceder a Asgard.
Los dioses habían estado deliberando sobre la conveniencia de asignar un guardián
fidedigno y vitorearon al nuevo recluta como alguien apropiado para cumplir con las
onerosas obligaciones de su cargo.
Heimdall accedió con alegría a asumir la responsabilidad y desde entonces veló día y
noche el sendero de arco iris que se adentraba en Asgard.
Para permitir que su vigilante detectara la aproximación de cualquier enemigo desde
lejos, la asamblea de los dioses le concedió sentidos tan agudos que se dice que era
capaz de oír crecer la hierba en las colinas y la lana en los lomo de las ovejas; de ver a
cien millas de distancia tan claramente tanto de día como de noche, y con todo ello,
necesitaba menos tiempo de sueño que un pájaro.
A Heimdall se le proporcionó además una reluciente espada y una maravillosa trompeta,
llamada Gjallarhorn, la cual los dioses le ordenaron que hiciera sonar siempre que
divisara la aproximación de sus enemigos, declarando que su sonido despertaría a todas
las criaturas en el cielo, la tierra y Niflheim. Su último terrible sonido anunciaría la
llegada del día en que la batalla final sería disputada.
Para tener este instrumento, que era un símbolo de la Luna creciente, siempre a mano,
Heimdall o bien lo colgaba de una rama del Yggdrasil sobre su cabeza o lo sumergía en
las aguas del manantial de Mimir. En este último lugar yacía junto al ojo de Odín, que
era un símbolo de la Luna llena.
El palacio de Heimdall, llamado Himinbjorg, estaba situado en el punto más alto del
puente, y allí le visitaban a menudo los dioses para beber del delicioso hidromiel con el
que él los agasajaba.
Heimdall siempre era representado con una resplandeciente armadura blanca, por lo que
era conocido como el dios brillante. También era conocido como el dios delicado,
inocente e indulgente, nombres que merecía, pues era tan bondadoso como hermoso y
todos los dioses le amaban. Conectado por el lado de sus madres con el mar, a veces era
relacionado con los Vanes y ya que los antiguos nórdicos, especialmente los islandeses
a quienes el mar los rodeaba, les parecía el elemento más importante, creyendo que todo
había emergido de allí. Le atribuían un conocimiento muy extenso y se lo imaginan
especialmente sabio.
A Heimdall se le distinguía después por su dentadura de oro, que destellaba cuando él
sonreía y se ganó el sobrenombre de Gullitani (el de los dientes de oro). También era el
orgulloso propietario de un veloz corcel de crines de oro llamado Gulltop, que le
transportaba de acá para allá pero especialmente temprano por la mañana, a cuya hora,
como heraldo del día, tenía el nombre de Heimdellinger.
Loki y Freya.
Su extremada agudeza de oído le causó a Heimdall que le molestara una noche el suave
sonido de lo que parecía ser pasos de gato en dirección al palacio de Freya, Folkvang.
Proyectando su vista de águila en la oscuridad, Heimdall percibió que el sonido era
producido por Loki, el cual, habiendo entrado sigilosamente en el palacio como una
mosca, se había aproximado al lecho de Freya y estaba intentando robar su brillante
collar de oro, Brisingamen, el emblema de la fertilidad y la armonia de la Tierra.
Heimdall vio que la diosa se encontraba dormida en una postura que hacía imposible
abrir su collar sin ser despertada. Loki permaneció dubitativo al lado de su cama durante
unos momentos y entonces comenzó a murmurar las runas que les permitían a los dioses
cambiar de forma según su deseo. Al hacer esto, Loki se vio reducido hasta alcanzar el
tamaño y la forma de una pulga, tras lo que se deslizó bajo las sábanas y picó el costado
de Freya, causando de esta manera que ella cambiara de posición sin ser despertada de
su sueño.
El cierre estaba ahora a la vista y Loki, abriéndolo cuidadosamente, obtuvo el codiciado
tesoro y procedió a marcharse con él sin dilación. Heimdall se lanzó inmediatamente en
persecución del ladrón nocturno y, alcanzándole rápidamente, desenvainó su espada de
la funda con la intención de cortar su cabeza, cuando el dios se transformó en una
parpadeante llama azul. Rápido como el pensamiento, Heimdall se transformó en una
nube y envió un diluvio para apagar el fuego. Sin embargo, Loki alteró su forma con la
misma velocidad para transformarse en un oso polar que abrió sus fauces para tragarse
el agua. Heimdall, sin dejarse intimidar, adquirió entonces a su vez la forma de un oso y
atacó ferozmente. Pero como el combate amenazaba con acabar desastrosamente para
Loki, se transformó en una foca y tras imitarle Heimdall, una última lucha tuvo lugar,
que concluyó con Loki viéndose forzado a entregar el collar, que fue debidamente
devuelto a Freya.
En esta leyenda, Loki es un símbolo de la sequía o de los funestos efectos del calor
demasiado ardiente del Sol, que viene a robarle a la Tierra (Freya) su más preciado
ornamento (Brisingamen). Heimdall es una personificación de la lluvia y el rocío gentil,
que, tras luchar durante un rato contra su enemigo, la sequía, termina por derrotarla y le
obliga a renunciar a su premio.
Los Nombres de Heimdall.
Heimdall tiene otros varios nombres, entre los cuales encontramos los de Hallinskide e
Irmin, pues a veces ocupaba el lugar de Odín y era identificado con aquel dios, al igual
que con otros dioses de espada, Er, Heru, Cheru y Tyr, que destacaban todos por sus
relucientes armas. Él, sin embargo, es más conocido generalmente como el custodio del
arco iris y dios del cielo y de las fértiles lluvias y rocíos, que traen frescor a la Tierra.
Heimdall compartía además con Bragi el honor de darle la bienvenida a los héroes en
Valhalla y, bajo el nombre de Riger, era considerado como el señor divino de varias
clases sociales que componen la raza humana.
La Historia de Riger.
Heimdall dejó su lugar en Asgard un día para pasear por la Tierra, como los dioses
solían hacer en ocasiones. No había caminado aún mucho cuando llegó hasta una pobre
cabaña a orillas del mar, donde se encontró con Ai (bisabuelo) y Edda (bisabuela), una
pobre pero respetable pareja, que le invitaron de forma hospitalaria a compartir su
exigua comida de gachas de avena. Heimdall, que dijo llamarse Riger, aceptó gustoso la
invitación y permaneció con la pareja durante tres días enteros, enseñándoles muchas
cosas. Al concluir este tiempo, se fue para continuar con su viaje. Algún tiempo después
de su visita, Edda dio a luz a un niño de piel oscura y rechoncho, a quien llamó Thrall.
Thrall pronto mostró una fuerza física poco común y grandes aptitudes para los trabajos
pesados, una vez hubo crecido, tomó como esposa a Thyr, una chica de constitución
gruesa con las manos quemadas por el sol y pies planos que, al igual que su marido,
trabajaba de sol a sol. Muchos hijos nacieron de esta pareja y de ellos, descendieron
todos los siervos de la gleba o esclavos del Norte.
Tras dejar la pobre cabaña y la desolada costa, Riger se dirigió hacia las tierras del
interior, donde en poco tiempo llegó hasta unas tierras cultivadas y una fértil granja.
Entrando en esta confortable morada, se encontró a Afi (abuelo) y Amma (abuela), que
le invitaron hospitalarios a sentarse con ellos para compartir la simple pero abundante
comida que habían preparado para su almuerzo.
Riger aceptó la invitación y permaneció allí tres días con sus anfitriones, impartiéndoles
toda clase de conocimientos útiles para ellos. Tras marcharse de su casa, Amma tuvo un
robusto hijo de ojos azules, a quien llamó Karl. Mientras crecía, demostró grandes
habilidades en la agricultura y a su debido tiempo se casó con una rolliza y hacendosa
esposa llamada Snor, la cual le dio muchos hijos, de los que desciende la raza de los
agricultores.
Dejando la casa de esta segunda pareja, Riger continuó su viaje hasta que llegó a una
colina, sobre la cual se erigía un majestuoso castillo. Allí fue recibido por Fadir (padre)
y Modir (madre), los cuales, bien alimentados y vestidos lujosamente, le recibieron
cordialmente y le agasajaron con exquisitas carnes y deliciosos vinos.
Riger permaneció tres días con esa pareja, tras lo cual regresó a Himinbjorg para
reanudar su guardia como vigilante de Asabridge y al poco tiempo, la esposa de la
tercera pareja tuvo un hermoso y esbelto hijo, a quien llamó Jarl. Este niño mostró
pronto una gran afición por la caza y toda clase de ejercicios marciales, aprendió a
interpretar runas y vivió para realizar grandes hazañas de valor que hicieron su nombre
distinguido, añadiendo gloria a su estirpe. Tras alcanzar la edad adulta, Jarl se desposó
con Erna, una doncella aristocrática y de esbelta figura, que gobernó su casa sabiamente
y le dio muchos hijos, todos ellos destinados a gobernar, el más joven de los cuales,
Konur, se convirtió en el primer rey de Dinamarca. Esta leyenda ilustra bien el marcado
sentido de clase social que existía entre las razas nórdicas.
·Uller, el Dios del Invierno.
Uller, dios del invierno era hijo de Sif e hijastro de Thor. Su padre, que nunca es
mencionado en las sagas nórdicas, debió haber sido uno de los terribles gigantes de
hielo, pues Uller amaba el frío y se deleitaba en viajar a través del país sobre sus anchos
esquís o relucientes patines. Este dios también disfrutaba con la caza y perseguía sus
presas a través de los bosques del Norte, preocupándose poco de la nieve y el hielo,
contra los cuales estaba bien protegido por las gruesas pieles con las que siempre iba
ataviado.
Como dios de la caza y de la arquería, se le representa con una aljaba llena de flechas y
un enorme arco y como el tejo produce la mejor madera para la fabricación de estas
armas, se dice que ése era su árbol preferido. Para tener un suministro de madera
apropiada siempre a mano para su uso, Uller tomó su residencia en Ydalir, el valle de
los tejos, que siempre estaba muy húmedo.
Ydalir se llama
el lugar donde Uller se ha
construido una morada.
(Edda de Semund).
Como dios del invierno, Uller u Oller, como también era llamado, fue considerado el
segundo dios después de Odín, cuyo lugar usurpaba durante su ausencia en los meses
invernales del año. Durante este periodo ejercía un dominio total sobre Asgard y
Midgard, e incluso, según algunas autoridades en la materia, tomaba posesión de Frigg,
la esposa de Odín, como se relata en el mito de Vili y Ve. Pero como Uller era muy
parco y nunca le concedía regalos a la humanidad, se vitoreaba alegremente el regreso
de Odín, que ahuyentaba a su suplantador, obligándole a refugiarse o bien en el helado
Norte, o bien en las cimas de los Alpes. Aquí, si creemos en lo que cuentan los poetas,
se había construido una casa de verano en la que se retiraba hasta que, sabiendo que
Odín había partido una vez más, osaba aparecer de nuevo en los valles.
Uller también era considerado como el dios de la muerte y se suponía que cabalgaba en
la Cacería Salvaje y a veces incluso la encabezaba. Él era especialmente famoso por su
rapidez de movimientos, y como los esquís usados en las regiones del Norte estaban a
veces hechos de hueso y doblados hacia arriba como la proa de un barco, se decía
comúnmente que Uller había pronunciado runas mágicas sobre un trozo de hueso,
transformándolo en un barco que lo transportaba a través de tierra y mar, según su deseo
o necesidad.
Ya que los esquís tenían la forma de un escudo, y ya que el hielo con el que él cubría la
tierra anualmente actuaba como un escudo que lo protegía de los daños durante el
invierno, Uller se apellidaba el dios escudo y era invocado especialmente por las
personas que estaban a punto de verse envueltas en un duelo o una lucha desesperada.
En tiempo de Navidad, su lugar de culto popular fue tomado por San Huberto, el
cazador, el cual también fue nombrado patrono del primer mes del año, que comenzaba
el 22 de noviembre y que se le dedicaba mientras el Sol surcaba la constelación de
Sagitario, el arquero del zodiaco.
Para los anglosajones, Uller era conocido como Vulder, pero en algunas partes de
Alemania se le llamaba Holler y era considerado como el esposo de la bella diosa
Holda, cuyos campos cubría él con un grueso manto de nieve, para hacerlos más
fructíferos cuando llegara la primavera.
Los escandinavos decían de Uller que se había desposado con Skadi, la esposa
divorciada de Njörd, la personificación femenina del invierno y el frío y sus gustos eran
tan compatibles que vivían en perfecta armonía juntos.
El Culto a Uller.
Numerosos templos le fueron dedicado a Uller en el Norte y sobre sus altares, al igual
que los de los otros dioses, descansaba un anillo sagrado sobre el cual se hacían los
juramentos. Se decía que este anillo tenía el poder de reducir su tamaño tan
violentamente que sesgaba el dedo de cualquier perjuro premeditado. La gente visitaba
el templo de Uller especialmente durante los meses de noviembre y diciembre, para
rogarle que enviara un grueso manto de nieve sobre sus tierras, como señal de una
buena cosecha y como se suponía que él enviaba los gloriosos destellos de la aurora
boreal, que iluminan el cielo del Norte durante su larga noche, era considerado casi afín
de Balder, el dios de la luz.
Según otras autoridades en la materia mitológica, Uller era el mejor amigo de Balder,
principalmente porque él también pasaba parte del año en las oscuras profundidades de
Niflheim, junto a Hel, la diosa de la muerte. Se suponía que Uller soportaba allí un
destierro anual, durante los meses de verano, cuando era forzado a entregar su
influencia sobre la tierra a Odín, el dios del verano, y allí se le unía Balder durante el
solsticio estival, la fecha de su desaparición de Asgard, pues entonces los días
comenzaban a acortarse y el dominio de la luz (Balder) cedía al siempre usurpador
poder de la oscuridad (Hodur).
·Vidar, el Dios Silencioso.
Se dice que Odín amó en una ocasión a la bella giganta Grid, que vivía en una cueva en
el desierto y que, tras cortejarla, la convenció para que se convirtiese en su esposa. La
descendencia de esta unión entre Odin (espíritu) y Grid (materia) fue Vidar, un hijo tan
fuerte como taciturno era, a quien los antiguos consideraban como una personificación
del bosque primitivo o de las imperecederas fuerzas de la naturaleza.
Ya que los dioses, a través de Heimdall, estaban conectados íntimamente con el mar,
también estaban unidos con fuertes lazos a los bosques y a la naturaleza en general a
través de Vidar, apodado "el silencioso", que estaba destinado a sobrevivir a su
destrucción y gobernar una tierra regenerada. Este dios habitaba en Landvidi (la extensa
tierra), un palacio decorado con ramas verdes y flores frescas, situado en medio de un
impenetrable bosque primitivo donde reinaba el silencio más absoluto y la soledad que
él amaba.
Esta antigua concepción escandinava del silencioso Vidar es ciertamente muy
distinguida y poética, y estuvo inspirada en los accidentados paisajes nórdicos. Nadie
puede deambular a través de esos bosques, de millas de longitud, en un espacio sin
límites, sin una senda, sin un destino, entre sus monstruosas sombras proyectadas, su
penumbra sagrada, sin ser asaltado por una profunda reverencia ante la sublime
grandeza de la naturaleza sobre el medio humano, sin sentir la grandeza de la idea que
forma la base de la esencia de Vidar.
El Zapato de Vidar.
Vidar es representado como un hombre alto, fornido y bien parecido, ataviado con una
armadura, con una espada de filo ancho en su cinto y calzado con un gran zapato de
hierro o de cuero. Según algunos mitólogos, le debía este particular calzado a su madre
Grid, la cual, sabiendo que él sería convocado para luchar contra el fuego en el último
día, lo diseñó como una protección contra el ardiente elemento, ya que un guante de
hierro había ayudado a Odín en su encuentro contra Geirrod. Pero otras autoridades
afirman que este zapato estaba hecho de sobras de cuero que los zapateros nórdicos o
bien le habían regalado o bien habían tirado. Ya que era esencial que su zapato fuera lo
suficientemente grande y consistente como para resistir los afilados dientes de Fenris, el
lobo, en el último día, era un asunto de práctica religiosa entre los zapateros nórdicos el
regalar tantos restos y sobras de cuero como les fuera posible.
La Profecía de las Nornas.
Cuando Vidar se unió a los suyos en Valhalla, éstos le dieron una gran bienvenida, pues
sabían que su fuerza les sería de gran ayuda cuando la necesitaran. Tras agasajarle con
hidromiel dorada, Allfather le pidió que le siguiera hasta el manantial Urdar, donde las
Nornas se encontraban como siempre ocupadas tejiendo su tela de destinos. Preguntadas
por Odín acerca de su futuro y el destino de Vidar, las tres hermanas respondieron
proféticamente. Cada una de ellas pronunció una frase.
"Comenzado un día."
"Posteriormente tejido."
"Un día terminado."
A esto añadieron: "Con gozo una vez más ganado". Estas misteriosas respuestas
hubieran permanecido completamente ininteligibles si no hubieran explicado que el
tiempo progresa, que todo debe cambiar, que incluso, si el padre caía en la última
batalla, su hijo Vidar sería su vengador y viviría para gobernar sobre un mundo
regenerado, tras derrotar a todos sus enemigos.
Mientas las nornas hablaban, las hojas del árbol del mundo revolotearon como si fueran
mecidas por una brisa, el águila en su rama más alta agitó las alas y la serpiente Nidhug
interrumpió por un instante su trabajo de destrucción en las raíces del árbol. Grid,
uniéndose al padre y al hijo, se alegro con Odín cuando oyó que su hijo estaba destinado
a sobrevivir a los dioses ancianos y a gobernar sobre los nuevos cielos y tierra.
Vidar, sin embargo, no pronunció palabra alguna, emprendiendo lentamente el camino
de vuelta a su palacio, Landvidi, en el corazón del bosque primitivo y allí, sentado sobre
su trono, meditó durante largo tiempo acerca de la eternidad, el futuro y la infinidad. Si
él desentrañó sus secretos, nunca los reveló, pues los antiguos afirmaban que él era tan
silencioso como un tumba, un silencio que indicaba que ningún hombre conoce lo que
le espera en la vida venidera.
Vidar no era sólo la personificación de la inmortalidad de la naturaleza, sino que
también era un símbolo de la resurrección y la renovación, exhibiendo la verdad eterna
de que nuevos capullos y flores brotarán para sustituir aquellos que han caído en el
decaimiento.
El zapato que calzaba sería su defensa contra el lobo Fenris, el cual, tras destruir a Odín,
dirigiría su cólera contra él y abriría sus fauces de par en par para devorarlo. Pero los
nórdicos ancianos declaraban que Vidar introduciría su pie protegido en la mandíbula
baja del monstruo y, apretando contra la superior, lucharía con él hasta que le hubiera
partido en dos.
Ya que sólo se menciona un pie en los mitos de Vidar, algunos mitólogos suponen que
él tenía sólo una pierna y era la personificación de una tromba marina, que se alzaría de
repente en el último día para apagar el fuego personificado por el terrible lobo Fenris.
·Vali.
Billing, rey de los ruthenes,
quedó terriblemente consternado cuando oyó que una gran
fuerza estaba a punto de invadir su reino, ya que él era demasiado viejo para luchar
como en tiempos pasados y su única descendencia, una hija de nombre Rinda, aunque
ya estaba en edad de casarse, rehusaba obstinadamente a escoger un marido entre sus
muchos pretendientes y así proporcionarle a su padre la ayuda que tan tristemente
necesitaba.
Mientras Billing se encontraba reflexionando desconsolado en su palacio, un
desconocido se presentó súbitamente allí. Levantando la vista, contemplo a un hombre
de mediana edad vestido con un ancho manto y con un sombrero de ala ancha estirado
en su frente para ocultar el hecho de que tenía un solo ojo. El desconocido preguntó
cortésmente acerca de la causa de su evidente depresión y, ya que había algo en él que
inspiraba confianza, el rey le contó todo y al final de su relato, él se ofreció voluntario
para encabezar el ejército de los ruthenes contra su enemigo.
Sus servicios fueron gozosamente aceptados y no pasó mucho tiempo antes de que
Odín, pues era él el desconocido, obtuviera una señalada victoria y, regresando
triunfante, solicitó el permiso para cortejar a la hija del rey, Rinda, para convertirla en
su esposa. A pesar de la avanzada edad del pretendiente, Billing esperó que su hija le
prestara oídos favorables, puesto que parecía ser muy distinguido, e inmediatamente dio
su consentimiento. Por tanto, Odín, aún no desenmascarado, se presentó ante la
princesa, pero ella rechazó desdeñosamente su propuesta y le abofeteó groseramente
cuando él intentó besarla.
Obligado a retirarse, Odín no cejó, sin embargo, en su empeño de convertir a Rinda en
su esposa, ya que sabia, gracias a la profecía de Rossthiof, que nadie sino ella podía
traer al mundo a quien estaba destinado a vengar a su hijo asesinado.
Su siguiente paso, por tanto, fue asumir la forma de un herrero y de tal guisa se presentó
en el palacio de Billing. Tras fabricar costosos ornamentos de plata y oro, multiplicó tan
hábilmente estas preciosas joyas que el rey consintió gozosamente cuando le preguntó si
podría presentarle sus respetos a la princesa. El herrero, Rosterus como dijo llamarse,
fue, sin embargo, igualmente rechazado sin miramientos por Rinda, igual que el exitoso
general que había sido antes y, aunque su oído volvió a zumbarle por la fuerza de su
golpe, él se obstinó más que nunca para convertirla en su esposa.
En la siguiente ocasión, Odín se presentó ante la caprichosa princesa disfrazado de
gallardo guerrero, ya que, pensó él, un soldado joven podría llegar al corazón de la
doncella, pero cuando intentó besarla de nuevo, ella le empujó tan bruscamente que él
tropezó y cayó sobre una rodilla.
Esta tercera afrenta encolerizó tanto a Odín que desenvainó su vara mágica de runas de
su pecho, la apuntó hacia Rinda y profirió un hechizo tan terrible que ella cayó rígida y
aparentemente sin vida en los brazos de sus sirvientes.
Cuando la princesa recobró el conocimiento, su pretendiente había desaparecido, pero el
rey descubrió consternado que ella había perdido por completo el juicio y que había
enloquecido de melancolía. En vano se congregó a todos los médicos y se intentaron
todos los remedios. La doncella permaneció pasiva y triste, y su aturdido padre había
abandonado toda esperanza cuando una anciana, que dijo llamarse Vecha o Vak, se
presentó y se ofreció a llevar a cabo la curación de la princesa. La aparente anciana, que
en realidad era Odín disfrazado, prescribió primero un baño de pies para la paciente.
Pero ya que esto no pareció surtir ningún efecto, propuso intentar un tratamiento más
drástico. Para ello, declaró Vecha, la paciente debería ser confiada a su cuidado
exclusivo, atada a conciencia para que no pudiese ofrecer la más mínima resistencia.
Billing, preocupado por ayudar a su hija, se sintió dispuesto a consentir lo que fuese y,
habiendo obtenido así el dominio completo sobre Rinda, Odín la convenció para que se
casara con él, liberándola de sus ataduras y del hechizo sólo cuando ella hubo prometido
fielmente ser su esposa.
El Nacimiento de Vali.
La profecía de Rossthiof se había cumplido, pues Rinda tuvo un hijo llamado Vali (Ali,
Bous o Beav), una personificación de los días que se prolongaban, que creció con una
velocidad tan maravillosa que alcanzó su estatura máxima en el transcurso de un solo
día. Sin siquiera esperar a lavarse la cara o a peinarse el pelo, este joven dios corrió a
Asgard, arco y flechas en mano, para vengar la muerte de Balder, matando a su asesino,
Hodur, el dios ciego de la oscuridad.
En esta leyenda, Rinda, una personificación de la corteza congelada de la Tierra, se
resiste al cálido cortejo del Sol, Odín, que en vano señala que la primavera es tiempo
para proezas de guerra y ofrece ornamentos del verano dorado. Ella sólo cede cuando,
tras un chubasco (el baño de pies), se descongela. Conquistada entonces por el
irresistible poder del Sol, la Tierra cede a su abrazo, es liberada de su hechizo (hielo)
que la hizo dura y fría y trae al mundo a Vali, el sustentador, o Bous el campesino, que
emerge de su oscura cabaña cuando llegan los días cálidos. La muete de Hodur por Vali
es por tanto emblemática del estallido de la nueva luz tras la oscuridad invernal.
Vali, que era una de las doce deidades que ocupaban los asientos en la gran sala de
Gladsheim, compartía con su padre la residencia llamada Valaskialf y estaba destinado,
incluso antes de su nacimiento, a sobrevivir a la última batalla y al ocaso de los dioses,
y a reinar junto a Vidar sobre la Tierra regenerada.
El Culto a Vali.
Vali era el dios de la luz eterna, al igual que Vidar lo era de la materia imperecedera y
como los rayos de luz eran a menudo llamados flechas, siempre se le representó y
veneró como un arquero. Por esta razón, su mes en el calendario noruego se designa con
la señal del arco y se le denomina Liosberi, el portador de luz. Ya que se sitúa entre
mediados de enero y de febrero, los primeros cristianos le dedicaron este mes a San
Valentín, que también era un diestro arquero y se decía que, al igual que Vali, era el
heraldo de días más brillantes, el despertador de sentimientos tiernos y el patrono de
todos los amantes.
·Frey, el Dios de la Tierra de las Hadas.
Frey o Fro, como se le conocía en Alemania, era hijo de Njörd y Nerthus, y vio la luz en
Vaneheim. Consiguientemente, pertenecía a la raza de los Vanes, divinidades del agua y
del aire, pero fue cálidamente bienvenido en Asgard cuando llegó allí como rehén, junto
a su padre. Ya que era costumbre entre las naciones nórdicas conceder algún regalo
valioso a los niños cuando salía el primer diente, los Ases le entregaron al joven Frey el
bello reino de Alfheim, o Tierra de las Hadas, el lugar de los elfos de la luz.
Allí, Frey, el dios de la dorada luz del Sol y de las cálidas lluvias de verano, tomó su
residencia, encantado con la compañía de los elfos y los hados, que implícitamente
obedecían todas sus órdenes y a la más mínima de sus señales iban de acá para allá,
haciéndolo todo el bien en su poder, pues ellos eran espíritus preeminentemente
benéficos.
Frey también recibió de los dioses una maravillosa espada, un símbolo de los rayos del
sol, que tenía el poder de vencer en la lucha, por su propia voluntad, tan pronto como
fuera desenfundada de su vaina. Frey la usaba especialmente contra los gigantes de
hielo, a quienes odiaba casi tanto como lo hacía Thor y ya que portaba su reluciente
arma, a veces ha sido confundido con el dios de la espada, Tyr o Saxnot.
Los enanos de Svartalfheim le dieron a Frey el jabalí de cerdas de oro, Gullinbursti (el
de las cerdas de oro), una personificación del Sol. Las relucientes cerdas de este animal
estaban consideradas como símbolos, o bien de los rayos solares, o del grano dorado,
que a su orden se ondulaba sobre los campos de cosecha de Midgard, o de la agricultura.
Se suponía que el jabalí (rasgando la tierra con su afilado colmillo) había sido el
primero en enseñar a la humanidad el arte del arado.
Frey cabalgaba a veces sobre el maravilloso jabalí, cuya velocidad era increíble y en
otras ocasiones, lo enjaezaba a su carro dorado, que se decía contenía frutas y flores que
él esparcía profusamente sobre la faz de la Tierra.
Frey era, además, el orgulloso propietario no sólo del intrépido corcel Blodughofi, el
cual cabalgaba a través del fuego y el agua a sus órdenes, sino también del barco
mágico Skidbladnir, una personificación de las nubes. Esta embarcación, que navegaba
sobre tierra y mar, era arrastrada siempre por vientos favorables y era tan elástica que
podía asumir proporciones lo suficientemente grandes como para transportar a los
dioses, sus corceles y todo su equipaje, pero también podía ser doblada hasta alcanzar el
tamaño de una servilleta y ser guardada en un bolsillo.
El Cortejo a Gerda.
En uno de los cuentos del Edda se relata que Frey se aventuró en una ocasión a ascender
hasta el trono de Odín, Hlidskialf, desde cuyo elevado asiento su mirada contemplaba
todo el ancho mundo. Mirando hacia el Norte helado, vio a un joven y bella doncella
que entraba en la casa del gigante de hielo Gymir y al elevar su mano para asir el
picaporte, su belleza radiante iluminó mar y tierra.
Un momento más tarde, esta adorable criatura, cuyo nombre era Gerda, y que es
considerada como la personificación de las relucientes luces del Norte, se desvaneció
dentro de la casa de su padre y Frey regresó pensativamente hasta Alfheim, con su
corazón oprimido del anhelo de convertir a esta bella doncella en su esposa. Enamorado
profundamente, se tornó melancólico y distraído en extremo, y comenzó a comportarse
tan extrañamente que su padre, Njörd, se alarmó mucho por su salud y le ordenó a su
sirviente preferido, Skirnir, que descubriera la causa de su repentino cambio. Tras
mucha persuasión, Skirnir finalmente logró obtener de Frey el relato de su ascensión a
Hlidskialf y de la hermosa visión que había contemplado. Confesó su amor y también su
más profunda desesperación, ya que Gerda era la hija de Gymir y Angurboda y una
familiar del gigante asesinado Thiassi, por lo que temía que nunca viera su petición
favorecida.
Skirnir, sin embargo, replicó de forma consoladora que no veía la razón por la que su
señor veía el caso de forma pesimista y se ofreció a ir y cortejar la doncella en su
nombre, si Frey le dejaba su corcel para el viaje y le entregaba su reluciente espada
como recompensa.
Muy alegre ante la perspectiva de ganarse a la bella Gerda, con gusto le entregó a
Skirnir la brillante espada y le dio permiso para que usara su caballo. Pero pronto recayó
en el estado de ensimismamiento que se había hecho habitual en él desde que se había
enamorado y, por tanto, no se dio cuenta de que Skirnir se encontraba todavía cerca de
él ni de cómo le robaba astutamente el reflejo de su rostro desde la superficie del arroyo
cerca del cual se encontraba sentado, tras lo cual lo aprisionó dentro de su cuerno de
bebida, con la intención de derramarlo en el vaso de Gerda y con su belleza ganarse el
corazón de la giganta para el señor, para el cual estaba a punto de irse de cortejo. Con
este retrato, junto a once manzanas doradas y el anillo mágico Draupnir, Skirnir partió
hacia Jötunheim, para cumplir con su embajada. Mientras se acercaba a la morada de
Gymir, oyó el ruidoso y persistente aullar de sus perros guardianes, que eran
personificaciones de los vientos glaciares. Un pastor que se encontraba velando por su
rebaño cerca de él le contó, ante sus preguntas, que sería imposible acercarse a la casa,
debido a la barrera de fuego que la rodeaba. Pero Skirnir, sabiendo que Blodughofi
atravesaría cualquier fuego, solamente espoleó su caballo y llegando ileso hasta la
puerta del gigante, se vio pronto anunciado ante la presencia de la adorable Gerda.
Para tratar de que la bella doncella prestara un oído favorable a las propuestas de su
señor, Skirnir le mostró el retrato robado y ofreció las manzanas doradas y el anillo
mágico, los cuales, sin embargo, ella rehusó altaneramente aceptar, declarando qu su
padre tenía oro de sobra.
Indignado ante su desdén, Skirnir amenazó entonces decapitarla con su espada mágica,
pero ya que ello no asustón en lo más mínimo a la doncella, y tranquilamente le desafió,
tuvo que recurrir a las artes mágicas. Grabando runas en su vara, le comunicó a ella que
a menos que cediera antes de que el hechizo concluyera, se vería condenada o bien al
celibato eterno o a desposarse con algún gigante de hielo viejo a quien ella nunca
pudiera amar.
Aterrorizada hasta la sumisión ante la aterradora descripción de su sombrío futuro en
caso de que persistiera en su negativa, Gerda consintió finalmente convertirse en la
esposa de Frey y se despidió de Skirnir, prometiendo reunirse con su futuro esposo en
nueve noches, en la tierra de Buri, la arboleda verde, donde ella disiparía su tristeza y le
haría feliz.
Encantado con su éxito, Skirnir regresó veloz a Alfheim, donde le recibió Frey ansioso
de conocer el resultado de su viaje. Cuando supo que Gerda había consentido en
convertirse en su esposa, su rostro se iluminó por la alegría. Pero cuando Skirnir le
informó que tendría que esperar nueve noches antes de poder contemplara a su
prometida, volvió a entristecerse, declarando que el tiempo se le haría interminable.
A pesar de su abatimiento de amante, sin embargo, el tiempo de espera llegó a su fin y
Frey se dirigió veloz y dichosamente hasta la verde arboleda, donde fiel a su
compromiso, encontró a Gerda, la cual se convirtió en su feliz esposa y se sentó
orgullosa a su lado en su trono.
Según los mitólogos, Gerda no es una personificación de la aurora boreal, sino de la
Tierra, la cual, dura, fría e inflexible, se resiste a las ofertas del dios de la primavera de
adorno y fertilidad (las manzanas y el anillo), desafía a los resplandecientes rayos del
Sol (la espada de Frey) y sólo consiente recibir su beso cuando se entera que de otro
modo se verá condenada a la aridez perpetua o entregada enteramente al poder de los
gigantes de hielo (hielo y nieve). Las nueve noches de espera son símbolos de los nueve
meses de invierno, al final de los cuales, la tierra se convierte en la prometida del sol, en
los bosques donde los árboles están brotando con hojas y flores.
Se dice que Frey y Gerda se convirtieron en los padres de un hijo llamado Fiolnir, cuyo
nacimiento consoló a Gerda por la pérdida de su hermano Beli. Éste había atacado a
Frey y había sido muerto por él, aunque el dios del Sol, privado de su incomparable
espada, se había visto forzado a defenderse con un asta de venado que había cogido
apresuradamente de la pared de su residencia.
Además del fiel Skirnir, Frey tenía otros dos asistentes, una pareja casada, Beyggvir y
Beyla, las personificaciones de los desperdicios y el estiércol del molino, dos
ingredientes que, al ser usados en la agricultura con motivos fertilizantes, eran
consiguientemente considerados como fieles sirvientes de Frey, a pesar de sus
desagradables cualidades.
El Frey Histórico.
El poeta Snorri, en su Heimskringla, la crónica de los antiguos reyes de Noruega, afirma
que Frey era un personaje histórico de nombre Yngvifrey, que gobernó Upsala tras la
muerte de Odín y el Njörd semihistóricos. La gente disfrutó de tal prosperidad bajo su
gobierno que creyeron que su rey era un dios. Por tanto, comenzaron a invocarle como
tal, llevando su entusiástica admiración hasta tales extremos que, cuando murió, los
sacerdotes, sin osar revelar el suceso, le tendieron en un gran túmulo en vez de incinerar
su cuerpo como había sido costumbre hasta entonces. Después informaron a la gente
que Frey, cuyo nombre era el sinónimo nórdico de señor, se había ido al túmulo, una
expresión que se convirtió posteriormente en la frase vikinga para la muerte.
No fue hasta tres años más tarde cuando la gente, la cual había seguido pagando sus
impuestos al rey derramando monedas de oro, playa y cobre dentro del túmulo a través
de las tres aberturas diferentes, descubrió que Frey estaba muerto. Ya que la paz y la
prosperidad se habían mantenido ininterrumpidas, decretaron que su cadáver nunca se
vería incinerado y de esta manera inauguraron la costumbre del entierro en el túmulo,
que con el tiempo pasó a sustituir la pira funeraria en muchos sitios. Uno de los tres
túmulos cerca de Gamla Upsala aún lleva el nombre del dios. Sus estatuas fueron
situadas en el gran templo que ser erigía allí y su nombre era debidamente mencionado
en todos los juramentos solemnes, siendo la fórmula habitual "Así me ayude Frey,
Njörd y el Todopoderoso As (Odín)".
Culto a Frey.
No se admitían armas dentro de los templos de Frey, estando los más célebres entre
ellos situados en Trondheim, Noruega, y en Thvera, Islandia. En esos templos se
sacrificaban bueyes y caballos en su honor, introduciéndose un anillo de oro dentro de
la sangre de la víctima antes de que el juramento anteriormente mencionado se hiciera.
Las estatuas de Frey, como todas las del resto de las divinidades nórdicas, eran bloques
de madera toscamente tallados y la última de estas sagradas imágenes parece haber sido
destruida por Olaf el Santo, el cual convirtió a la fuerza a muchos de sus súbditos al
cristianismo. Además de ser el dios del brillo del Sol, de la fertilidad, de la paz y la
prosperidad, Frey era considerado el patrono de los caballos y de los jinetes y el
liberador de todos los cautivos.
La Fiesta de Jul.
Un mes de cada año, el mes de Jul o mes de Thor, era sagrado para Frey al igual que
para Thor, el cual comenzaba en la noche más larga del año, a la que se conocía como la
Noche Madre. Este mes era tiempo de festejos y regocijo, pues anunciaba el regreso del
Sol. Este festival se conocía como Jul o Yule (rueda), porque se suponía que el Sol se
parecía a una rueda girando rápidamente a través del cielo. Este parecido fue el origen
de una costumbre curiosa en Inglaterra, Alemania y las riberas del Mosela. Hace mucho
tiempo, la gente solía reunirse en asamblea anualmente en una montaña para quemar
una enorme rueda de madera, rodeada de paja, la cual, ardiendo en llamas, era arrojada
cuesta abajo por una pendiente para que se sumergiera en agua con un siseo.
Todas las razas nórdicas consideraban la fiesta de Jul como la más importante del año y
solían celebrarla con bailes, banquetes y bebidas, nombrándose a cada dios por su
nombre. Los primeros misioneros cristianos, percatándose de la extrema popularidad de
esta fiesta, pensaron que sería mejor alentar a beber a la salud del Señor y de los doce
apóstoles cuando comenzaron a convertir a los paganos nórdicos.
Este festejo era tan popular en Escandinavia, donde se celebraba en enero, que el rey
Olaf, viendo lo querido que era en los corazones nórdicos, traspasó la mayoría de sus
prácticas al día de Navidad, haciendo de esta manera mucho para que la gente ignorante
se conformara con su cambio de religión.
Como dios de la paz y la prosperidad, Frey reapareció muchas veces supuestamente
sobre la Tierra y gobernó a los suecos bajo el nombre de Yngvifrey, por lo que sus
descendientes fueron conocidos como Ynlings. También gobernó a los daneses bajo el
nombre de Fridleef. En Dinamarca se dice que se casó con la bella doncella Freygerda,
a la cual rescató de un dragón. Con ella tuvo un hijo de nombre Frodi, el cual, con el
debido tiempo, le sucedió en el trono.
Frodi reinó en Dinamarca en los días en los que había paz en todo el mundo, es decir, en
la era en la que Cristo nación en Belén de Judea y debido a que todos sus súbditos
vivieron en concordia, fue conocido como Frodi Paz.
·Freya, la Diosa del Amor.
Freya, la hermosa diosa nórdica de la belleza y el amor, era hermana de Frey e hija de
Njörd y Nerthus, o Skadi. Ella era la más hermosa y la más querida de entre todas las
diosas y, mientras que en Alemania se la identificaba con Frigg, en Noruega, Suecia,
Dinamarca e Islandia era considerada como una divinidad diferente. Freya, al haber
nacido en Vaneheim, también era conocida como Vanedis, la diosa de los Vanes, o
como Vanebride.
Cuando llegó a Asgard, los dioses quedaron tan prendados por su belleza y elegancia
que le concedieron el reino de Folkvang y el gran palacio de Sessrymnir (el espacioso
de asientos), donde le aseguraron que podría acomodar fácilmente a todos sus invitados.
Reina de las Valkirias.
Aunque diosa del amor, Freya no era apacible y amante de los placeres, pues las
antiguas razas nórdicas pensaban que ella tenía gustos muy marciales y que con el
nombre de Valfreya solía encabezar a menudo a las valkirias en el campo de batalla,
escogiendo y reclamando la mitad de los héroes muertos. Así que era representada con
un corselete y un casco, escudo y lanza, estando únicamente la mitad inferior de su
cuerpo vestida con el atavío suelto habitual de las mujeres.
Freya transportaba a los muertos electos hasta Folkvang, donde eran debidamente
agasajados. Allí eran bienvenidas también todas las doncellas puras y las esposas fieles,
para que pudieran disfrutar de la compañía de sus amantes y esposos después de la
muerte. Los encantos de su morada le resultaban tan seductores a las heroicas mujeres
nórdicas que a menudo corrían a la batalla cuando sus amados habían muerto, con la
esperanza de correr la misma suerte, o se dejaban caer sobre sus espadas, o ardían
voluntariamente en la misma pira funeraria en la que quemaban los restos de sus
amados.
Ya que se pensaba que Freya prestaba oídos a las oraciones de los amantes, éstos la
solían invocar a menudo y era costumbre el componer canciones de amor en su honor,
las cuales se cantaban en ocasiones festivas. En Alemania, su nombre se usaba con el
significado del verbo "cortejar".
Freya y Odur.
Freya, la diosa de cabellos dorados y ojos azules, era también, en ocasiones,
considerada como la personificación de la Tierra. Como tal, se desposó con Odur, un
símbolo del Sol veraniego, a quien ella amaba mucho y con el que tuvo dos hijas, Hnoss
y Gersemi. Estas doncellas eran tan hermosas que todas las cosas bellas eran
denominadas con sus nombres.
Mientras Odur permaneciera a su lado, Freya estaba sonriente y era completamente
feliz. Pero Odur era de espíritu inquieto y cansado de la vida sedentaria, abandonó un
día el hogar súbitamente y se dedicó a vagar por el ancho mundo. Freya, triste y
abandonada, lloró largamente, cayendo sus lágrimas sobre las duras rocas,
ablandándolas. Se dice que incluso llegaron a introducirse en el mismo centro de las
piedras, donde se transformaron en oro. Algunas lágrimas cayeron al mar y fueron a
transformadas en ámbar.
Cansada de su condición de viuda y anhelando coger a su marido en sus brazos una vez
más, Freya emprendió finalmente su búsqueda, atravesando muchas tierras, donde se la
conoció por diferentes nombres, como Mardel, Horn, Gefn, Syr, Skialf y Thrung,
interrogando a todos los que se encontraba en su paso, sobre si habían visto a su esposo
y derramando tantas lágrimas en todas partes que el oro se encuentra en todos los
rincones de la Tierra.
Muy lejos, en el soleado sur, Freya encontró finalmente a Odur y, tras serle devuelto
todo su amor, ella fue feliz de nuevo, tan radiante como lo había sido de novia. Es quizá
debido a que Freya encontró a su esposo bajo un floreciente arrayán que las prometidas
nórdicas, incluso hoy día, visten el mirto en vez de la convencional corona de naranjas
que se da en otros climas.
Mano a mano, Odur y Freya emprendieron de nuevo el camino a casa y a la luz de su
felicidad, la hierba creció verde, las flores brotaron y los pájaros cantaron, pues toda la
naturaleza simpatizaba tan enérgicamente con la alegría de Freya como se afligía con
ella cuando se encontraba triste.
Las más hermosas plantas y flores en el Norte eran llamadas cabellos de Freya o rocío
del ojo de Freya, mientras que la mariposa era conocida como la gallina de Freya.
También se suponía que esta diosa sentía un afecto especial por los hados, a los que
gustaba observar danzar a la luz de la Luna, y a los que reservaba sus más delicadas
flores y su más dulce miel.
Odur,
el esposo de Freya, además de ser considerado como
una personificación del Sol, también era considerado como un símbolo de la pasión, o
de los embriagantes placeres del amor, por lo que los antiguos declaraban que no era de
extrañar que su esposa no pudiera ser feliz sin él.
El Collar de Freya.
Siendo la diosa de la belleza, Freya, naturalmente, era aficcionada a los vestidos, a los
ornamentos relucientes y las joyas preciosas. Un día, mientras se encontraba en
Svartalfheim, el reino bajo tierra, vio a cuatro enanos fabricando el más bello collar que
ella había visto nunca. Casi fuera de sí por el deseo de poseer este tesoro, llamado
Brisingamen y era un símbolo de las estrellas, o de la fertilidad de la tierra, Freya
imploró a los enanos para que se lo regalaran; pero ellos rehusaron hacer tal cosa, a
menos que ella les prometiera concederles su amparo. Tras obtener el collar a este
precio, Freya se apresuró a ponérselo y su esplendor aumentó tanto sus encantos que lo
llevó puesto día y noche, pudiéndosela convencer sólo ocasionalmente para que se lo
prestara a otras divinidades. Thor, sin embargo, llevó este collar cuando se hizo pasar
por Freya en Jötunheim, y Loki lo codició y lo hubiese robado de no haber sido por la
vigilancia de Heimdall.
Freya también era la orgullosa propietaria de una vestimenta de halcón, o plumas de
halcón, que permitía al que se la ponía volar a través del aire como si fuese un pájaro;
esta vestimenta era tan valiosa que Loki la tomó prestada en dos ocasiones, y la misma
Freya la utilizó cuando fue en busca del desaparecido Odur.
Ya que Freya era también considerada como diosa de la fertilidad, a veces era
representada conduciendo junto a su hermano Frey el carro tirado por el jabalí de las
cerdas de oro, esparciendo, con manos pródigas, frutas y flores para alegrar los
corazones de la humanidad. Sin embargo, ella tenía un carro propio, en el que viajaba
con frecuencia. Éste era tirado por gatos, sus animales favoritos, los símbolos del cariño
y la sensualidad, o las personificaciones de la fecundidad.
Frey y Freya eran tan venerados en el Norte que sus nombres, con formas modificadas,
se utilizan todavía como las palabras "señor" y "señora", y un día de al semana se
conoce como día de Freya, el viernes, por la gente angloparlante. Los templos dedicados
a Freya eran muy numerosos y fueron mantenidos durante mucho tiempo por sus
devotos, el último en Magdeburgo, Alemania, el cual fue destruido por orden del
emperador Carlomagno.
La Historia de Ottar y Angantyr.
Los nórdicos solían invocar a Freya no sólo para obtener éxito en el amor, prosperidad y
crecimiento, sino también, en ocasiones, para obtener ayuda y protección. Ella se lo
concedía a aquellos que la servían fielmente, como aparece en la historia de Ottar y
Angantyr, dos hombres que, tras discutir durante algún tiempo debido a sus derechos a
cierto plazo de propiedad, expusieron su disputa ante los dioses. La asamblea popular
decretó que el hombre que pudiera probar que había descendido de una estirpe más
extensa de antepasados nobles sería declarado como el vencedor, designándose día
especial para investigar la genealogía de cada demandante.
Ottar, incapaz de recordar los nombres de no pocos de sus antepasados, ofreció
sacrificios a Freya, rogando su ayuda. La diosa escuchó indulgentemente su oración y,
apareciéndose ante él, lo transformó en un jabalí, y sobre su lomo cabalgó hasta la
morada de la hechicera Hyndla, una célebre bruja. Con amenazas y ruegos, Freya le
exigió a la anciana mujer que trazara la genealogía de Ottar hasta Odín y que nombrara
cada individuo por su nombre, con un resumen de sus hazañas. Entonces, temiendo que
la memoria de su devoto fuera incapaz de retener tantos detalles, Freya también exigió a
Hyndla que preparara una poción del recuerdo, la cual le dio a él a beber.
Así preparado, Ottar se presentó ante la asamblea en el día fechado y con facilidad
sospechosa recitó su linaje, nombrando a muchos más antepasados de los que Angantyr
pudo recordar, por lo que fue fácilmente recompensado con la posesión de la propiedad
que codiciaba.
Los Esposos de Freya.
Freya era tan hermosa que todos los dioses, gigantes y enanos anhelaron su amor e
intentaron a su vez obtenerla como esposa. Pero Freya desdenó a los feos gigantes, e
incluso rechazó a Thrym cuando Loki y Thor la urgieron a aceptarlo por esposo. No era
tan inflexible cuando se trataba de dioses, si diversos mitólogos están en lo cierto, pues
se dice que como personificación de la Tierra se desposó con Odín (el cielo), Frey (la
lluvia fertilizante), Odur (la luz del Sol), etc., hasta que aparentemente se mereció las
acusaciones lanzadas contra ella por el desalmado Loki de haber amado y haberse
casado con todos los dioses.
El Culto a Freya.
Era costumbre en ocasiones solemnes el beber a la salud de Freya junto a la de los otros
dioses y, cuando al cristiandad se introdujo en el Norte, este brindis fue trasladado a la
Virgen o a la Santa Gertrudis; la misma Freya, como todas las divinidades paganas, fue
declarada como un demonio o una bruja y desterrada a los picos de las montañas
noruegas, suecas o alemanas, donde el Brocken es señalado como su morada especial y
el lugar de cita general de su séquito de demonios en el Valpurgisnacht.
Ya que la golondrina, el cuco y el gato fueron sagrados para Freya en tiempos paganos,
se suponía que estas criaturas tenían cualidades demoníacas, e incluso hoy en día se
retrata a las brujas con gatos negros como el carbón a su lado.
·Hel.
Hel, diosa de la muerte,
Era hija de Loki, dios del mal y de la giganta Angurboda, la
portadora del infortunio. Ella vino al mundo dentro de una oscura cueva en Jötunheim,
junto a la serpiente Iörmungandr y el terrible lobo Fenris ,siendo tal trío considerado
como los símbolos del dolor, el pecado y la muerte.
A su debido tiempo se dio cuenta Odín de la terrible progenie que Loki estaba cuidando
y decidió desterrarles de la faz de la tierra. La serpiente fue por tanto arrojada al mar,
donde sus retorcimientos causaban supuestamente las más terribles tempestades; el lobo
Fenris fue atado con cadenas, gracias al intrépido y valiente Tyr, y Hel, la diosa de la
muerte, fue arrojada a las profundidades de Niflheim, donde Odín le concedió el poder
sobre los nueve mundos.
El Reino de Hel en Niflheim.
A este reino, que supuestamente estaba situado bajo la tierra, sólo se podía entrar tras un
penoso viaje a través de los más accidentados caminos en las frías y oscuras regiones
del extremo Norte. La puerta de entrada estaba tan lejos de todas las moradas humanas
que incluso Hermod el veloz, montado sobre Sleipnir, tenía que viajar durante nueve
largas noches antes de alcanzar el río Giöll. Éste constituía el límite de Niflheim, sobre
el cual se erigía un puente de cristal enarcado con oro y sostenido sobre un solo cabello,
y velado constantemente por el horrible esqueleto Modgud, que hacía que todos los
espíritus pagaran un peaje de sangre antes de que se les permitiera el paso.
Los espíritus cabalgaban o surcaban el puente generalmente sobre los caballos o las
carretas en las que se había quemado la pira funeraria con los muertos y las razas
nórdicas eran muy cuidadosas a la hora de calzar los pies de los fallecidos con un par de
zapatos especialmente resistentes, llamados zapatos de Hel, para que no tuvieran que
sufrir en el largo viaje a través de caminos accidentados. Poco después de traspasar el
puente Giallar, los espíritus llegaban hasta El Bosque de Acero, donde no había nada
excepto árboles desnudos con hojas de acero y tras dejarlo atrás, llegaban a las puertas
de Hel, al lado del cual el feroz perro manchado de sangre, Garm, estaba en guardia,
refugiado en un oscuro agujero conocido como la cueva Gnipa. La cólera de este
monstruo sólo podía ser apaciguada con la ofrenda de un pastel de Hel, lo cual nunca
fallaba a aquellos que en alguna ocasión le han dado pan a los hambrientos.
Dentro de la puerta, entre el intenso frío y la oscuridad impenetrable, se oía hervir la
gran caldera Hvergelmir y el rodar de los glaciares en el Elivagar y otros ríos de Hel,
entre los cuales se encontraba el Leipter, sobre el cual se hacían solemnes juramentos, y
el Slid, en cuyas turbias aguas rodaban continuamente espadas desenvainadas.
Adentrándose en este horrible lugar, se encontraba Elvidner (miseria), el palacio de la
diosa Hel, cuyo plato era el Hambre. Su cuchillo era la Avaricia. Holgazanería era el
nombre de su hombre, Indolencia el de su doncella, Ruina el de su umbral, Pesar el de
su cama y Conflagración el de sus cortinas.
Esta diosa tenía muchas moradas diferentes para los invitados que venían a visitarla a
diario, ya que ella recibía no sólo a los perjuros y criminales de todas clases, sino
también a aquellos que eran tan desgraciados como para morir sin derramar sangre. A
su reino iban a parar también aquellos que morían de vejez o enfermedad, una forma de
morir que era denominada "muerte de paja", ya que los lechos estaban construidos
generalmente con ese material.
Ideas de la Vida Futura.
Aunque los inocentes eran tratados bondadosamente por Hel y disfrutaban de un estado
de dicha negativa, no era de extrañar que los habitantes del Norte se encogieran ante la
idea de visitar su lúgubre morada. Y mientras los hombres preferían cortarse con la
punta de la lanza, arrojarse desde un precipicio o quemarse vivos, las mujeres no se
encogían ante medidas igualmente heroicas. En los extremos de su pesar, no dudaban en
arrojarse desde una montaña o en caer sobre las espadas que les eran entregadas el día
de su boda, para que sus cuerpos pudieran ser quemados con aquellos a los que amaban
y sus espíritus liberados para unirse a ellos en la gloriosa morada de los dioses.
Sin embargo, los horrores esperaban a aquellos cuyas vidas habían sido impuras o
delictivas. Estos espíritus eran desterrados a Nastrond, la ribera de los cadáveres, donde
caminaban por fríos ríos de veneno hasta una cueva hecha de serpientes entrelazadas,
cuyas fauces venenosas estaban giradas hacia ellos. Tras sufrir allí incontables agonías,
se les arrojaba a la caldera Hvergelmir, donde la serpiente Nidhug dejaba por un
momento de masticar la raíz del árbol Yggdrasil para alimentarse con sus huesos.
Un palacio que se erige
lejos del Sol
en Nastrond;
sus puertas dan hacia el Norte,
gotas de veneno caen
de sus aberturas;
entretejido está ese palacio
con lomos de serpiente.
Allí vio ella vadear
las lentas corrientes
a los hombres sedientos de sangre
y a los perjuros,
y a aquellos que seducen los oídos
de las esposas de los demás.
Allí absorbe Nidhug
los cadáveres de los muertos.
(Edda de Semund).
Pestilencia y Hambre.
Se suponía que la misma Hel dejaba ocasionalmente su tenebrosa morada para recorrer
la Tierra sobre su caballo blanco de tres patas y en tiempos de pestilencia y hambre, si
parte de los habitantes de un distrito se libraban de ello, se decía que ella había usado un
rastrillo y cuando ciudades y provincias enteras habían sido despobladas, como sucedió
en el histórica epidemia de la Muerte Negra, se decía que ella había cabalgado con una
escoba.
Las razas nórdicas creyeron posteriormente que a veces se permitía a los espíritus de los
muertos volver a la tierra y aparecerse ante sus familiares, cuyo pesar o gozo les
afectaba incluso después de la muerte, como se relata en la balada danesa de Aager y
Else, donde un amante muerto le pide a su amada que sonría, para que su ataúd pueda
ser llenado con rosas en vez de gotas coaguladas de sangre producidas por sus lágrimas.
·Egir, el Dios del Mar.
Además de Njörd y Mimir, que eran ambos divinidades marinas, las razas nórdicas
reconocían otro gobernador del mar, el que representaba el mar cercano a la costa y el
océano primitivo, de donde todas las cosas supuestamente emergieron, llamado Egir o
Hler, que vivía o bien en las frías profundidades de su reino acuático o bien en la isla de
Lessoe, en Cattegat, o Hlesey.
Egir (el mar), al igual que sus hermanos Kari (aire) y Loki (fuego), supuestamente
pertenecía a una antigua dinastía de dioses, ya que él no se clasificaba ni como As ni
como Van, ni gigante, enano o elfo, pero era considerado omnipotente dentro de sus
dominios.
Se suponía que provocaba las grandes tempestades que recorrían el mar, y se le
representaba generalmente como un adusto anciano, con largos cabellos y barbas
blancas, y dedos como garras que siempre trataban de asir algo convulsivamente, como
si deseara tener todo al alcance de sus manos. Siempre se aparecía sobre las olas con la
intención de perseguir y volcar esquifes, y arrastrarlos vorazmente hasta el fondo del
mar, una dedicación en la que se pensaba que se deleitaba de forma diabólica.
La Diosa Ran.
Egir estaba casado con su hermana, la diosa Ran, cuyo nombre significa "ladrón" y que
era tan cruel, avariciosa e insaciable como su esposo. Su pasatiempo favorito era el de
permanecer cerca de las rocas peligrosas, hasta donde atraía a los marineros para
lanzarles su red, su más preciada posesión, y entonces, habiendo enmarañado a los
hombres en sus mallas y destruido sus barcos contra los cortados acantilados, los
arrastraba tranquilamente hasta su sombrío reino.
Ran era considerada la diosa de la muerte para todos aquellos que perecían en el mar y
los nórdicos pensaban que ella agasajaba a los ahogados en sus cuevas de coral, donde
se extendían divanes para recibirles y donde el hidromiel corría libremente como en el
Valhalla. Se pensó posteriormente que la diosa tenía una gran afición al oro, que se
llamaba la "llama del mar" y se utilizaba para iluminar sus palacios. Esta creencia se
originó con los marineros y nación del impresionante brillo fosforescente de las olas.
Para ganarse las buenas bendiciones de Ran, los nórdicos se cuidaban de esconder un
poco de oro cerca de ellos siempre que algún peligro en particular les amenazaba en el
mar.
Las Olas.
Egir y Ran tuvieron nueve hermosas hijas, las Olas, o doncellas de las olas, cuyos
blancos brazos y pechos, largos cabellos rubios, profundos ojos azules y esbeltas y
sensuales formas eran extremadamente fascinantes. Estas doncellas se deleitaban
jugando sobre la superficie de los vastos dominios de su padre, ligeramente ataviadas
con velos transparentes azules, blancos o verdes. Sin embargo, eran volubles y
caprichosas, con cambios de humor alegre a hosco y apático, y a veces provocándose
mutuamente casi hasta la locura, rasgando sus cabellos y velos, arrojándose
temerariamente en sus duros lechos, las rocas, persiguiéndose unas a otras con
velocidad frenética y chillando en alto de alegría o desesperación. Pero raramente salían
a jugar a menos que su hermano, el Viento, estuviera fuera y según su humor, ellas eran
gentiles y alegres o bruscas y turbulentas.
Se suponía que las Olas iban generalmente en tríos y se decía que a menudo
revoloteaban alrededor de los barcos vikingos a los que ellas favorecían, apartando
todos los obstáculos de sus trayectorias y ayudándoles a alcanzar rápidamente sus
objetivos.
La Olla de las Pociones de Egir.
Para los anglosajones, el dios Egir era conocido por el nombre de Eagor, y siempre que
una olla inusualmente grande se aproximaba atronando hacia la costa, los marineros
solían gritar y los de Trento aún lo hacen: "¡Cuidado que viene Eagor!". También se le
conocía por el nombre de Hler (el amparador) entre las naciones nórdicas y el de Gymir
(el ocultador), porque siempre estaba dispuesto a esconder cosas en las profundidades
de su reino y se podía contar con que no revelara los secretos confiados a su cuidado. Y,
porque se decía frecuentemente que las aguas del mar hervían y siseaban, se llamaba al
océano como la tinaja o la olla de las pócimas de Egir.
Los dos principales sirvientes del dios eran Elde y Funfeng, símbolos de la
fosforescencia del mar; eran famosos por su rapidez en invariablemente presentaban sus
respetos a los invitados de Egir a sus banquetes en las profundidades del mar. El dios
dejaba a veces su reino para visitar a los Ases en Asgard, donde siempre era
espléndidamente agasajado y se deleitaba con los numerosos relatos de Bragi sobre las
aventuras y los logros de los dioses. Entusiasmado por estas narraciones, y también por
el burbujeante hidromiel que les acompañaba, el dios se aventuró en una ocasión a
invitar a los Ases a celebrar la fiesta de la cosecha con él en Hlesey, donde prometió
agasajarles él esta vez.
Thor e Hymir.
Sorprendido por esta invitación, uno de los dioses osó recordarle a Egir que ellos
estaban acostumbrados a platos exquisitos, tras lo que el dios del mar declaró que en lo
referente a la comida no debía preocuparse, ya que estaba seguro de poder abastecer los
apetitos más delicados; sin embargo, confesó que no se sentía tan seguro respecto a la
bebida, ya que su olla de pociones era más bien pequeña. Tras oír esto, Thor se ofreció
inmediatamente a procurar una olla más apropiada y partió junto con Tyr en su
búsqueda. Los dos dioses viajaron hacia el este del Elivagar en el carro tirado por los
chivos de Thor, y dejándolo en casa del campesino Egil, el padre de Thialfi,
encaminaron sus pasos hacia la morada del gigante Hymir, del cual se sabía que poseía
una olla de una milla de profundidad y anchura proporcional.
Sin embargo, sólo las mujeres se encontraban en casa y Tyr reconoció en la más
anciana, una vieja y fea bruja con novecientas cabezas, a su propia abuela; mientras la
más joven, una bella y joven giganta, era, al parecer, su madre y ella recibió a su hijo y
a su acompañante de forma hospitalaria y les dio de beber.
Tras conocer su misión, la madre de Tyr ordenó a los visitantes que se escondieran bajo
unas enormes ollas que se encontraban sobre un travesaño al final de la sala, ya que su
esposo Hymir era muy irreflexivo y a menudo mataba a sus invitados con una sola
mirada fulminante. Los dioses siguieron el consejo rápidamente, y tan pronto se
escondieron, llegó el gigante Hymir. Cuando su esposa le contó que habían llegado
visitantes, frunció el ceño tan portentosamente y emitió una mirada tan encolerizada
hacia el lugar donde se ocultaban, que la viga del techo y las ollas cayeron con
estruendo y, excepto la más grande, todas se rompieron en pedazos.
La esposa del gigante, sin embargo, convenció a su marido para que le diera la
bienvenida a Tyr y a Thor, y mató tres bueyes para su comida. Pero grande fue su
consternación cuando vio al dios del trueno comerse a dos de ellos como cena.
Murmurando que tendría que irse a pescar temprano a la siguiente mañana para
procurarle el desayuno a un invitado tan voraz, el gigante se retiró a descansar, y cuando
al amanecer del siguiente día bajó hasta la costa, se le unió Thor, que dijo haber venido
para ayudarle. El gigante le pidió que obtuviera su propio cebo, tras lo cual Thor mató
descaradamente el buey más grande de su anfitrión, Himinbrioter (rompedor del cielo),
y cortando su cabeza, embarcó con ella y se introdujo en el mar. En vano protestó
Hymir que ya había llegado a su lugar habitual de pesca, y que podía encontrarse con la
terrible serpiente Iörmungandr si se aventuraban a ir más lejos; Thor siguió remando
persistentemente, hasta que pensó que se encontraban justamente encima del monstruo.
Poniendo como cebo la cabeza del buey, Thor trató de pescar a Iörmungandr; mientras
tanto, el gigante logró pescar dos ballenas, que le parecieron suficientes para una
comida matinal. Por tanto, estaba a punto de proponer que regresaran cuando Thor
sintió súbitamente un tirón y comenzó a tirar tan fuerte como pudo, ya que sabía, por la
resistencia de su presa y la terrible tormenta creada por sus frenéticos contoneos, que
había atrapado a la serpiente de Midgard. En sus esfuerzos para obligar a la serpiente a
que saliera a la superficie, Thor apretó su pie tan bruscamente contra el fondo del barco,
que lo atravesó y fue a parar al fondo del mar.
Tras una lucha indescriptible, la terrible cabeza venenosa del monstruo apareció y Thor,
asiendo su martillo, se dispuso a aniquilarla, cuando el gigante, aterrorizado ante la
proximidad de Iörmungandr y temiendo que el barco se hundiera y se convirtiera él en
la presa del monstruo, cortó el sedal, permitiendo así que la serpiente cayera como una
piedra hasta el fondo del mar.
Furioso con Hymir por su inoportuna interferencia, Thor le asestó un golpe con su
martillo que lo lanzó al mar; pero Hymir, impávido, nadó hasta tierra y se reunió con el
dios cuando éste regresó a la costa. Hymir tomó entonces ambas ballenas, sus trofeos
del mar, y se las echó a la espalda para llevárselas a casa, y Thor, deseoso de demostrar
su fuerza, cargó con el bote, los remos y los aparejos y le siguió.
Tras el desayuno, Hymir retó a Thor a que demostrara su fuerza rompiendo su vaso;
pero aunque el dios del trueno lo arrojó con tremenda fuerza contra los pilares de piedra
y las paredes, permaneció intacto y ni siquiera se rajó. Sin embargo, obedeciendo un
consejo que la madre de Tyr le susurró, Thor arrojó súbitamente el vaso contra la frente
del gigante, la única sustancia más dura que él, tras lo cual cayó hecho añicos al suelo.
Hymir, habiendo comprobado así el poder de Thor, le dijo que podía llevarse la olla que
los dos dioses habían venido buscando, pero Tyr trató de levantarla en vano, y Thor
pudo levantarla del suelo, sólo después de haberse ceñido su cinturón con fuerza hasta
el último agujero.
El tirón con el que finalmente levantó la olla causó grandes daños en la casa del gigante
y su pie atravesó el suelo. Mientras Tyr y Thor partían, este último con el enorme
recipiente sobre su cabeza como si se tratase de un sombrero, Hymir convocó a sus
hermanos gigantes de hielo y les propuso perseguir y matar a su empedernido enemigo.
Volviéndose, Thor se dio cuenta enseguida de su persecución, y arrojando a Mjöllnir
repetidamente contra los gigantes, los mató a todos antes de que pudieran alcanzarles.
Tyr y Thor reanudaron entonces su viaje de regreso hasta Egir, llevando consigo la olla
en la que él fabricaría cerveza para el festín de la cosecha.
La explicación física de este mito es, por supuesto, una tormenta de truenos (Thor), en
conflicto con la furia del mar (la serpiente) y la rotura del hielo polar (la copa y el suelo
de Hymir) por el calor del verano.
Los dioses se ataviaron entonces con ropas festivas y se dirigieron alegremente hasta el
festín de Egir, y desde entonces se solía celebrar la cosecha en sus cuevas de coral.
Divinidades no Amadas.
Egir, como hemos visto, gobernaba el mar con la ayuda de la pérfida Ran. Ambas
divinidades eran consideradas crueles por las naciones nórdicas, los cuales sufrían
mucho por el mar, el cual, rodeándoles por todas partes, se introducían profundamente
hasta el corazón de sus países a través de los numerosos fiordos, y a menudo engullía
los barcos de sus vikingos, junto a toda su tripulación de guerreros.
tras Divinidades del Mar.
Además de estas deidades principales del mar, los nórdicos creían en los tritones y las
sirenas, y muchas historias se relatan acerca de las sirenas, que se despojaban durante
breves momentos de sus plumajes de cisne o atavíos de foca, los cuales dejaban en la
playa para ser encontrados por mortales, que de esa manera obligaban a las bellas damas
a permanecer en tierra.
También existían monstruos malignos conocidos como Nicors, de cuyo nombre se
deriva el proverbial Old Nick ("Patillas"). Muchas de las deidades menores del mar
poseían colas de pez; las divinidades femeninas recibían el nombre de ondinas, y los
varones el de Stromkarls, Nixies, Necks o Neckar.
En la Edad Media se creía que estos espíritus acuáticos abandonaban a veces sus
corrientes nativas para aparecerse en danzas de poblados, donde se les reconocía por el
dobladillo húmedo de sus vestimentas. A menudo se sentaban al lado de los arroyos o
los ríos, tocando el arpa o entonando fascinantes canciones mientras se peinaban sus
largos y dorados o verdes cabellos.
Los nixies, ondinas y stromkarls, eran seres particularmente gentiles y amables, y
estaban muy ansiosos de obtener repetidas garantías de su salvación final.
Se cuentan muchas historias de sacerdotes o niños que se los encontraron jugando en la
orilla, de los cuales se mofaban con amenazas de una futura condenación, lo cual nunca
fallaba para convertir su alegre música en lastimeros quejidos. A menudo, los sacerdotes
o niños, dándose cuenta de su error y afectados por la agonía de sus víctimas,
regresaban corriendo hasta la corriente para asegurar a los hados acuáticos de dientes
verdes su futura redención, tras lo cual reanudaban invariablemente sus alegres acordes.
Ninfas del Río.
Ademas de Elf o Elb, el hado acuático que le dio su nombre al río Elba en Alemania;
Neck, de quien Necker deriva su nombre, y el viejo padre Rhein, con sus numerosas
hijas (afluentes), la más famosa de todas las divinidades menores acuáticas es Lorelei, la
sirena doncella que se sienta sobre las roca de su mismo nombre, cerca de San Goar, en
el Rhein (Rin) y cuyo fascinante canto ha llevado a muchos marinos a la muerte. Las
leyendas acerca de esta sirena son ciertamente muy numerosas, siendo una de las más
antiguas la que sigue:
Leyendas de Lorelei.
Lorelei era una ninfa acuática inmortal, hija de Rin (Rhein); durante el día vivía en las
frescas profundidades del fondo del río, pero de noche se aparecía a la luz de la Luna,
sentada en lo alto de un pináculo rocoso, contemplando todo lo que atravesaba la
corriente. A veces, la brisa nocturna transportaba algunas de las notas de su canción
hasta los oídos de lo remeros, tras lo que, olvidándose del tiempo y del lugar
escuchando estas melodías encantadas, se dejaban arrastrar hasta las afiladas y
recortadas rocas, donde perecían invariablemente.
Se dice que sólo una persona vio a Lorelei de cerca. Se trataba de un joven pescador de
Oberwesel, que se reunía con ella cada noche a orillas del río y pasaba unas horas
encantadoras con ella, embriagándose de su belleza y escuchando su seductora canción.
La tradición dice que , antes de que se separaran, Lorelei le indicaba los sitios donde el
joven debería arrojar sus redes por la mañana, instrucciones que siempre obedecía y que
de este modo le proporcionaban buenos resultados.
Una noche, el joven pescador fue visto dirigiéndose hacia el río, pero como no
regresaba se emprendió su búsqueda. Sin encontrarse rastro alguno por los alrededores,
los crédulos teutones afirmaron que Lorelei le había arrastrado hasta sus cuevas de coral
para poder disfrutar de su compañía por siempre.
Según otra versión, Lorelei sedujo tantos pescadores hasta su tumba en las
profundidades del Rin (Rhein) con sus fascinantes acordes desde las escarpadas rocas,
que en una ocasión se envió a un ejército armado al caer la noche para rodearla y
atraparla. Pero la ninfa acuática arrojó un hechizo tan poderoso sobre el capitán y sus
hombres, que no pudieron mover ni las manos ni los pies. Mientras se encontraban
inmóviles alrededor de ella, Lorelei se despojó de sus ornamentos y los arrojó a las olas.
Entonces, entonando un hechizo, atrajo las aguas hasta el peñasco donde se encontraba
y, para asombro de los soldados, las olas arrastraron consigo un carro marino verde
tirado por corceles de crines blancas y la ninfa se introdujo al instante. Unos momentos
más tarde, el Rin bajó hasta sus niveles habituales, el hechizo se rompió y los hombres
recuperaron el movimiento, retirándose para narrar cómo sus esfuerzos habían sido
frustrados. Desde entonces no se volvió a ver a Lorelei, y los campesinos afirman que
ella sigue aún resentida por la afrenta de la que fue objeto, y que nunca abandonará sus
cuevas de coral.
·Balder, el más Amado.
De Odín y Frigg, se dice, nacieron hijos gemelos tan diferentes en carácter y aspecto
físico como era posible que lo fueran dos niños. Hodur, dios de la oscuridad, era
sombrío, taciturno y ciego, como la oscuridad del pecado, la cual se suponía que
simbolizaba; mientras que su hermano Balder, el bello, era venerado como el dios puro
y radiante de la inocencia y la luz. De su frente blanca y cabellos dorados parecían
irradiar rayos de Sol que alegraban los corazones de dioses y hombres, por los que era
igualmente amado.
El joven Balder alcanzó su mayoría de edad con maravillosa rapidez y fue admitido
muy pronto en la asamblea de los dioses. Fijó su residencia en el palacio de Breidablik,
cuyo techo de plata descansaba sobre pilares de oro y cuya pureza era tal que a nada que
fuese vulgar o impuro se le permitía su presencia dentro de sus recintos, y allí vivía en
perfecta armonía junto a su joven esposa Nanna (flor), la hija de Nip (brote), una bella y
encantadora diosa.
El dios de la luz estaba bien versado en la ciencia de las runas, que estaban escritas en
su lengua; él conocía bien las diversas virtudes de las flores, una de las cuales, la
camomila, era llamada "la frente de Balder", porque era tan inmaculadamente pura
como esa parte de su rostro. La única cosa oculta ante los radiantes ojos de Balder era la
percepción de su propio destino.
El Sueño de Balder.
Ya que era tan natural que Balder el hermoso estuviera sonriente y feliz, los dioses
comenzaron a darse cuenta de un cambio en su comportamiento. La luz se fue
gradualmente de sus ojos azules, una expresión de ansiedad invadió su rostro y sus
pasos se volvieron pesados y lentos. Odín y Frigg, percatándose del evidente
abatimiento de su amado hijo, le rogaron con ternura que les revelara la causa de su
tristeza. Balder fue cediendo finalmente a sus anhelantes ruegos, confesó que sus
sueños, en vez de ser tranquilos y reparadores como antaño, se habían visto
extrañamente alterados por oscuras y opresivas pesadillas, las cuales, aunque no podía
recordarlas cuando se despertaba, le perseguían constantemente con una vaga sensación
de miedo.
Cuando Odín y Frigg oyeron esto, se sintieron muy desasosegados, aunque prometieron
que nada dañaría a su universalmente amado hijo. Sin embargo, cuando los inquietos
padres discutieron posteriormente el asunto, confesaron que también ellos se habían
visto asaltados por extraños presentimientos y, llegando finalmente a creer que la vida
de Balder estaba seriamente amenazada, procedieron a tomar medidas para evitar el
peligro.
Frigg envió a sus sirvientes en todas direcciones, con órdenes estrictas para exigir a
todas las criaturas vivientes, todas las plantas, metales, piedras, de hecho, toda cosa
animada o inanimada, que pronunciaran el solemne juramento de no hacerle daño
alguno a Balder. Toda la creación hizo enseguida su juramento, ya que no existía nada
sobre la tierra que no amara al radiante dios. Los sirvientes regresaron hasta Frigg,
informándole que todos habían jurado debidamente, excepto el muérdago que crecía
sobre el tronco del roble a las puertas del Valhalla, aunque era, añadieron, una cosa tan
inofensiva e insignificante que no había nada que temer.
Frigg reanudó entonces su hilado con gran alegría, ya que estaba segura de que nada
podría perjudicar a su hijo que amaba por encima de todo.
La Profecía de la Vala.
Odín, mientras tanto, había decidido consultar con una de las profetisas o valas muertas.
Montado sobre su corcel de ocho patas Sleipnir, cabalgó a través del palpitante puente
Bifröst y por el accidentado camino que conduce a Gjallar y la entrada de Niflheim,
donde, tras dejar atrás a Helgate y el perro Garm, penetró en la oscura morada de Hel.
Odín vio, para su sorpresa, que un festín se estaba preparando en este oscuro reino y que
los divanes habían sido cubiertos con tapices y anillos de oro, como si se esperara a
algún importante invitado. Pero él siguió corriendo sin descanso, hasta que llegó hasta
el lugar donde la vala había descansado sin ser perturbada durante muchos años, tras lo
que comenzó a entonar un hechizo mágico y a trazar las runas que tenían el poder de
revivir a los muertos.
La tumba se abrió súbitamente y su profetisa se incorporó lentamente, preguntando
quién había osado interrumpir su sueño. Odín, que no deseaba que supiera que él era el
poderoso padre de dioses y hombres, respondió que era Vegtam, hijo de Valtam, y que
la había despertado para informarse sobre el personaje para el que Hel estaba sacando
sus divanes y preparando un banquete festivo. Con voz sepulcral, la profetisa confirmó
todos sus temores contándole que el invitado al que esperaban era Balder, que estaba
destinado a ser muerto por Hodur, su hermano, el dios ciego de la oscuridad.
A pesar de la evidente reticencia de la vala para seguir hablando, Odín no quedó aún
satisfecho y le exigió que le dijera quién vengaría al dios asesinado y daría cuenta de su
asesino. La venganza y la represalia eran consideradas como deberes sagrados por las
razas nórdicas.
Entonces la profetisa le relató como Rossthiof había ya pronosticado que Rinda, la diosa
tierra, tendría un hijo de Odín y que Vali, como se llamaría el niño, no se lavaría el
rostro ni se peinaría los cabellos hasta que hubiese vengado en Hodur la muerte de
Balder.
Una vez hubo dicho esto la reacia vala, Odín preguntó: "¿Quién rehusará llorar la
muerte de Balder?". Esta imprudente pregunta demostró un conocimiento del futuro que
ningún mortal podía poseer, lo cual le reveló inmediatamente a la vala la indentidad de
su visitante. Consiguientemente, rehusando decir una sola palabra más, volvió a
hundirse en el silencio de la tumba, declarando que nadie sería capaz de volver a sacarla
de nuevo hasta que llegara el fin del mundo.
Tras enterarse de los designios de Orlog (destino), que él sabía que no podían ser
anulados, volvió a montar en su caballo y emprendió triste el camino de vuelta a
Asgard, pensando en la hora, no lejana, en al que su amado hijo dejara de ser visto en
las moradas celestiales, y cuando la luz de su presencia se hubiera desvanecido por
siempre.
Al entrar en Gladsheim, sin embargo, Odín se vio algo tranquilizado por las noticias,
rápidamente comunicadas por Frigg, referentes a que todas las cosas bajo el Sol habían
prometido que no dañarían a Balder y, sintiéndose convencido de que si nada iba a
matar a su hijo, seguramente iba a continuar alegrando a los dioses y a los hombres con
su presencia, dejó a un lado las preocupaciones y se entregó a los placeres del festín.
Los Juegos de los Dioses.
El campo
de recreo de los dioses estaba situado en las verdes llanuras de Ida, y tenía el
nombre de Idavold. Allí se trasladaban los dioses cuando estaban de buen humor y su
juego favorito era el de lanzar sus discos de oro, lo cual hacían con gran habilidad.
Habían vuelto a la práctica de este acostumbrado pasatiempo con entusiasmo redoblado
desde que Frigg hubiera dispersado con sus precauciones la nube que había oprimido
sus espíritus. Sin embargo, cansados al final de este juego, pensaron en idear otro.
Habían averiguado que ningún proyectil podía dañar a Balder, por lo que se
entretuvieron lanzándole toda clase de armas, piedras, etc., con la certeza de que no
importaba cuánto se afanaran, pues los objetos, habiendo jurado no dañarle, errarían su
objetivo o caerían cortos de distancia. Esta nueva diversión demostró ser tan fascinante
que pronto todos los dioses se congregaron alrededor de Balder, recibiendo cada nuevo
fallo en acertarle con prolongadas risas.
La Muerte de Balder.
Estos arranques de jolgorio despertaron la curiosidad de Frigg, quien se encontraba
hilvanando sentada en Fensalir, y, viendo a una anciana pasar delante de su morada, le
pidió que se detuviera y que le contara qué estaban haciendo los dioses para provocar
tanto jolgorio. La anciana no era otra que Loki disfrazado, quien respondió que los
dioses estaban lanzando contra Balder piedras y otros proyectiles, embotados y afilados,
mientras que éste permanecía entre ellos sonriente e ileso, retándoles a que le acertaran.
La diosa sonrió y reanudó su labor, diciendo que era bastante natural que nada pudiera
dañar a Balder, ya que todas las cosas amaban la luz, del cual él era su símbolo, y
habían jurado solemnemente no dañarle. Loki, la personificación del fuego, se disgustó
mucho al oír esto, ya que estaba celoso de Balder, el Sol, que le había eclipsado por
completo y era amado por todos, mientras que a él se le temía y se le evitaba todo lo
posible. Pero él ocultó astutamente su irritación y le preguntó a Frigg si estaba segura de
que todos los objetos se habían unido al convenio.
Ella respondió orgullosa que había obtenido el solemne juramento de todas las cosas,
excepto el de un pequeño e inofensivo parásito, el muérdago, que crecía en el roble
cerca de las puertas del Valhalla y era demasiado pequeño e insignificante como para
ser temido. Esta información era todo lo que Loki quería saber y, tras despedirse de
Frigg, se alejó. Sin embargo, tan pronto como estuvo fuera del alcance de su vista,
recuperó su forma habitual y el muérdago que Frigg había mencionado. Entonces, con
sus artes mágicas le confirió al parásito un tamaño y una dureza bastante fuera de lo
común.
Del tallo de madera así obtenido fabricó diestramente una flecha con la que regresó
corriendo hasta Idavold, donde los dioses aún le estaban lanzando proyectiles a Balder,
estando mientras tanto únicamente Hodur apoyado tristemente contra un árbol, sin
participar en el juego. Loki se aproximó a la ligera hasta el dios ciego y, fingiendo
interés, le preguntó a cerca de la causa de su melancolía, insinuando astutamente al
mismo tiempo que eran el orgullo y la indiferencia lo que le prevenían de participar en
el juego. En respuestas a estas afirmaciones, Hodur alegó que sólo su ceguera le
impedía tomar parte en el nuevo juego y cuando Loki puso la flecha de muérdago en su
mano y lo guió hacia el centro del círculo, indicándole la dirección de la insólita diana,
Hodur disparó su flecha enérgicamente. Pero para su consternación, en vez de las
sonoras risas que esperaba, un escalofriante grito de horror atravesó sus oídos, pues
Balder el hermoso había caído al suelo, atravesado por el fatal muérdago.
Con terrible preocupación se reunieron los dioses alrededor de su querido compañero,
pero su vida había sido extinguida y todos sus esfuerzos para revivir al dios Sol caído
fueron inútiles. Desconsolados por su pérdida, se volvieron furiosos hacia Hodur, a
quien hubieran matado allí mismo de no haber sido refrenados por la ley de los dioses,
que impedía que ningún acto deliberado de violencia profanara sus lugares sagrados. El
sonido de sus altos lamentos atrajo con gran rapidez a las diosas hasta el terrible lugar, y
cuando Frigg vio que su hijo estaba muerto, rogó vehementemente a los dioses que
fueran hasta Niflheim para implorarle a Hel que liberara a su víctima, ya que la tierra no
podría existir felizmente sin él.
La Misión de Hermod.
Ya que el camino era extremadamente fatigoso y accidentado, ninguno de los dioses se
ofreció a ir al principio. Pero cuando Frigg prometió que ella y Odín recompensarían al
mensajero amándole por encima de todos los Ases, Hermod mostró su disposición a
ejecutar la misión. A fin de capacitarle para ello, Odín le prestó a Sleipnir, y el noble
caballo, que no solía dejar que nadie lo montara excepto Odín, partió sin demora hacia
la oscura trayectoria que sus cascos ya habían cabalgado en dos ocasiones
anteriormente.
Mientras tanto, Odín ordenó que el cuerpo de Balder fuera trasladado de Breidablik y
envió a los dioses al bosque para que cortaran enormes pinos con los que construir una
pira funeraria digna.
La Pira Funeraria.
Mientras Hermod cabalgaba a través del sombrío camino que conducía al Niflheim, los
dioses cortaron y acarrearon hasta la costa una gran cantidad de leña, la cual
amontonaron sobre la cubierta del buque dragón de Balder, Ringhorn, construyendo una
elaborada pira funeraria. Según la costumbre, ésta era decorada con tapices colgantes,
coronas de flores, copas y armas de todas clases, anillos de oro e incontables objetos de
valor, antes de que el inmaculado cadáver, ricamente ataviado, fuera traído y echado
sobre ella.
Uno tras otro, los dioses se acercaron entonces a ofrecer un último adiós a su amado
compañero y cuando Nanna se encorvó hacia él, su tierno corazón se rompió, cayendo
sin vida a su lado. Tras ver esto, los dioses la situaron respetuosamente al lado de su
esposo, para que pudiera acompañarle incluso en la muerte; tras haber dado muerte a su
caballo y a sus sabuesos, y haber rodeado la pira con espinas, los emblemas del sueño,
Odín, el último de los dioses, se acercó.
Como muestra de afecto por el difunto, y de dolor por su pérdida, todos habían echado
sus más preciadas posesiones sobre la pira y Odín, inclinándose, añadió entonces a las
ofrendas su anillo mágico Draupnir. Los dioses congregados percibieron que estaba
susurrándole algo al oído de su hijo muerto, pero ninguno estaba lo suficientemente
cerca para escuchar lo que había dicho.
Tras haber concluido estos tristes preliminares, los dioses se dispusieron entonces a
botar el barco, pero se encontraron con que la pesada carga de leña y joyas se resistía a
sus esfuerzos combinados, por lo que no pudieron moverlo ni un centímetro. Los
gigantes de las montañas, presenciando la escena desde lejos, y percatándose de su
apuro, se acercaron y dijeron conocer a una giganta de nombre Hyrrokin, que vivía en
Jötunheim y que era lo suficientemente fuerte como para botar la embarcación sin
ninguna otra ayuda. Consecuentemente, los dioses le pidieron a uno de los gigantes de
la tormenta que se acercaran a buscar a Hyrrokin; ella hizo acto de presencia con
rapidez, montada sobre un lobo gigantesco, al cual ella guiaba con una rienda hecha de
serpientes que se retorcían. Dirigiéndose hacia la costa, la giganta desmontó y mostró
arrogantemente su disposición de proporcionar la ayuda requerida, si mientras tanto, los
dioses se hacían cargo de su montura. Odín envió inmediatamente a cuatro de sus más
enloquecidas fieras para que entretuvieran al lobo, pero, a pesar de su excepcional
fuerza, no pudieron refrenar a la monstruosa criatura hasta que la giganta la hubo
arrojado al suelo y atado a conciencia.
Hyrrokin, viendo que ahora serían capaces de manejar a su obstinada montura, se
dirigió hasta donde, en lo alto del borde del agua, se erigía el poderoso barco de Balder,
Ringhorn.
Apoyando su hombro contra su popa, lo envió al agua con un supremo esfuerzo. Tal era
el peso de la carga y la rapidez con la que fue arrojado al mar, que la tierra tembló como
si se tratase de un terremoto, y los troncos sobre los que el barco se deslizó ardieron en
llamas debido a la fricción. El inesperado temblor, casi causó que los dioses perdieran el
equilibrio, lo cual encolerizó tanto a Thor que alzó su martillo y estuvo a punto de matar
a la giganta, si no le hubieran contenido sus compañeros. Fácilmente apaciguado, como
era habitual, pues el temperamento de Thor, aunque fácilmente suscitado, era fugaz,
embarcó en el barco de nuevo para consagrar la pira funeraria con su martillo sagrado.
Mientras realizaba esta ceremonia, el enano Lit irrumpió de un modo irritante en su
camino, después de lo cual, Thor que no había recuperado completamente su
ecuanimidad, le arrojó al fuego que había acabado de encender con una espina, y el
enano ardió hasta quedar reducido a cenizas junto a los cuerpos de la divina pareja.
El impresionante barco se introdujo entonces en el mar y las llamas de la pira ofrecieron
un espectáculo majestuoso que asumía una gloria mayor con cada momento que pasaba,
hasta que, cuando el barco se aproximó al horizonte del Oeste, pareció que el mar y el
cielo ardieran en llamas. Los dioses contemplaron tristes el resplandeciente barco y su
preciosa carga, hasta que se sumergió súbitamente entre las olas y desapareció; no
regresaron a Asgard hasta que la última chispa de luz se hubo desvanecido, y el mundo,
como muestra de pesar por Balder el bondadoso, se envolvió en un manto de oscuridad.
La Búsqueda de Hermod.
Los dioses entraron en Asgard tristes, donde ningún sonido de alegría o festejos
recibieron los oídos, pues todos los corazones estaban llenos de inquietante
preocupación por el fin de todas las cosas, el cual se sentía inminente. Y, ciertamente, la
idea del terrible invierno de Fimbul, el cual sería el heraldo de sus muertes, bastaba para
desasosegar a los dioses.
Sólo Frigg albergó esperanzas y esperó ansiosa el regreso de Hermod el veloz, el cual,
mientras tanto, había atravesado el palpitante puente y el oscuro camino de Hel, hasta
que, a la décima noche, había cruzado las rápidas corrientes del río Gjöll.
Allí fue interrogado por Mödgud, que le preguntó por qué el puente Gjallar temblaba
más bajo el cabalgar de su caballo que cuando pasaba todo un ejército, y le preguntó por
qué él, un jinete vivo, pretendía entrar en los tenebrosos dominios de Hel.
Hermod le explicó a Mödgud la razón de su visita y, tras averiguar que Balder y Nanna
habían pasado por el puente antes que él, se apresuró a seguir su camino hasta que llegó
a las puertas que se erigían imponentes ante él.
Sin desalentarse ante esta barrera, Hermod desmontó sobre el suave hielo y, ajustando
las correas de su silla, volvió a montar y, clavando sus espuelas en los brillantes
costados de Sleipnir, le indujo a que diera un brinco prodigioso, aterrizando ileso al otro
lado de la puerta de Hel.
La Condición por la Liberación de Balder.
En vano le informó Hermod a su hermano que había venido para rescatarlo. Balder negó
triste con la cabeza, diciendo que sabía que debía permanecer en su lúgubre morada
hasta la llegada del Último Día, pero le imploró a Hermod que se llevara con él a
Nanna, pues el hogar de las sombras no era lugar para una criatura tan bella y brillante.
Pero cuando Nanna escuchó esta petición, se aferró más al lado de su esposo, jurando
que nada lograría separarla de él y que permanecería por siempre a su lado, incluso en
Niflheim.
La noche de agotó con la conversación, antes de que Hermod buscara a Hel para
implorarle que liberara a Balder. La hosca diosa escuchó en silencio su petición,
declarando finalmente que permitiría a su víctima marcharse a condición de que todas
las cosas animadas e inanimadas mostraran su pesar por su pérdida derramando
lágrimas.
Esta respuesta estaba llena de esperanzas, pues toda la Naturaleza lamentaba la pérdida
de Balder y seguramente no había nada en toda la creación que fuera a negar el tributo
de una lágrima. Por tanto, Hermod salió feliz del oscuro reino de Hel, llevándose con él
el anillo Draupnir, que Balder le devolvía a su padre, una alfombra bordada de Nanna a
Frigg y un anillo para Fulla.
El Regreso de Hermod.
Los dioses se reunieron en asamblea ansiosamente alrededor de Hermod cuando éste
regresó, y una vez hubo entregado los mensajes y los regalos, los Ases enviaron
heraldos a todas las partes del mundo para pedir a todas las cosas animadas e
inanimadas que lloraran la muerte de Balder.
Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste se dirigieron los heraldos y a su paso caían las
lágrimas de todas las plantas y árboles, por lo que el suelo se vio saturado de humedad y
los metales y piedras, a pesar de sus duros corazones, lloraron también.
De camino de vuelta finalmente hacia Asgard, los mensajeros vieron acurrucada en una
oscura cueva a un giganta de nombre Thok, que algunos mitólogos supusieron que era
Loki disfrazado. Cuando se le pidió que derramara una lágrima, se burló de los heraldos
e, introduciéndose en los oscuros nichos de su cueva, declaró que ninguna lágrima
caería de sus ojos y que a ella poco le importaba que Hel retuviera a su presa por
siempre.
Tan pronto como los mensajeros llegaron a Asgard, los dioses se congregaron a su
alrededor para conocer el resultado de su misión. Pero sus rostros, iluminados con la
alegría de la anticipación, se oscurecieron por la desesperación cuando supieron que una
criatura había rehusado al tributo de las lágrimas, por lo que no podrían tener nunca más
a Balder en Asgard.
Vali el Vengador.
Los decretos del destino aún no habían sido del todo consumados, y el acto final de la
tragedia será brevemente resumido.
Vali el Vengador, como fue llamado, hijo de Odín y de Rinda, entró en Asgard el día de
su nacimiento y aquel mismo día dio muerte a Hodur con una flecha de un haz que al
parecer había acarreado para ese propósito. Así, el asesino de Balder, a pesar de que
había sido un instrumento inconsciente, expió por el crimen con su sangre, según el
código de los verdaderos nórdicos.
El Culto a Balder.
Uno de los más importantes festivales se celebraba en el solsticio de verano, o día de
San Juan, en honor a Balder el bondadoso, ya que era considerado el aniversario de su
muerte y de su descendencia al inframundo. En ese día, el más largo del año, la gente se
congregaba en el exterior, hacía grandes hogueras y contemplaba el Sol, que en las
latitudes nórdicas extremas apenas se oculta bajo el horizonte antes de volver a elevarse
en un nuevo amanecer. Desde el solsticio, los días se iban haciendo gradualmente más
cortos y los rayos del Sol se hacían menos cálidos, hasta el solsticio de invierno, que se
conocía como la "noche Madre", ya que era la noche más larga del año. El solsticio de
verano, una vez celebrado en honor a Balder, se llama ahora día de San Juan, tras haber
suplantado ese santo de la tradición cristiana a Balder
·Loki, el Espíritu del Mal.
Además del gigante Utgardloki, la personificación de la malicia y el mal, a quien Thor y
sus compañeros visitaron en Jötunheim, las antiguas naciones nórdicas tenían otro tipo
de pecado, a quien llamaban también Loki.
Al principio, Loki era solamente la personificación de la hoguera de fuego y del espíritu
de la vida. Inicialmente, un dios se convierte gradualmente en combinación de dios y
demonio, y termina siendo aborrecido por todos como un equivalente exacto del Lucifer
medieval, el príncipe de las mentiras, el originador del engaño y el murmurador de los
Ases.
Algunas autoridades afirman que Loki era hermano de Odín, pero otros aseguran que no
eran familiares, pero que se habían jurado hermandad con sangre, algo común en el
Norte y así lo relata la Edda de Semund:
"¡Odín! ¿Recuerdas
cuando antaño
mezclamos nuestras sangres?
¿Cuándo a beber cerveza
rehusabas constantemente
a menos que nos la hubiesen ofrecido a ambos?"
La Personalidad de Loki.
Mientras que Thor era la encarnación de la actividad nórdica, Loki representaba la
recreación, y la cercana relación establecida anticipadamente entre estos dos dioses
demuestra claramente lo pronto que nuestros antepasados se dieron cuenta de que ambas
son necesarias para el bienestar de la humanidad. Thor siempre está muy atareado y
diligente, mientras que Loki se ríe de todo, hasta que al final su amor por la malicia le
descarría completamente y pierde todo amor por el bien y se vuelve terriblemente
egoísta y malvado.
Él representa el mal en forma seductiva y aparentemente hermosa con la que recorre el
mundo. Los dioses no le evitaron al principio debido a esta apariencia engañosa, sino
que le trataron como a uno de ellos con compañerismo, llevándole con ellos a
dondequiera que fuesen y admitiéndole, no sólo en sus festividades, sino también en su
sala de reuniones, donde, desgraciadamente, escucharon sus consejos demasiado a
menudo.
Loki jugó un papel importante en la creación del hombre, dotándolo con el movimiento
y causando que la sangre circulara libremente por sus venas, por donde era inspirado
con las pasiones. Como personificación del fuego al igual que de la maldad, Loki es
visto frecuentemente con Thor, a quien acompaña hasta Jötunheim para recuperar su
martillo; al castillo de Utgardloki y a la casa de Geirrod. Es él el que roba el collar de
Freya y la cabellera de Sif, y traiciona a Idun al domino de Thiassi, y aunque a veces le
da a los dioses buenos consejos y les proporciona ayuda real, es sólo para librarles de
algún apuro al que temerariamente les hubiera inducido.
Algunas autoridades declaran que, en vez de ser parte de la trilogía creativa (Odín,
Hoenir y Lodur o Loki), este dios pertenecía originalmente a una raza preodínica de
deidades y era el hijo del gran gigante Fornjotnr (Ymir), siendo sus hermanos Kari
(aire) y Hler (agua), y su hermana Ran, la terrible diosa del mar. Otros mitólogos, sin
embargo, dicen que es hijo del gigante Farbauti, el cual ha sido identificado con
Bergelmir, el único superviviente del diluvio, y con Laufeia (isla frondosa) o Nal
(barco), su madre, con lo que concluyeron que su conexión con Odín debía únicamente
ser debida al juramento nórdico del pacto de sangre o buen compañerismo.
Loki (fuego) se casó primero con Glut (brillo), que le dio dos hijas, Eisa (ascuas) y
Einmyria (cenizas); es por tanto muy evidente que los nórdicos le consideraban un
emblema del fuego de chimenea y, cuando la madera en llamas crepita en la chimenea,
las mujeres del Norte aún suelen decir que Loki está golpeando a sus hijos. Además de
esta esposa, se dice que Loki también se desposó con la giganta Angurboda, que vivía
en Jötunheim y que dio a luz a tres monstruos: Hel, la diosa de la muerte; la serpiente de
Midgard, Iörmungandr y el horrible lobo Fenris o Fehnrir.
Sigyn.
El tercer matrimonio de Loki fue con Sigyn, que demostró ser una esposa cariñosa y
devota, y que le dio dos hijos, Narve y Vali, siendo este último un homónimo del dios
que vengó a Balder. Sigyn fue siempre fiel a su esposo y no le abandonó incluso tras
haber sido definitivamente expulsado de Asgard y confinado a las entrañas de la Tierra.
Ya que Loki era la encarnación del mal en las mentes de las razas nórdicas, no podían
sino temerle. Ningún templo fue dedicado en su honor, no se le ofrecían sacrificios y
designaron las más perjudiciales malas hierbas por su nombre. Se suponía que la
estremecedora y sobrecalentada atmósfera del verano iba dirigida a su presencia, ya que
la gente solía comentar que Loki estaba sembrando su avena y cuando el Sol aparecía
para evaporar el agua, decían que Loki estaba bebiendo.
La historia de Loki está tan entrelazada con la de los otros dioses, que la mayoría de las
leyendas que hablan de él ya han sido narradas, y sólo quedan dos episodios de su vida
por contar: uno que muestra su lado bondadoso antes de haber degenerado en el
impostor malvado, y el otro que ilustra cómo indujo finalmente a los dioses a profanar
sus lugares sagrados con el asesinato deliberado.
Skrymsli y el Hijo del Campesino.
Un gigante y un campesino se encontraban disputando un juego juntos un día. Por
supuesto, habían acordado jugar con una apuesta, y el gigante, habiendo sido victorioso,
ganó al único hijo del campesino, al cual dijo que vendría a reclamar por la mañana a
menos que los padres lograran esconderlo tan concienzudamente que no pudiese ser
encontrado.
Sabiendo que tal hazaña sería imposible para ellos de realizar, los padres rogaron
fervorosamente a Odín para que les ayudara y en respuesta a sus súplicas, el dios bajó
hasta la Tierra para transformar al chico en un diminuto grano de trigo, tras lo cual lo
escondió en una espiga en medio de un vasto campo, declarando que el gigante no sería
capaz de encontrarlo. Sin embargo, el gigante Skrymsli poseía una sabiduría mucho
mayor de lo que Odín había imaginado y, no logrando encontrar al niño en la casa, se
dirigió inmediatamente al campo con su guadaña y tras segar el trigo, seleccionó la
espiga en la que el chico se encontraba escondido.
Contando los granos de trigo, estuvo a punto de echar su mano sobre el correcto, cuando
Odín, oyendo el grito de angustia del niño, arrebató la espiga de la mano del gigante y
devolvió el niño a sus padres, diciéndoles que él había hecho todo lo que estaba en su
poder para ayudarles. Pero cuando el gigante juró que le habían engañado y que de
nuevo reclamaría al niño por la mañana, a menos que los padres pudieran ser más
inteligentes que él, los desdichados campesinos rogaron entonces la ayuda a Hoenir. El
dios escuchó indulgentemente y transformó al niño en una pelusa, la cual escondió en el
pecho de un cisne que nadaba en un estanque cercano. Pero cuando Skrymsli llegó unos
momentos más tarde, adivinó lo que había ocurrido y, asiendo al cisne, arrancó su
cuello de un mordisco y se lo hubiera tragado si Hoenir no lo hubiese arrebatado de sus
labios y puesto fuera de su alcance, devolviéndole el niño sano y salvo a sus padres,
pero diciéndoles que ya no podría ayudarles más.
Skrymsli advirtió a los padres que realizaría un tercer intento para obtener al niño, tras
lo cual acudieron en su desesperación a Loki, le cual se llevó al niño hasta el mar,
ocultándolo con forma de un diminuto huevo, entre las huevas de una platija.
Regresando de su expedición, Loki se encontró con el gigante cerca de la costa y,
viendo que se disponía a emprender una excursión de pesca, insistió en acompañarle. Se
sentía un tanto desasosegado por temor a que el gigante hubiera descubierto su
estratagema y pensó que sería aconsejable estar allí en caso de necesidad. Skrymsli puso
el cebo en su anzuelo y tuvo más o menos éxito en su pesca, hasta que súbitamente
capturó la misma platija en la que Loki había ocultado su pequeña carga. Abriendo el
pez sobre su rodilla, el gigantee procedió a examinar minuciosamente las huevas, hasta
que encontró la que estaba buscando.
La situación del niño era ciertamente peligrosa, pero Loki, viendo su oportunidad,
arrebató la hueva de la garra del gigante, volvió a transformarlo en el niño y le indicó
secretamente que corriera hasta su casa, pasando a través del cobertizo en su camino y
cerrando la puerta tras de él. El aterrorizado niño hizo como se le indicó tan pronto
como se vio en tierra y el gigante, observando rápidamente su huida, corrió tras él hasta
el cobertizo. Pero Loki había situado astutamente un afilado clavo de tal manera que la
enorme cabeza del gigante se diera contra él a toda velocidad, cayendo así al suelo con
un gruñido, tras lo que Loki, viéndole indefenso, le cercenó una de sus piernas. Es de
imaginar la consternación del dios cuando vio que las partes se unían y adherían de
nuevo inmediatamente. Pero Loki era un maestro en la astucia y, reconociendo en ello la
obra de la magia, sesgó la otra pierna, arrojando rápidamente sílex y acero entre el
miembro cortado y el tronco, evitando así la acción de la brujería. Los campesinos se
vieron enormemente aliviados al saber que su enemigo estaba muerto, tras lo cual
consideraron a Loki por siempre como el más poderoso de todo el consejo celestial,
pues les había librado definitivamente de su enemigo, mientras que los otros dioses sólo
les habían proporcionado ayuda temporal.
El Gigante Arquitecto.
A pesar del maravilloso puente Bifröst, el trémulo camino y la vigilancia de Heimdall,
los dioses no podían sentirse del todo seguros en Asgard, y a menudo sentían temor de
que los gigantes de hielo lograran introducirse en Asgard. Para eliminar esta
posibilidad, decidieron construir una fortaleza inexpugnable; mientras se encontraban
planeando cómo podía ser realizada, llegó un desconocido arquitecto con una oferta
para llevar a cabo la construcción, a condición de que los dioses le entregaran el Sol, la
Luna y Freya, diosa de la juventud y la belleza, como recompensa. Los dioses se
encolerizaron ante la presuntuosa oferta, pero cuando se alejó el desconocido, Loki les
convenció de que hicieran un trato que le fuera imposible de cumplir al forastero, por lo
que finalmente le dijeron al arquitecto que el premio seria suyo siempre que la fortaleza
estuviera finalizada en el transcurso de un solo invierno y que realizaría el trabajo sin
otra ayuda que la de su caballo Svadilfare.
El desconocido arquitecto accedió a estas aparentemente imposibles condiciones e
inmediatamente se dispuso a trabajar, transportando pesados bloques de piedra de
noche, edificando de día y progresando tan rápidamente que los dioses comenzaron a
sentirse algo inquietos. No había pasado mucho tiempo cuando se dieron cuenta de que
más de la mitad de la obra había sido realizada por el maravilloso corcel Svadilfare y
vieron, cerca del final del invierno, que la construcción estaba concluida excepto un
solo portal, que sabían que el arquitecto podía alzar fácilmente durante la noche.
Aterrorizados de que pudiera tener que separarse, no sólo del Sol y la Luna, sino
también de Freya, la personificación de la juventud y la belleza del mundo, los dioses se
volvieron hacia Loki y amenazaron con matarle a menos que ideara los medios con los
que evitar que el arquitecto concluyera su trabajo en el tiempo establecido.
La astucia de Loki demostró estar una vez más a la altura de las circunstancias. Esperó
hasta el anochecer del último día, cuando, mientras Svadilfare traspasaba el margen de
un bosque, arrastrando fatigosamente uno de los grandes bloques de piedra requeridos
para la conclusión de la obra, salió corriendo de la oscuridad disfrazado de yegua y
relinchó de forma tan incitante que, en un instante, el caballo se liberó de sus arreos y
corrió tras la yegua, seguido furiosamente de cerca por su amo. La yegua siguió
galopando veloz, hábilmente atrayendo al caballo y a su amo más y más hacia las
profundidades del bosque, hasta que la noche casi hubo transcurrido, siendo por tanto
imposible terminar la construcción. El arquitecto no era otro que el temible Hrimthurs
disfrazado y entonces regresó a Asgard terriblemente encolerizado por el fraude del que
había sido objeto. Asumiendo sus proporciones habituales, hubiera aniquilado a los
dioses de no haber regresado Thor súbitamente de un viaje y haberlo matado con su
martillo mágico, el cual arrojó con increíble fuerza contra su rostro.
Los dioses se habían salvado en esta ocasión sólo gracias al fraude y la violenta hazaña
de Thor, lo cual estaba destinado a traer grandes desgracias sobre ellos, y con el tiempo
a asegurar su caída y a precipitar la venida de Ragnarok. Loki, sin embargo, no sintió
remordimiento por su parte, y con el tiempo, se dice, dio a luz extrañamente a un corcel
de ocho patas de nombre Sleipnir, el cual, como ya sabemos, era la montura preferida de
Odín.
Loki realizó tantos actos de maldad durante su trayectoria que se mereció plenamente el
título de "archiimpostor" que le fue dado. Fue por lo general odiado por sus métodos
sutilmente maliciosos y por su incurable hábito de la tergiversación, que le ganaron el
título de "príncipe de las mentiras".
El Último Crimen de Loki.
El último crimen de Loki y el que midió su capacidad para la iniquidad, fue el de
inducir a Hodur para que lanzara el muérdago fatal contra su hermano Balder, a quien
odiaba solamente por su inmaculada pureza. Quizá incluso este crimen hubiera podido
ser tolerado si no hubiese sido por su obstinación cuando, disfrazado de la anciana
Thok, se le pidió que derramara una lágrima por Balder. Este acto convenció a los
dioses de que sólo albergaba mal en su interior, y pronunciaron unánimemente sobre él
la sentencia de destierro perpetuo de Asgard.
El Banquete de Egir.
Para desviar la tristeza de los dioses y hacerles, durante un rato, olvidar la perfidia de
Loki y la pérdida de Balder, Egir, dios del mar, les invitó a que participaran de un
banquete en sus cuevas de coral en el fondo el mar.
Los dioses aceptaron gustosos la invitación y, vestidos con sus más ricas prendas y
luciendo alegres sonrisas, se presentaron en las cuevas de coral a la hora fijada. Nadie se
encontraba ausente excepto el radiante Balder, por quien muchos lanzaron un suspiro
pesaroso, y el malvado Loki, a quien nadie pudo echar de menos. En el transcurso del
festín, sin embargo, este último se apareció entre ellos como una oscura sombra y,
cuando se le ordenó que se marchara, descargó su cólera de maldad en un torrente de
improperios contra ellos.
Entonces, celoso de las alabanzas que Funfeng, el sirviente de Egir, había obtenido por
la destreza con la que había presentado sus respetos a los invitados de su señor, Loki se
volvió hacia él súbitamente y lo mató. Ante este crimen sin sentido, los dioses echaron
encolerizados a Loki una vez más, amenazándole con terribles castigos si volvía a
presentarse ante ellos.
Apenas se habían repuesto los Ases de esta desagradable interrupción en su festín, y
regresado a sus sitios en al mesa, cuando Loki se acercó sigilosamente una vez más,
reanudando sus difamaciones con lengua venenosa y mofándose de las debilidades y los
defectos de los dioses, haciendo hincapié maliciosamente en sus imperfecciones físicas
y ridiculizando sus errores. En vano intentaron los dioses refrenar sus injurias; su voz se
elevó más y más, y se encontraba difamando vilmente a Sif, cuando se calló
repentinamente ante la visión del martillo de Thor, agitado furiosamente por un brazo
cuya fuerza él conocía muy bien, y huyó despavoridamente.
La Persecución de Loki.
Consciente de que ahora no podía albergar esperanzas de ser admitido de nuevo en
Asgard, y que tarde o temprano los dioses, viendo las consecuencias de sus actos de
maldad, lamentarían haberle permitido que recorriera el mundo e intentarían capturarlo
o bien le darían muerte, Loki se retiró a las montañas, donde se construyó una cabaña
con cuatro puertas, que siempre dejaba abiertas para asegurarse la huida en caso de
necesidad. Trazando cuidadosamente un plan, decidió que si los dioses venían en su
búsqueda, él correría hasta unas cataratas cercanas, según la tradición el río Fraananger
y, transformándose en un salmón, evadiría a sus perseguidores. Pensó, sin embargo, que
aunque pudiera fácilmente evitar los anzuelos, le resultaría difícil el escapar si los dioses
fabricaban una red como la de la diosa del mar, Ran.
Acosado por este temor, decidió comprobar la posibilidad de que construyeran una
malla así, y comenzó a fabricar una con hilo. Aún se encontraba atareado con la labor
cuando Odín, Kvasir y Thor aparecieron súbitamente en al distancia. Sabiendo que
habían descubierto su refugio, Loki arrojó su red a medio terminar al fuego y, corriendo
a través de una de sus siempre abiertas puertas, saltó hacia la cascada, donde, con forma
de salmón, se escondió entre unas piedras en el fondo del río.
Los dioses, encontrando la cabaña vacía, estuvieron a punto de marcharse, cuando
Kvasir se percató de los restos de la red quemada en la chimenea. Tras pensar durante
un rato le asaltó la inspiración y aconsejó a los dioses tejer un instrumento similar y
usarlo para buscar a su enemigo en la corriente cercana, ya que era propio de Loki el
elegir un método tal para confundir su persecución. Este consejo pareció apropiado y
fue seguido rápidamente y, cuando la red fue finalizada, los dioses procedieron a
rastrear el río. Loki eludió la red cuando fue lanzada por primera vez escondiéndose en
el fondo del río entre dos piedras y cuando los dioses extendieron la malla e iniciaron un
segundo intento, efectuó su huida saltando corriente arriba. Sin embargo, un tercer
intento de capturarle fue exitoso, ya que, al intentar escapar una vez más con un
repentino salto, Thor lo atrapó en el aire y lo sujetó con tanta fuerza que no pudo
escapar. El salmón, cuya viscosidad es proverbial en el Norte, es célebre por su
extraordinariamente delgada cola y los nórdicos lo atribuyen al poderoso apretón de
Thor sobre su enemigo.
El Castigo de Loki.
Loki volvió entonces hoscamente a su forma habitual y sus apresadores lo arrastraron
hasta una caverna, donde lo ataron usando como cuerdas las entrañas de su hijo Narve,
que había sido despedazado por Vali, su hermano, a quien los dioses habían
transformado en un lobo para tal propósito. Una de estas ataduras fue ceñida bajo los
hombros de Loki y la otra bajo sus ijadas, asegurando por tanto sus manos y sus pies;
pero los dioses, no del todo satisfechos de que las cuerdas, aunque eran duras y
resistentes, pudieran resistir, las transformaron en hierro.
Skadi, la giganta, una personificación de los fríos ríos de montaña, que había observado
con alegría el encadenamiento de su enemigo, ató entonces una serpiente directamente
sobre su cabeza, para que su veneno cayera, gota a gota, sobre su rostro. Pero Sigyn, la
fiel esposa de Loki, corrió a su lado con un vaso y hasta el día de la venida el Ragnarok
permaneció con él, recogiendo las gotas mientras caían, sin dejar nunca su puesto
excepto cuando el recipiente estaba lleno y se veía obligada a vaciarlo. Sólo durante sus
cortas ausencias podían las gotas de veneno caer sobre el rostro de Loki y entonces
provocaban un dolor tan intenso que se retorcía por el tormento, y sus esfuerzos por
liberarse sacudían la tierra y provocaban los terremotos que tanto asustan a los mortales.
En esta dolorosa posición estaba Loki destinado a permanecer hasta el ocaso de los
dioses, cuando sus ataduras se soltarían, tras lo cual tomaría parte en el fatal conflicto en
el campo de batalla de Vigrid, sucumbiendo a manos de Heimdall, que sería muerto al
mismo tiempo.
El Día de Loki.
Cuando los dioses fueron degradados a la categoría de demonios con la introducción del
cristianismo, Loki fue confundido con Saturno, que también había sido desprovisto de
sus atributos divinos y ambos fueron considerados como los prototipos de Satán. El
último día de la semana, que era sagrado para Loki, era conocido en el Norte como
Laugardag, o día de lavado, peor en inglés fue transformado en Saturday (sábado) y se
decía que tal nombre se debía no a Saturno sino a Sataere, el ladrón de la emboscada y
dios teutón de la agricultura, que es supuestamente otra mera personificación de Loki.
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