Erik el Rojo, Pionero de la Colonización.
Hacia el año 900, Gunnbjörn Krajasson, que navegaba hacia Islandia, tropezó con mal
tiempo y su barco derivó en dirección al oeste. Avistó algunas islas. No se detuvo en
ellas, pero al llegar a su destino dio parte del descubrimiento.
Hubo que esperar a 982 para que otro islandés, Erik el Rojo, se decidiese a reconocer
esas islas, a las que se llamaba las islas de Gunnbjörn, si es que alguna vez se hablaba
de ellas. Probablemente, se trataba de islotes rocosos situados a la altura de las costas de
Groenlandia, cerca de Angmagssalik.
Condenado a la pena de destierro a causa de varias muertes, Erik el Rojo tuvo que
abandonar Noruega en 964, en compañía de su padre, Thorwald Asvaldsson. Llegó a
Islandia en un momento en que todas las tierras ya habían sido repartidas. Después de
varios intentos infructuosos por instalarse y de graves querellas con sus vecinos, fue
condenado por el Althing islandés a una pena de tres años de destierro por doble
asesinato. Partiendo de la costa noroeste de Islandia, Erik siguió la costa este de
Groenlandia, que juzgó inhospitalaria. Luego, tras haber doblado el cabo Farewell,
alcanzó una región llena de fiordos, cerca de Julianehab, que le pareció más acogedora.
La exploró y pasó allí el invierno. A la primavera siguiente, subió a lo largo de la costa
oeste y encontró, cerca de Godthab, otro emplazamiento que podía acoger a una colonia.
Dio al primer lugar el nombre de Oesterbygden, la colonia oriental, y al segundo el de
Vesterbygden, la colonia occidental.
Una vez cumplida la condena, puso rumbo a Islandia, con la firme intención de regresar
tan pronto como hubiera reunido los hombres, el ganado y el material indispensable
para un asentamiento definitivo. Siempre se refería al lugar donde iba a establecerse
llamándole Grönland, tierra verde, ya que, decía, la gente se sentiría más tentada a
trasladarse a un país que tuviera un nombre atractivo. Erik el Rojo encontró fácilmente
voluntarios dispuestos a compartir su aventura. Sin duda, la carencia de tierras
disponibles en Islandia para los nuevos colonos facilitó la tarea.
A principios del verano de 986, veinticinco naves cargadas al máximo de capacidad
abandonaron Islandia en dirección a Groenlandia. De quinientas a setecientas personas,
contando a las mujeres y los niños, iban a bordo, además de material y ganado. El viaje
empezó mal. Una tempestad dispersó los barcos de la flota de los emigrantes. Algunos
de ellos se hundieron y otros tuvieron que dar la vuelta. Sólo catorce llegaron a su
destino.
La mayor parte de los colonos se instalaron en la Oesterbygden. Erik el Rojo procedió
al reparto de las tierras y construyó su propia granja en Brattahlid, al fondo de un fiordo
que recibió el nombre de Eriksfjord. Otros fueron a establecerse trescientos kilómetros
más al norte, en la Vesterbygden, el segundo emplazamiento descubierto por Erik
durante su viaje de exploración.
La época en que los vikingos fundaron sus colonias en Islandia y Groenlandia
correspondió a un período de recalentamiento ártico. Las condiciones de vida eran
duras, sobre todo en Groenlandia, pero se mantenían a un nivel soportable para
individuos ya acostumbrados a vivir en países fríos. Las dimensiones de los edificios
descubiertos durante las excavaciones efectuadas a finales del siglo XIX y comienzos
del XX demuestran que los vikingos vivían correctamente en las zonas costeras de
Groenlandia donde se habían establecido.
Se dedicaron a la cría de cerdos, ovejas y poneys, pero vivían sobre todo de la pesca y la
caza. La región era muy abundante en peces y había mucha caza y muy variada: aves,
liebres, focas, morsas, osos polares y ballenas. Lo mismo que en Islandia, había que
importar los artículos de primera necesidad como la madera, el hierro y el grano. A
cambio, los vikingos exportaban aceite, cueros, pieles y sobre todo, marfil. El marfil era
muy preciado en Europa.
Inspirándose en la costumbre escandinava, los colonos groenlandeses, tan celosos de su
independencia como los islandeses, fundaron en Gardar, en la actualidad Igaliko, en la
Oesterbygden, un thing al que acudían cada año los campesinos libres para solucionar
sus problemas. No obstante, los vikingos de Groenlandia permanecieron muy unidos a
los de Islandia, con los que mantenían estrechas relaciones personales y comerciales.
La población aumentó progresivamente, pero nunca alcanzó una cifra comparable a la
de Islandia. En cierto momento superó los tres mil habitantes, repartidos en trescientas
granjas, doscientas en la colonia de Oesterbygden y cien en la de Vesterbygden.
Groenlandia adoptó el cristianismo hacia el año 1000, poco después que Islandia, y la
expansión de la nueva religión justificó la creación de un obispado en 1126.
Una Colonización Fallida.
Demasiado débil para resistir a la presión exterior, Groenlandia perdió la independencia
en 1261 a favor de Noruega, que se comprometió a asegurar con la isla dos intercambios
comerciales al año.
Más tarde, los colonos groenlandeses empezaron a caer poco a poco en el olvido. En
1266, un sacerdote groenlandés llamado Haldor contó en una carta a un compatriota que
vivía en Noruega que, aquel mismo año, varios groenlandeses habían efectuado un viaje
de exploración hacia el norte, viaje que les había conducido más allá del círculo polar
ártico. Su relato permitió determinar que habían alcanzado un punto situado a 75º 46´ de
latitud norte.
En 1357, tres siglos después del final de la era vikinga, los groenlandeses pagaron el
diezmo de san Pedro enviando doscientos cincuenta colmillos de morsa. Después de
1367, no se vuelve a mencionar ningún barco noruego que zarpase con destino a
Groenlandia.
Después de 1410, año en que un islandés volvió a su patria tras una estancia de cuatro
años en Groenlandia, los colonos de este país no volvieron a dar señales de vida.
Probablemente, su desaparición fue debida a la obra combinada del clima, las
enfermedades y los esquimales.
Un corte de mil cuatrocientos metros en la capa glaciar, llevado a cabo en el norte de
Groenlandia, permitió estudiar los cambios climáticos ocurridos durante un período de
cien mil años. El trabajo se completó con estudios sobre la turba efectuados entre 1950
y 1972 en el noroeste de Groenlandia.
Los trabajos del geofísico Dansgaard sobre el corte glaciar, y los realizados sobre la
turba (análisis mediante carbono 14) confirman que el período de recalentamiento de la
zona ártica facilitó sin duda su colonización. Pero a partir del siglo XV, el deterioro de
las condiciones climáticas y la extensión de las zonas recubiertas por los hielos
agravaron unas condiciones de vida ya de por sí bastante rudas.
El testimonio de Ivar Baardson, sacerdote noruego transferido a Groenlandia, confirma
que la situación ya no era la misma a mediados del siglo XIV: la ruta directa que antes
seguían los vikingos para dirigirse de Snaefelness (costa oeste de Islandia) a
Angsmagssalik (Groenlandia) se había vuelto impracticable, a causa del desplazamiento
de los hielos hacia el sur. Una carta a la Santa Sede, fechada en 1492, evoca la pobreza
en que vivía la comunidad groenlandesa, aislada del mundo exterior debido a los hielos
que rodeaban la isla: "Se piensa que ése es el motivo por el que ningún barco ha logrado
abordar allí en el curso de los últimos ochenta años".
Al enfriamiento de la temperatura se añadieron los estragos causados por la enfermedad,
la malnutrición y los enfrentamientos con los esquimales, quienes deseaban asegurarse
nuevos terrenos de caza.
Según los Anales Finlandeses, los esquimales atacaron a los
groenlandeses en 1379, mataron a doce de ellos y se llevaron a dos niños como
prisioneros. En 1792, un tal Hans Egede desembarcó en Groenlandia. Ya no encontró a
ningún descendiente de los vikingos, sino sólo esquimales, quienes contaron que los
colonos escandinavos habían sido atacados por otros blancos y que ellos habían
recogido a mujeres y niños blancos. Más tarde, las relaciones entre los blancos y los
esquimales habían empeorado y los escandinavos se habían embarcado en dirección al
sur... o al oeste.
Los groenlandeses no lograron mantener las colonias creadas por sus antepasados
vikingos, pero la tenacidad de que dieron prueba durante más de quinientos años en esta
isla poco hospitalaria, a pesar de la adversidad y el aislamiento, constituye una
verdadera proeza.
· Vinland.
Alrededor de 986, un mercader islandés llamado Bjarni Herjolfsson, que había pasado el
invierno en Noruega, se dirigió a Islandia para reunirse con su padre. Al desembarcar en
Eyrar, se enteró e que éste había vendido la granja y había abandonado el país con Erik
el Rojo para asentarse en Groenlandia. Bjarni decidió ir en su busca, pero nadie fue
capaz de indicarle la ruta que debía seguir.
Ya en el mar, la única cosa que sabía era que debía navegar hacia el oeste. Al cabo de
tres días, perdió de vista la costa islandesa y el viento, que le había sido favorable hasta
entonces, amainó y empezó a soplar del norte, acompañado de niebla. El barco marchó
a la deriva durante varios días.
Cuando el tiempo mejoró, los vikingos avistaron una costa y Bjarni dijo que, en su
opinión, no podía tratarse de Groenlandia. La tripulación preguntó si tenía la intención
de acostar y él contestó que prefería bordearla. Vio que el terreno era arbolado, con
colinas poco elevadas. Entonces, Bjarni se desvió hacia el norte sin detenerse, ya que su
única preocupación era reunirse con su padre.
Dos días más tarde, vieron tierra de nuevo. Sus hombres le preguntaron si creía que esta
vez era efectivamente Groenlandia. Respondió que no, ya que le habían dicho que en
Groenlandia había enormes glaciares. Se acercaron entonces a la costa, que les pareció
llana y arbolada.
El viento amainó y la tripulación pensó que había llegado el momento de bajar a tierra
para aprovisionarse de madera y agua. Bjarni se opuso, con el pretexto de que no les
faltaba nada y ordenó a sus hombres que izasen la vela, a lo que obedecieron de mala
gana. Un viento del sudoeste sopló durante tres días, al término de los cuales vieron
tierra por tercera vez. Ahora se trataba de un terreno elevado, montañoso, coronado por
un glaciar. De nuevo la tripulación quiso saber si tenía la intención de abordar. "No -
repuso - porque en mi opinión, esta tierra no vale nada".
Siguieron la costa y vieron que
era una isla. A continuación, volvieron a alta mar aprovechando el mismo viento
favorable. Poco después, se levantó una tempestad y Bjarni tuvo que hacer apocar la
vela.
Cuatro días más tarde, vieron tierra por cuarta vez. Bjarni respondió a la tripulación, la
cual le preguntaba si habían llegado por fin a Groenlandia, que por lo menos se
aproximaba más a la descripción que le habían hecho de este país y que era preciso
desembarcar. Al caer la noche, acostaron en una lengua de tierra donde vieron un barco
varado. Y, extraña coincidencia, precisamente era allí donde habitaba Herjolf, el padre
de Bjarni. Éste abandonó sus actividades comerciales, se estableció a su lado y continuó
trabajando la tierra tras la muerte de Herjolf.
Este relato, tomado de la Saga de los Groenlandeses, induce a pensar que los caprichos
de los vientos ya las corrientes hicieron derivar el barco de Bjarni Herjolfsson hacia las
costas del Labrador y que las tierras a las que se acercó en dos ocasiones pertenecían al
continente americano. Sin embargo, la hipótesis es difícil de confirmar, ya que se basa
en una saga, género literario en el que la ficción se mezcla continuamente con la
realidad.
El Vindland de las Sagas.
Bjarni relató su aventura a los colonos groenlandeses y también a Erik Hakonarsson, rey
de Noruega, con ocasión de un viaje a ese país. Allí le reprocharon la falta de curiosidad
de que había dado muestras.
A su regreso a Groenlandia, hacia el año 1000, recibió la visita de Leif Eriksson, uno de
los hijos de Erik el Rojo, que deseaba explorar esas nuevas tierras. Leif le compró el
barco y enroló una tripulación de treinta y cinco hombres, algunos de los cuales ya
habían navegado con Bjarni. Después fue a ver a su padre para pedirle que se pusiera a
la cabeza de la expedición, pero Erik rechazó la propuesta alegando que ya no tenía
edad para ello.
Entonces Leif embarcó, puso rumbo al norte y empezó a seguir la costa de Groenlandia.
Luego descendió hacia el sur, aprovechando la corriente favorable. Dio el nombre de
Helluland (tierra de las rocas planas) a la primera tierra que abordó, que tal vez fuese la
Tierra de Baffin en su parte meridional. Como Bjarni unos años antes, consideró que
carecía de interés. Grandes glaciares recubrían el interior y la zona costera,
profundamente marcada por la erosión glaciar, era estéril.
La segunda tierra a la que llegó, llana y arbolada, con riberas arenosas, hace pensar en el
Labrador. La bautizó con el nombre de Markland (tierra de los bosques).
Dos días más tarde, empujado por un viento del noroeste, Leif avistó tierra por tercera
vez. Hacía buen tiempo cuando los vikingos desembarcaron y la hierba, que crecía en
abundancia, estaba recubierta de rocío. Se la llevaron a los labios, encontrándole un
sabor más dulce que todo lo que habían conocido hasta aquel día.
Un estrecho separaba la isla de un promontorio. Penetraron en él y, mientras rodeaban el
promontorio, su navío embarrancó en un banco de arena a causa de la baja marea.
Estaban tan impacientes por explorar aquella tierra que no esperaron a estar de nuevo a
flote. Se precipitaron hacia ella y llegaron a un lugar donde un río desembocaba en un
lago. Cuando su barco flotó de nuevo, remontaron el río a remo, lanzaron el ancla en
medio del lago y decidieron pasar allí el invierno.
Paradójicamente, estos hombres que en Groenlandia padecían la falta de madera, aquí se
veían rodeados de árboles, con los cuales pudieron construir cabañas y calentarse. Los
salmones pululaban en el lago y el río. Nunca los habían visto tan grandes. Durante el
invierno, comprobaron que no había heladas, que la hierba casi no se secaba y que no
sería necesario hacer provisión de forraje para que el ganado pasase los meses
invernales.
Transcurrido el invierno, decidieron explorar el país. Tuvieron la sorpresa de descubrir
que se hallaban en una tierra bendecida por los dioses, donde la vid silvestre crecía en
abundancia. Dieron a este lugar el nombre de Vinland (tierra de las uvas).
Es fácil imaginar el interés que despertó el relato de Leif a su regreso a Brattahlid, la
granja de Erik el Rojo. Cuando sus allegados supieron que, a unos días de navegación
desde Groenlandia, existía una tierra de clima suave y suelo fértil, también quisieron
dirigirse allí.
En 1004, Thorvald, hermano de Leif, efectuó el segundo viaje a Vinland con una
tripulación de treinta hombres. Encontró el lugar ya visitado por Leif y pasaron allí el
invierno, alimentándose de los peces que pescaban. Thorvald decidió que, mientras los
demás preparaban la nave, un pequeño grupo partiría en la canoa hacia el oeste,
siguiendo la costa, con objeto de explorar la región durante los meses de verano.
El país les gustó, con sus bosques, sus numerosas islas y sus playas arenosas. Cuando el
grupo regresó en otoño, sus componentes contaron que habían encontrado una cabaña
abandonada, prueba de la presencia humana. Invernaron por segunda vez en la isla.
Al verano siguiente, Thorval embarcó para explorar las costas del este y del norte.
Mientras rodeaba un cabo con mar agitada, la quilla de su barco se rompió y tuvieron
que detenerse para una larga reparación. Poco después de volver al mar, llegaron a la
desembocadura de dos fiordos. Subieron al promontorio arbolado que los separaba,
encontraron el lugar magnífico y Thorvald dijo a sus compañeros que era allí donde le
gustaría construir su casa.
Cuando volvían al barco, vieron tres bultos sobre la playa. Al acercarse comprobaron
que se trataba de tres canoas cubiertas de piel, bajo las cuales se ocultaban nueve
hombres. Les atacaron y mataron a ocho, pero el noveno logró escapar y dar la alerta.
Los vikingos subieron de nuevo al promontorio y, observando con más atención,
descubrieron río arriba del fiordo otros muchos bultos. A la noche siguiente, los
extraños atacaron violentamente el barco.
Después de que los vikingos les rechazaron,
Thorvald preguntó a sus hombres si había entre ellos algún herido. Todos estaban sanos.
Thorvald les dijo: "Tengo un herida en la axila. Un flecha voló entre la borda y mi
escudo y se detuvo bajo mi brazo. He aquí la flecha que me llevará a la muerte. Os
aconsejo que regreséis a las Casas de Leif tan pronto como podáis. Pero antes quiero
que carguéis con mi cuerpo hasta el promontorio donde tanto me hubiera gustado vivir
[...] Enterradme allí, hincad cruces sobre mi cabeza y a mis pies..." (Saga de los
Groenlandeses).
Sus hombres cumplieron su voluntad y se embarcaron para ir a pasar un tercer invierno
en las Casas de Leif. A la primavera siguiente, cargaron el navío de madera y de uvas y
regresaron a Groenlandia. Contaron a Leif todo lo que había ocurrido, sin olvidar el
encuentro con los "skraelingar" (los indígenas con quienes se enfrentaron los vikingos
en Vinland eran indios; los de Groenlandia, esquimales. El sentido de la palabra
skraelingar, empleada en las sagas para desginar tanto a unos como a otros, es oscuro,
pues cuenta con una connotación despectiva, como los canallas o los miserables).
En 1007, Thorstein, el tercer hijo de Erik el Rojo, zarpó hacia Vinland con Gudrid, su
mujer, y una tripulación de veinticinco hombres. Se proponía recoger el cadáver de su
hermano, pero no pudo hacerlo debido a los vientos y las corrientes, que empujaron su
barco hacia las costas groenlandesas.
Hacia 1020, Thorfinn Karlsefni, rico mercader y armador islandés, visitó Groenlandia,
durante el invierno en que Erik el Rojo le ofreció su hospitalidad en la granja de
Brattahlid, se habó mucho de Vinland, donde había excelentes tierras. Karlsefni decidió
organizar una expedición para establecer una colonia permanente en la nueva tierra.
Otros dos islandeses, Bjarni Grimolfsson y Thorhall Gramlason, aceptaron unirse a la
expedición con su barco. Un groenlandés, viejo amigo de Erik el Rojo, al que se
conocía con el nombre de Thorhall el Cazador y que disponía también de una
embarcación, les imitó. Se decidió que las ganancias de la expedición se distribuirían a
partes iguales entre los participantes. Karlsefni embarcó sesenta hombres, cinco
mujeres, ganado y material. Los tres navíos que formaban la expedición partieron con
ciento sesenta vikingos, en su mayoría groenlandeses.
El primer invierno lo pasaron en una isla situada en la desembocadura de un fiordo.
Como había mucha corriente en el lugar, la denominaron la isla Straumsoy, y el fiordo
recibió el nombre de Straumsfjord. Cuando llegaron, las aves marinas eran tan
numerosas que era difícil andar sin aplastar sus huevos. Durante el invierno, que fue
muy riguroso, Karlsefni hizo abatir árboles y cortar los troncos para reducirlos a las
dimensiones requeridas para cargarlos en las naves. Pudieron alimentar al ganado, pero
les costó trabajo asegurar su propia subsistencia.
Un día, vino a varar en la orilla una ballena perteneciente a una especie desconocida de
todos, incluso de Karlsefni, pese a ser éste un experto en la materia. El autor de la Saga
de Erik el Rojo pretende que la carne del cetáceo les puso a todos enfermos.
Con el retorno de la primavera, volvieron a abundar los alimentos gracias a los huevos
de las aves, la caza y la pesca.
Entonces se produjo un desacuerdo entre los socios de la expedición. Thorhall el
Cazador quería explorar el país en dirección norte, mientras que Karlsefni prefería
continuar hacia el sur, siguiendo la costa. Como no lograban ponerse de acuerdo,
Thorhall regresó a Groenlandia con su barco y nueve de los vikingos que se habían
puesto de su parte. Se embarcaron, pero una tempestad con vientos del oeste, les hizo
derivar en dirección a Irlanda, donde murió Thorhall.
Los que se quedaron en Vinland con Karlsefni navegaron en dirección al sur de la isla y
llegaron a una bahía, que bautizaron con el nombre de Hop. Abundaban los peces y la
tierra ofrecía buenos pastos, además de una variedad de trigo silvestre. La vid crecía en
las colinas de alrededor. Decidieron establecerse y pasar allí el segundo invierno, que
fue templado y sin nieve, lo que les permitió dejar el ganado en el exterior.
Un día, numerosas canoas llenas de skraelingar que venían del sur, rodearon el
promontorio y penetraron en el estuario.
Eran hombres de baja estatura, de aspecto
inquietante y tez oscura, pelo espeso, ojos grandes y pómulos anchos. Cuando
empezaron a agitar los remos, los vikingos pensaron que era un signo de paz y se
adelantaron hacia ellos, blandiendo un escudo blanco.
Los skraelingar venían para comerciar y traían con ellos dos bultos conteniendo pieles y
cueros, que querían cambiar por tejido rojo, espadas y lanzas.
Karlsefni se opuso al intercambio de armas y tuvo la idea de enviar a las mujeres a
buscar leche. Cuando los skraelingar la probaron, les gustó tanto que olvidaron las
armas y cambiaron el contenido de sus bultos por la leche que les ofrecían. También el
tejido rojo de los vikingos tuvo mucho éxito. Para empezar, se estipuló el cambio de una
cuarta de tejido por cada piel. A medida que las existencias se agotaban, la dimensión
del tejido fue disminuyendo, hasta quedar reducida a un dedo.
Un incidente vino a interrumpir el trueque. Un toro perteneciente a los vikingos, salió
del bosque bramando furiosamente y sembrando el terror entre los skraelingar, que
empaquetaron a toda prisa sus mercancías, se precipitaron hacia sus embarcaciones y
emprendieron la huida.
Los skraelingar volvieron en mayor número a principios del invierno siguiente, pero su
comportamiento varió al ver que los vikingos no tenían gran cosa para intercambiar.
Uno de los hombres de Karlsefni mató a uno de ellos, que intentaba robarles armas. Los
demás huyeron. En espera de una nueva visita, los vikingos se prepararon para el
combate y, en el enfrentamiento que siguió, hubo víctimas por ambas partes.
Demasiado pocos en número para hacer frente a una población local que se había vuelto
amenazadora, los vikingos, realistas y prudentes como de costumbre, decidieron
abandonar la colonia que habían fundado en Hop. Volvieron a Straumfjord, donde
pasaron el tercer invierno. Al llegar la primavera, emprendieron el regreso a
Groenlandia.
En el camino, se detuvieron en Markland, donde cayeron por sorpresa sobre un
skaelingar acompañado por dos mujeres. Les pusieron en fuga y capturaron a dos niños,
que se llevaron consigo.
El barco de Bjarni Grimolfsson, cuyo casco estaba dañado a causa de las tarazas
(moluscos que viven en aguas salobres y se alimentan de las maderas sumergidas, en el
interior de las cuales excavan galerías), empezó a hacer agua y hubo que abandonarlo.
Como la canoa sólo tenía capacidad para la mitad de la tripulación, se decidió echar a
suertes quiénes iban a ocuparla. Bjarni, que resultó entre los afortunados, cedió su lugar
a un joven islandés que no había resultado agraciado en el sorteo. Los ocupantes de la
canoa lograron llegar a tierra, pero nunca más se tuvo noticias de Bjarni y del resto de
su tripulación.
De los tres barcos que participaron en la expedición, el único que consiguió volver a
Groenlandia fue el de Thorfinn Karlsefni. Los supervivientes de Vinland pasaron el
invierno con Erik el Rojo. Enseñaron la lengua de los vikingos a los dos niños
skraelingar, que fueron bautizados.
Las desdichas de la expedición de Karlsefni no bastaron para desalentar a los vikingos,
que continuaban soñando con Vinland, donde pensaban encontrar la riqueza y la fama.
Freydis, hija ilegítima de Erik el Rojo, propuso a dos hermanos islandeses, Helgi y
Finnbogi, organizar conjuntamente una nueva expedición. Cada uno de los socios
aportaría su nave.
Como en la expedición precedente, el acuerdo se concluyó sobre la
base de un reparto por igual de las ganancias y se convino que, además de las mujeres,
cada uno proporcionaría una tripulación de treinta hombres vigorosos. Freydis hizo
trampa desde el principio, embarcando a espaldas de sus socios cinco hombres más de
lo previsto.
Se decidió que los dos barcos navegarían juntos en la medida de lo posible, pero el de
los hermanos islandeses fue el primero en acostar Vinland, en el punto en que Leif había
construido sus casas durante la primera expedición. A su llegada, Freydis discutió con
los hermanos y afirmó que aquellas casas pertenecían a su hermano Leif y que ellos no
tenían derecho a ocuparlas. Les obligó a desalojar el lugar y construir su propia casa a
orillas de un lago, en el interior del país.
Por su culpa, las rencillas se transformaron en odio y luego en lucha abierta, hasta el día
en que ordenó matar a Helgi y Finnbogi y a todos los hombres de su tripulación,
mientras ella se encargaba de matar a hachazos a sus cinco mujeres.
Al empezar la primavera, cargó en el barco que había pertenecido a los islandeses todos
los productos pudo encontrar y se embarcó en dirección a Groenlandia, donde llegó a
principios de verano después de una travesía sin problemas.
Vinland no existió únicamente en la imaginación de los autores de las sagas. En la
segunda mitad del siglo XI, los daneses estaban al corriente de su existencia. Adam de
Bremen cuenta que el rey de Dinamarca, Sven (1074-1075), sobrino de Knut el Grande,
le contó que sabía por navegantes daneses dignos de crédito, que se había descubierto
una nueva isla en el Atlántico Norte y que se le había dado el nombre de Vinland
porque en ella crecía la vid silvestre, que producía uvas de excelente calidad. También
abundaban los cereales, que se daban espontáneamente, y toda clase de frutos silvestres.
Según los Anales Islandeses, en el año 1121 el obispo Erik zarpó de Groenlandia para
efectuar una visita pastoral a Vinland. Después de esta fecha, no se vuelve a hacer
mención de las misteriosas tierras.
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