El Heroe

Este humilde Culto escandinavo a los Héroes, la manera nórdica de considerar el Universo ajustándose a él, tiene indestructible mérito para nosotros. Es manera ruda e infantil de reconacer la divinidad de la Naturaleza, la del Hombre; muy tosca, pero cordial, robusta, gigantesca, que evidencia la inmensurable altura a que llegaría este niño cuando fuese hombre; era verdad, no siéndolo ahora. Puede considerarse la semimuda voz de las desaparecidas generaciones de nuestros Predecesores que nos grita desde las profundidades de los tiempos, en cuyas venas corre aún su sangre: Esto es lo que hicimos del mundo, la imagen y noción que nos formamos de este gran misterio, de una Vida y del Universo. No lo despreciéis. Estáis por encima de ello, en el extenso campo de vuestra visión, mas no habéis llegado todavía a la cumbre. La noción que tenéis, aunque más amplia, es parcial e imperfecta, por ser cosa que el hombre no comprenderá jamás, ni en el tiempo ni fuera de él: pasarán miles de años, se intensificará, mas el hombre continuará luchando por comprender parte de ella, porque lo supera, porque no puede comprenderla, pues es infinita



Thomas Carlyle

Gigantes, Enanos y Elfos.

Los nórdicos pensaban que los gigantes fueron las primeras criaturas que vinieron a la vida entre los icebergs que llenaban los extensos abismos de Ginnungagap. Estos gigantes fueron desde sus mismos comienzos los oponentes y rivales de los dioses y como estos últimos eran las personificaciones de todo lo que es bueno y hermoso, los gigantes representaban todo lo que era feo y maligno. Cuando Ymir, el primer gigante, cayó sin vida sobre el hielo, muerto por los dioses, su descendencia se ahogó en su sangre. Sólo una pareja, Bergelmir y su esposa, efectuaron su huida hasta Jötunheim, donde establecieron su residencia y se convirtieron en los padres de toda la estirpe de los gigantes. En el Norte se conocía a los gigantes por varios nombres, teniendo en cuenta que cada uno tenía un significado en particular que los describía. Por ejemplo, Jötun significaba "gran devorador", pues los gigantes eran célebres por sus desmesurados apetitos al igual que por su tamaño poco común. Eran aficionados a la bebida y también a la comida, por lo que también se les llamaba Thurses, una palabra que algunos escritores afirman que tiene el mismo significado que "sed". Sin embargo, otros piensan que debían este nombre a las altas torres (turseis) que construyeron supuestamente ellos. Ya que los gigantes eran antagónicos a los dioses, estos últimos siempre se esforzaban en obligarles a permanecer en Jötunheim, que estaba situado en las frías regiones del Polo. Los gigantes eran por lo general derrotados sin excepción en sus encuentros con los dioses, ya que eran pesados y cortos de inteligencia y sólo poseían armas de piedra contra las de los Ases. A pesar de esta desigualdad, a veces eran muy envidiados por los dioses, ya que eran muy versados en todo conocimiento referente al pasado. Incluso Odín sentía envidia de este atributo y tan pronto como lo obtuvo el trago del manantial de Mimir, corrió hasta Jötunheim para medirse contra Vafthrudnir, el más docto de toda la progenie de los gigantes. Sin embargo, nunca hubiese logrado vencer a su rival en este extraño encuentro, si no hubiese dejado de preguntar acerca del pasado y hubiese formulado una pregunta relacionada con el futuro. De todos los dioses, Thor era el más temido por los Jötuns, ya que él estaba continuamente en guerra contra los gigantes de hielo y de montaña, que de buena gana hubieran atado para siempre con sus rígidas tiras, evitando así que los hombres cultivaran el suelo. En su lucha contra ellos, Thor, como sabemos, recurría generalmente a su terrible martillo Mjöllnir, con el cual les golpeaba en la cabeza y les causaba la muerte. El Origen de las Montañas. Según las leyendas germanas, la desigual superficie de la Tierra se debió a los gigantes, que desfiguraron su uniformidad pisándola cuando aún estaba blanda y recién creada, mientras que los ríos se formaron a partir de las copiosas lágrimas derramadas por las gigantas cuando vieron los valles creados por las enormes huellas de sus esposos. Ya que tal era la creencia teutónica, la gente imaginaba que los gigantes, que para ellos personificaban las montañas, eran enormes y groseras criaturas que sólo podían moverse de un lugar a otro en la oscuridad o en la niebla, y que quedaban petrificados tan pronto como los primeros rayos del Sol atravesaban la oscuridad o nubes dispersas. Esta creencia les llevó a bautizar a una de sus cordilleras principales como Riesengebirge (montañas gigantes). Los escandinavos también compartían esta creencia, e incluso hoy día los islandeses designan sus picos más altos con el nombre de Jokul, una modificación de la palabra Jötun.
 
En Suiza, donde las nieves permanentes reposan sobre las elevadas cimas de las montañas, la gente aún relata viejas historias de los días en los que los gigantes vagaban libremente por el mundo y cuando una avalancha se desprende por la ladera de una montaña, afirman que los gigantes se han sacudido turbulentamente de encima parte de la carga helada de sus frentes y hombros. Los Primeros Dioses. Ya que los gigantes eran también las personificaciones de la nieve, el hielo, el frío, la piedra y el fuego subterráneo, se decía que descendían del primitivo Fornjotnr, a quien algunas autoridades identifican con Ymir. Según esta versión del mito, Fornjotnr tuvo tres hijos: Hler, el mar; Kari, el aire y Loki, el fuego. Estas tres divinidades, los primeros dioses, formaban la más antigua trinidad, y sus respectivos descendientes fueron los gigantes del mar Mimir, Gymir y Grendel, los gigantes de la tormenta Thiassi, Thrym y Beli y los gigantes del fuego y la muerte, tales como el lobo Fenris y Hel. Ya que todas las dinastías reales proclamaban descendencia de algún ser mítico, los merovingios afirmaron que su primer progenitor fue un gigante del mar, que emergió de las olas con la forma de un buey y sorprendió a la reina mientras paseaba sola por la costa, obligándola a convertirse en su esposa. Ella dio luz a un hijo de nombre Meroveus, el fundador de la primera dinastía de reyes francos. Muchas historias han sido narradas ya acerca de los gigantes más importantes. Vuelven a reaparecer en muchos de los mitos y cuentos de hadas posteriores y, manifiestan, tras la introducción de la cristiandad, una peculiar aversión al sonido de las campanas de las iglesias y al canto de los monjes y monjas.
 
El Juguete de la Giganta.
Los gigantes habitaban en toda la Tierra antes de que esta fuera entregada a los hombres por los dioses y sólo con disgusto la cedieron, retirándose a las partes desechadas y desoladas del planeta, donde vivieron con los suyos en un riguroso aislamiento. Tal era la ignorancia de su descendencia, que una joven giganta, extraviada de su casa, llegó en una ocasión hasta un valle habitado, donde por primera vez en su vida vio a un granjero arando en las colinas. Juzgándole un bonito juguete, lo cogió junto a su tiro e, introduciéndolos en su mandil, se los llevó jubilosa para enseñárselos a su padre. Pero el gigante le ordenó que llevara inmediatamente al campesino y a sus caballos de vuelta al sitio donde los había encontrado y, una vez hubo hecho esto, él le explicó tristemente, que las criaturas a las que ella había confundido con simples juguetes terminarían quitándose de encima al pueblo de los gigantes y se convertirían en los señores de la Tierra. Los Enanos, Pequeños Hombres. Los enanos y elfos oscuros habían sido engendrados como gusanos en la carne del gigante muerto, Ymir.
 
 Los dioses, percatándose de estas pequeñas e informes criaturas arrastrándose fuera y dentro, las dotaron de forma y rasgos y fueron conocidas como elfos oscuros. Las pequeñas criaturas eran tan sencillas, con su piel oscura, ojos verdes, grandes cabezas, piernas cortas y pies de cuervo, que se les ordenó que se escondieran bajo tierra, con instrucciones de no volver nunca a aparecer durante el día a menos que quisieran verse transformados en piedra. Aunque menos poderosos que los dioses, eran mucho más inteligentes que los hombres, ya que su conocimiento era ilimitado y se prolongaba incluso al futuro, por lo que los dioses y hombres anhelaban por igual hacerles preguntas. Los enanos también eran conocidos como trolls, kobolds, brownies, goblins, pucks o gente de Huldra, dependiendo del país donde vivieran, aunque no quiere decir esto que todos fueran lo mismo. Eran especies distintas, de aspectos y caracteres diferentes. El Tarnkappe. Estos pequeños seres podían moverse con maravillosa celeridad de un sitio a otro y les gustaba ocultarse detrás de las rocas, desde donde repetirían maliciosamente las últimas palabras de las conversaciones que escuchaban. Debido a este bien conocido ardid, los ecos se conocían como charla de enanos y la gente creía que la razón por la que los artífices de estos ruidos nunca eran vistos se debía a que cada enano era el orgulloso propietario de un pequeño sombrero rojo que hacía invisible al que lo llevaba puesto. Este sombrero se conocía como tarnkappe, y sin él los enanos no osaban aparecer en la superficie de la Tierra tras la salida del Sol por miedo a ser petrificados. Cuando lo llevaban puesto, estaban libres de este gran peligro.
 
La Magia de los Enanos. Los enanos, al igual que los elfos, fueron gobernados por un rey que, en varios países del Norte de Europa, era conocido como Andvari, Alberich, Elbegast, Gondemar, Laurin u Oberón. Él vivía en un magnífico palacio subterráneo, adornado con las gemas que sus súbditos habían extraído del seno de la tierra y, además de incontables riquezas y el tarnkappe, poseía un anillo mágico, una espada invencible y un cinto de fuerza. Los pequeños hombres, que eran herreros muy hábiles, fabricaban a sus órdenes maravillosas joyas o armas, las cuales eran entregadas por su rey a sus mortales favoritos. Ya sabemos que los enanos fabricaron la cabellera dorada de Sif, el barco Skidbladnir, la punta de lanza de Odín, Gunngnir, el anillo Draupnir, el jabalí de las cerdas de oro Gullinbursti, el martillo Mjölnir y el collar de oro de Freya, Brisingamen. Se dice que también forjaron el cinto mágico que Spenser describe en su poema "Faerie Queen", un cinto del cual se decía que tenía el poder de revelar si su portador era virtuoso o un hipócrita.
Los enanos también crearon la mítica espada Tyrfing, que podía atravesar el hierro y la roca, que se la dieron a Angantyr. Esta espada, como la de Frey, luchaba con voluntad propia y no podía ser envainada, tras ser extraída de su funda, hasta que se hubiese manchado de sangre su hoja. Angantyr estaba tan orgulloso de su arma que hizo que la enterraran con él. Pero su hija Hervor visitó su tumba a media noche, recitó hechizos mágicos y le obligó a salir de su sepultura para que le entregara la preciosa espada. Ella la empuñó con valentía y con el tiempo se convirtió en propiedad de otro de los héroes nórdicos. Otra célebre arma, que de acuerdo con la tradición fue forjada por los enanos en la tierra del Este, era la espada Angurvadel, que Frithiof recibió como parte de la herencia de sus padres. Su empuñadura era de oro bruñido y la hoja estaba grabada con runas que eran inactivas hasta que era usada en guerra, entonces se ponían tan rojas como la cresta de un gallo de pelea.
Los Elfos. Además de los enanos, existía otra numerosa estirpe de pequeñas criaturas llamadas los Liosalfar, elfos blancos, que habitaban en el reino del aire entre el cielo y la tierra, que era indulgentemente gobernado por el afable dios Frey desde su palacion en Alfheim. Eran seres hermosos y benéficos, tan puros e inocentes que, según algunas autoridades, su nombre se derivaba de la misma raíz de la palabra latina "blanco" (albus), la cual, en una versión modificada, fue dada a los Alpes y a Albion (Inglaterra), debido a sus blancos acantilados de tiza que podían ser vistos desde lejos. Los elfos eran tan pequeños que podían moverse rápidamente sin ser vistos mientras cuidaban de las flores, los pájaros y las mariposas y, como tenían una gran pasión por la danza, a menudo descendían a la Tierra sobre un rayo de Luna, para bailar en la hierba. Agarrados todos de las manos, danzaban en círculos, formando de esta manera los "anillos mágicos", que se discernían debido al tono más verde y a la exuberancia de la hierba que sus pequeños pies habían pisado. Si cualquier mortal se situaba en medio de estos anillos mágicos podía, según la creencia popular en Inglaterra, ver a los duendes y ganarse su favor. Sin embargo, los escandinavos y los teutones afirmaban que el infeliz debía morir.
 
La Danza de los Elfos.
Estos elfos, que en Inglaterra eran llamados hados, eran músicos entusiastas y se deleitaban especialmente con cierta tonada conocida como la danza de los elfos, la cual era tan irresistible que nadie que la oyera podía evitar ponerse a bailar. Si un mortal, acertando a oír esta música, se aventuraba a reproducirla, se encontraba súbitamente incapaz de parar y era forzado a seguir tocando y bailando hasta que moría de fatiga, a menos que fuera lo suficientemente hábil como para tocar la melodía al revés o alguien cortara compasivamente las cuerdas de su violín. Sus oyentes, que se veían obligados a bailar mientras la música perdurarse, podían parar sólo cuando ésta cesara. Oberón y Titania. En tiempos posteriores, se dijo que los elfos estaban gobernados por el rey de los enanos, el cual, al ser un espíritu del inframundo, fue considerado como un demonio y se le permitió que conservara los poderes mágicos que los misioneros le habían arrebatado al dios Frey.
En Inglaterra y Francia, el rey de los duendes era conocido con el nombre de Oberón. Él gobernaba la tierra de las hadas junto a su reina Titania y las más importantes festividades de la Tierra se celebraban en el solsticio de verano. Era entonces cuando los duendes se congregaban a su alrededor y bailaban con más alegría. Estos elfos, al igual que los brownies, los Huldrafolks, los kobolds, etc, supuestamente visitaban las moradas humanas y se decía que sentían un malicioso placer enmarañando las crines y las colas de los caballos. Estos enredos eran conocidos como nudos de elfo y siempre que un granjero los divisaba, declaraba que sus caballos habían sido cabalgados por los elfos durante la noche. Alfblot. En Escandinavia y Alemania se ofrecían sacrificios a los elfos para que les fueran propicios. Estos sacrificios consistían en algún pequeño animal, o en un cuenco de miel y leche, que se conocía como Alfblot. Eran bastante comunes hasta que los misioneros enseñaron a la gente que los elfos eran simples demonios, tras lo cual, pasaron a ser ofrecidos a los ángeles, a los cuales se acudió durante mucho tiempo para que favorecieran a los mortales y se les propició con las mismas ofrendas. Se suponía que muchos de los elfos vivían y morían con los árboles y plantas que ellos cuidaban, pero estas doncellas del musgo, el bosque o los árboles, aunque increíblemente hermosas cuando eran contempladas por delante, estaban tan ahuecadas como un hoyo cuando eran vistas desde atrás. Ellas aparecen en muchos de los relatos populares, pero casi siempre como espíritus benevolentes y serviciales, ya que siempre estaban dispuestas a hacer el bien por los mortales y a cultivar relaciones amistosas con ellos.
 
·Las Nornas, Señoras del Destino.
Las diosas nórdicas del Destino, a las que se conocía como Nornas, no eran de ninguna manera dependientes de los dioses, quienes no podían ni cuestionar ni influir en sus decretos bajo ningún concepto. Eran tres hermanas, probablemente descendientes del gigante Norvi, de quien emergió Nott (noche). Tan pronto como concluyó la Edad de Oro, y el pecado comenzó a recorrer incluso las moradas celestiales de Asgard, las Nornas hicieron su aparición bajo el gran fresno Yggdrasil y establecieron su residencia cerca del manantial Urdar. Según algunos mitólogos, su misión era la de advertir a los dioses de males futuros, pedirles que hicieran buen uso del presente y enseñarles sanas lecciones del pasado. Estas tres hermanas, cuyos nombres eran Urd, Verdandi y Skuld, eran las personificaciones del pasado, el presente y el futuro respectivamente. Su labor principal era la de tejer el telar del Destino, regar diariamente el árbol sagrado con agua del manantial Urdar y poner tierra fresca alrededor de sus raíces, para que permaneciera fresco y verde por siempre. Otros mitólogos, afirmaron posteriormente que las Nornas velaban por las manzanas de oro que colgaban de las ramas del árbol de la vida, la experiencia y el conocimiento, permitiéndole sólo a Idun que recogiera la fruta, que era con la que los dioses renovaban su juventud. Las Nornas también alimentaban y cuidaban de los dos cisnes que vivían en las cristalinas aguas del manantial Urdar y de este par se supone que descienden todos los cisnes de la Tierra. Se dice que a veces las Nornas se vestían con plumas de cisne para visitar la Tierra, o surcaban como sirenas por las costas de diversos lagos y ríos, apareciendo ante los mortales, de cuando en cuando, para pronosticar el futuro o darles sabios consejos.
 
El Telar de las Nornas.
Las Nornas tejían a veces telares tan extensos que mientras una de las tejedoras se encontraba en la cima de una montaña en el extremo occidental, otra se encontraba en el extremo oriental. Las hebras de su trama parecían cuerdas y eran de diversos colores, según la naturaleza de los acontecimientos que iban a ocurrir, y una hebra negra, extendiéndose de Norte a Sur, era considerada invariablemente como un presagio de muerte. Mientras las hermanas viajaban de acá para allá, entonaban una canción solemne. Aparentemente no tejían según su propio deseo, sino ciegamente, como si ejecutaran de mala gana los deseos de Orlog, la ley eterna del universo, una antigua y poderosa fuerza, que al parecer no tenía ni principio ni fin. Dos de las Nornas, Urd y Verdandi, eran consideradas como entidades muy benéficas, pero la tercera, se dice, deshacía inexorablemente su trabajo y, a menudo, cuando estaba casi concluido, lo reducía furiosamente a jirones, esparciendo los restos al viento. Como personificaciones del tiempo, las Nornas eran representadas como hermanas de diferentes edades y características. Urd (Wurd, rara) tenía un aspecto muy viejo y decrépito, continuamente mirando hacia atrás, como si estuviera absorta contemplando sucesos y gentes pasados. Verdandi, la segunda hermana, era joven, atractiva y audaz, mirando al frente, mientras que Skuld, la del futuro, era representada generalmente con un espeso velo y la cabeza girada en la dirección opuesta a la que Urd estaba mirando y sosteniendo un libro o pergamino que aún no había sido abierto o desenrollado. Los dioses visitaban diariamente a las Nornas, con las que les encantab encantaba consultar, e incluso el mismo Odín bajaba frecuentemente hasta el manantial Urdar para solicitar su ayuda, ya que ellas respondían por lo general a sus preguntas, manteniendo silencio sólo acerca de su propio destino y el de los demás dioses.
La Historia de Nornagesta.
Las tres hermanas visitaron Dinamarca en una ocasión y entraron en la morada de un noble cuando su primer hijo vino al mundo. Introduciéndose en la habitación en la que se encontraba la madre, la primera Norna prometió que el niño sería bien parecido y valiente y la segunda que sería próspero y un gran escaldo, predicciones que llenaron de alegría los corazones de los padres. Mientras tanto, las noticias de lo que estaba sucediendo se habían expandido y los vecinos entraron en la habitación en tales cantidades que la tercera Norna fue empujada groseramente fuera de su asiento. Furiosa ante esta afrenta, Skuld se alzó altanera y declaró que los dones concedidos por sus hermanas serían inútiles, ya que ella decretaba que el niño viviría sólo tanto tiempo como el cirio que ardía al lado de la cama tardara en consumirse. Estas palabras llenaron de terror el corazón de la madre y estrechó estremeciéndose al bebé contra su pecho, pues el cirio ya casi se había consumido y su extinción estaba cercana. La Norna mayor, sin embargo, no tenía la intención de ver cómo sus predicciones se convertían en nada, pero, ya que ella no podía obligar a su hermana a retractarse de sus palabras, asió rápidamente el cirio, apagó la llama y le entregó el pedazo humeante a la madre del niño, pidiéndole que lo guardara cuidadosamente y que nunca volviera a encenderlo hasta que su hijo estuviera ya hastiado de la vida. Al niño se le dio el nombre de Nornagesta, en honor a las Nornas y creció siendo tan hermoso, valiente y talentoso como cualquier madre pudiese desear. Cuando fue lo suficientemente mayor como para comprender la solemnidad de sus obligaciones, su madre le contó la historia de la visita de las Nornas el día de su nacimiento y colocó en su mano el fragmento de vela que quedaba, el cual guardó durante muchos años, dentro del armazón de su arpa para más seguridad. Cuando sus padres fallecieron, Nornagesta deambuló de un lugar a otro, tomando parte y destacando en todas las batallas, cantando sus hazañas heroicas dondequiera que fuese. Ya que era de temperamento entusiasta y poético, no se cansó pronto de la vida, y mientras otros héroes se hacían viejos y decrépitos, él permanecía joven de corazón y vigoroso de cuerpo. Por tanto, presenció las emocionantes gestas de las épocas heroicas, fue un preciado compañero de los antiguos guerreros y, tras vivir durante trescientos años, vio que la creencia en los antiguos dioses paganos pasaba a ser sustituida por las enseñanzas de los misioneros cristianos. Nornagesta llegó finalmente hasta la corte del rey Olav Tryggvesson, el cual, siguiendo su costumbre, le convirtió casi a la fuerza y le convenció para que fuera bautizado. Entonces, deseoso de convencer a su gente de que los tiempos de las supersticiones habían pasado, el rey obligó al anciano escaldo a extraer y encender el cirio que había guardado con tanto cuidado durante más de tres siglos. A pesar de su reciente conversión, Nornagesta observó inquieto la llama mientras parpadeaba y, cuando finalmente se apagó, cayó al suelo sin vida, demostrando así que, a pesar del bautismo recién recibido, él aún creyó en las predicciones de las Nornas.
En la Edad Media, e incluso más tarde, las Nornas figuran en muchas historias y mitos, apareciendo como hadas o brujas,, como por ejemplo, en la historia de "La Bella Durmiente" y la tragedia de Shakespeare, "Macbeth". Las Vala. A veces, las Nornas llevaban el nombre de Vala, o profetisas, ya que tenían el poder de la adivinación, un poder que se contemplaba con gran veneración en las razas nórdicas, que creían que estaba restringido al sexo femenino. Las predicciones de las Vala nunca eran cuestionadas y se dice que el general romano Druso se aterrorizó tanto ante la aparición de Veleda, una de las profetisas, la cual le advirtió que cruzara el Elba, que terminó ordenando la retirada. Ella presagió su muerte cercana, la cual sucedió efectivamente poco después con una caída de su caballo. Estas profetisas, a las que también se conocía como Idises, Dises o Hagedises, oficiaban en los santuarios forestales y en arboledas sagradas, y siempre acompañaban a los ejércitos invasores. Encabezando o mezcladas entre el ejército, conducían vehementemente a los guerreros a la victoria y cuando la batalla había concluido, a menudo cortaban el águila sangrienta en los cuerpos de los prisioneros. La sangre se recogía en grandes baldes, en los que las Dises sumergían sus brazos desnudos hasta los hombros, antes de unirse a la frenética danza con la que concluía la ceremonia. No era de extrañar que estas mujeres fueran muy temidas. Se ofrecían sacrificios para que ellas fueran propicias y sólo fue en tiempos posteriores cuando fueron degradadas al rango de brujas y enviadas a unirse con las multitudes de demonios en Brocken (Alemania), o Blocksberg o Valpurgisnacht (noche de valpurgis). Además de las Nornas o Dises, que también eran consideradas deidades protectoras, los nórdicos adjudicaban a cada ser humano un espíritu guardián llamado Fylgie, el cual le atendía de por vida, o bien con forma humana o animal y permanecía invisible a no ser en el momento de la muerte, excepto para los poco iniciados

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